Licantropus mexicanus: La mano que viene de lejos (6 de 6)
- PARTRES
- Apr 15, 2014
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LA MANO QUE VIENE DE LEJOS
Al regresar a la ciudad que lo vio nacer, después de cuatro años de viaje, José la encuentra muy cambiada. Un crecimiento acelerado de la industria, que impacta en el sector de los servicios, acompañado de un campo en producción creciente (con ejidatarios tesoneros y pequeños propietarios ambiciosos), hacen del estado y su capital un polo de atracción para trabajadores sin empleo, tanto de los estados vecinos, como de la capital del país (Los chilangos quieren salir del DeFectuoso, tras un fuerte temblor que tiró el Ángel de la Independencia, y un importante grupo de ellos, ya vive aquí, con su peculiar estilo) (No se puede decir que Querétaro sea cosmopolita, pero aumentan sin cesar las colonias de españoles, franceses, italianos y alemanes). De forma natural, todos contribuyen con su trabajo y sus hijos, al crecimiento de la población citadina, que alcanza más de los 120,000 habitantes. Por una parte, repunta la industria textil (y mantienen trabajando a El Hércules, San José de la Montaña y La Cía. Bonetera Queretana) crece el Molino El Fénix y la Embotelladora la Victoria, concesionaria de Coca-Cola, aumenta su producción. A la salida de Querétaro, por la carretera que lleva a San Luis Potosí, junto a las plantas de La Concordia, Kellogg, Carnation y Purina, se levantan nuevas fábricas, mismas que prefiguran una zona industrial. Por otra, el centro de la ciudad, va recuperando sus viejas glorias, con el mejoramiento del drenaje, la apertura de nuevas calles (muy criticado), la intensión de sacar el Mercado Escobedo a las orillas, el rescate y embellecimiento de sus templos, los adoquines de cantera rosa, que ahora lucen las principales calles, en las que se han instalado nuevas tiendas y negocios. Sin duda, se define un nuevo perímetro urbano, que se desborda por los cuatro costados y avanza sobre las tierras de cultivo. Él va de sorpresa en sorpresa, al Poniente se creó la Colonia Niños Héroes, por el Oriente, a lado del viejo acueducto y cerca del casco de la Hacienda de Carretas se desarrolla otra, llamada Jardines de Querétaro (en la citada hacienda, producen leche pasteurizada, de vaquitas Holstein, que se distribuye a la población en carretas amarillas, arrastradas por caballos percherones y en los campos que la circundan, aún cultivan remolachas). Hacia el Sur, cruzando la Panamericana, junto al Estadio Municipal, se extiende la Colonia Cimatario, que ha iniciado su segunda sección, con grandes residencias. Al Norte, por la importante prolongación de la Av. Corregidora, se traza lo que será el Circuito de Parques Industriales, en donde el consorcio ICA planea instalar las fábricas Industria del Hierro y Limbeck, así como, desarrollar un importante proyecto residencial y comercial, en esa zona. También y por todos los rumbos, crecen los barrios proletarios. En la noche, cuando José ve las luces de la ciudad, desde el mirador que está en la delgada carretera que lo lleva al aeropuerto, construido en el Cerro de Menchaca, la ciudad se parece más a la (mini)metrópoli, que desde niño se ha imaginado (ahora, la llama Queré-York). Sin perder tiempo, el doctor entra en tratos con unos banqueros, a los que se asocia para explotar el crecimiento inmobiliario que se vive y se ve imposible de contener.
Al mismo tiempo, recobra su imagen y su vida social. No puede evitar la visita de familiares y amigos, quienes se han enterado de su regreso, tan inesperado como su partida y que lo ven tal si fuera un aparecido. En medio de cuchicheos, asiste a las fiestas, los bautizos (padrino en todos), las primeras comuniones, las bodas, santos y cumpleaños de las innumerables primas y sobrinas quinceañeras (cada fin de semana, no es raro verlo fotografiado en las páginas de sociales, de El diario de Querétaro, editado por la cadena García Valseca). Por supuesto, acude al funeral de los que fallecen. Entre ellos, todos los hermanos de sus progenitores y, más de alguno, le deja alguna herencia. Se reconoce con sus viejos compañeros de la prepa (quienes lograron la autonomía para la universidad queretana), asiste a las tenidas de la joven Logia del Cerro de las Campanas, al Club Rotario y se adhiere al partido que institucionalizó la revolución (el PRI, el tricolor, que ahora gobierna todo el país y, en nuestro estado, nombró como gobernador, al ingeniero químico Manuel González Cosío). También regresa a las corridas de toros, en la nueva Plaza Santa María y se emociona con las lidias despatarradas, de Manuel Benítez, El Cordobés. Por otra parte, se cambia a vivir en una lujosa mansión del Club Campestre, del que compra un par de acciones (Además de enorme, la casa cuenta con estufa de gas y refrigerador). Antes de mudarse, Josefina le entrega cuentas de todo y lo entera que es más rico que nunca. Te desconozco. Te agradecería que no me busques más, le expresa sin mostrarle los ojos y no la vuelve a ver.
Además de que le ha crecido la barriga (aunque conserva una gran fortaleza, pues, en la soledad de la nueva casa, sigue danzando y todavía pulsa la mandolina, un tanto desafinada) y que sólo los domingos ojea el Heraldo de México (periódico al que se ha suscrito), el eminente doctor, desarrolla una doble personalidad. Por un lado, se muestra generoso con la gente pobre. En una de las puertas laterales del sanatorio, a los mendigos que se acercan y muestran su traste limpio, se les da la comida que sobró el día anterior y una peseta. También, a jóvenes queretanos que quieren estudiar medicina, les ayuda con dinero y hace otras muchas acciones más, con las que aparenta un alma noble, buena. Así, ante la sociedad y sin el menor recato, adopta la pose de benefactor. Pero, por otro lado, es el tirano de siempre, finge lo que no es y mientas acrecienta sus ganancias (que cuenta en dólares y, además, le da por atesorar centenarios), está muy lejos de la cristiana caridad.
No obstante que al sanatorio sólo va a pasearse por los pasillos y al quirófano no vuelve a entrar, la impecable bata blanca, lo antecede en donde quiera que se deje ver (sólo se la quita los domingos, cuando usa el traje completo, para salir a los paseos que brinda la ciudad). El doctor es un hombre respetable (o eso cree). Lo nombran Presidente del Club Rotario y algunos ingenuos lo candidatean para presidente municipal. La verdad, lo que él quiere es ser gobernador. En su ambición política, lo alientan sus socios banqueros y, también, un grupo de empresarios, venidos de Monterrey, tanto como unos gringos, de Industrias Káiser (vinculados con la CIA), recién avecindados en la ciudad. Sólo el obispo, Toris Cobián, hombre alto de los Altos de Jalisco, en el Colegio de Canónigos, dice de él, No está casado, no tiene confesor y hace años que no va a la iglesia, sino por compromiso. Por su parte, José siente que tiene la vida resuelta y está dispuesto a usar todo su poder, para alcanzar su objetivo. Lo mismo en La mariposa, donde toma un preparado de fresa y se marcha, que en La yegüita, donde bebe sus París de noche y se queda hasta el amanecer, mantiene una actitud abierta con los parroquianos. Para que lo vean, camina por las calles de la ciudad como si partiera plaza, reparte abrazos a diestra y siniestra, saludando a todo mundo. Vamos, hasta piensa en casarse (con alguna de sus primas, tal vez).
No sin grandes esfuerzos, el doctor puede transformarse a voluntad, pero sólo lo hace en contadas ocasiones (desde lo de Admira, no ha atacado a nadie. Pero, actualmente, le tiene aversión -que es mutua- al nuevo rector de la UAQ, un licenciado gordito, Hugo es su nombre y, por supuesto, al obispo, al que trae en salsa). Mas, cuando llega la luna a su máximo esplendor, no puede resistirse al influjo placentero que su luz le provoca y antes de que caiga la noche, estaciona su nuevo Ford Galaxy, frente al viejo Molino de San Antonio, donde funciona el Instituto Queretano. Por el camino que bien conoce, sigue las vías del ferrocarril y se encamina al Cerro de Pathé, en el que mantiene su guarida. Aun cuando ya maneja los comandos del ser, no le gusta ensuciarse la ropa, de ninguna manera. El aullido que ahora se escucha en San Pedro, La Cañada, en Los Socavones y hasta Saldarriaga, advierte a los asustados pobladores, que el lobo negro está de regreso.
Entre los huizaches, José corre sobre sus patas traseras. Su fino olfato percibe el olor de una liebre asustada y escucha sus chillidos. Una fuerza incontenible lo empuja hacia ellos, hasta que ve el calor, emanando de la pequeña presa y se abalanza sobre ella. Entonces, descubre que el animalito está atado al tronco de un pirú macho, justo en el momento que una reata le rodea el cuello (La mano que viene de lejos, recuerda). De la nada, de entre las sombras, aparece la silueta de un hombre, que estuvo ocultó detrás en una gran piedra y fue quien le puso el cebo. El hombre pasa el otro extremo del lazo, por encima de la rama de un viejo mezquite y lo levanta en vilo hasta casi ahogarlo, mientras le da de patadas y reatazos. No obstante que la bestia se defiende, con todas sus fuerzas, lo tiene agarrado del pescuezo. El licántropo quiere detener el tiempo y se da cuenta que no puede. Desea recuperar la forma humana y le es imposible. El cazador amarra la cuerda al tronco del árbol y desaparece unos minutos, para regresar montando un potro negro, con dos manchas blancas, una pintada en la frente y la otra, en una pata. El lobo está exhausto y a punto de morir; aun así, con fuertes jalones, es obligado a caminar. De esta mala manera, sin darle tregua, su captor lo lleva a rastras por el monte. Bajan la inclinada ladera de la cañada y van a dar a la Presa del Diablo. Siguen por la orilla del río e ingresan al caserío de Hércules, para llegar a la plaza de la Iglesia. Desde que el cazador se acerca, los pobladores lo van rodeando.
¡Este animal es un nagual!, grita un anciano obrero, en cuanto lo ve. ¡Es un brujo, es un brujo… debemos matarlo!, completa el vigilante de una de las huertas de aguacate. El hombre, convertido en lobo, está desfalleciente, pero escucha todo. De manera por demás evidente, el cazador pasa la mano derecha, detrás su cintura y acaricia la escuadra Pietro Beretta, que lleva enfundada. Levanta la voz, tratando de controlar la situación y no sin trabajos, se hace escuchar, Este lobo lo cacé por encargo… mi compadre Manuel lo necesita con urgencia y les da sus señas. Don Manuel vive por la alberca Leticia y es hierbero, tiene un puesto en el mercado Escobedo. Además, explica que don Mane lo quiere para remedio y argumenta que le dará trescientos pesos. Por supuesto, la mayoría conocen al mentado hierbero, pero a la gente, en un instante, la sangre se le alborota de tal modo, que revive su pasado animal y algunos comienzan a dar voces, a empujarse. De los alrededores, como atraídos por un imán, llegan más pobladores a la plaza. Vamos, hasta el viejo nevero, en su silla de ruedas, anda en la bola.
Es media noche. El hombre, convertido en lobo, no puede creer lo que ocurre y sabe que está perdido. Don Refugio, un hombre gordo que vende pulque en la enramada, a un lado del río, tratando de abreviar el asunto, manifiesta, Te doy los trecientos pesos, más la morralla, la cual enseña en un frasco, lleno de tostones, pesetas, veintes, quintos y algunos centavos. Es lo que salió de la venta. Es una buena lana... No tengo más... y que me perdone el señor cura, concluye. El cazador la mide, está rodeado y nadie parece estar en sus cabales. En un movimiento rápido, agarra los billetes, el frasco con las monedas y entrega el mecate. Lo demás se sucede de manera inevitable. Al tiempo que un zapapico se cierne sobre su cabeza, José encuentra los insondables ojos de un niño que lo mira asustado. Después, crujen los huesos del cráneo y, tras un fuerte destello, se le apaga la luz.
EPÍLOGO
En 1994, año de sequía, un informante me dijo que vio un puma en el Cerro del Pinal, bien flaco y con tamaña cabezota. Asimismo, me conto que su compadre Miguel escuchó el aullido de un lobo solitario, cerca del Pilón y que, días más tarde, por el Puerto de San Antonio, también él lo escuchó. Cuatro años después, el periódico Noticias informó de un par de niñas, a quienes encontraron con raspones y empolvadas, tiradas en un camino de terracería. Las dos declararon ante el Ministerio Público de Cadereyta, que su abuela las estaba enseñando a volar.
Se recibe cascajo: profedela007@hotmail.com
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