top of page

Licantropus mexicanus: El animal (1 de 6)

EL ANIMAL



La vez que escuché la parte medular de ésta historia, fue la tarde de un verano africano, en la Ciudad de Querétaro y vino de la voz del arquitecto Fernando Pérez Landín. En aquella ocasión, cuando nos vimos en el centro histórico (sobre la calle Melchor Ocampo, al llegar a la Av. Madero, casi en la contra esquina del Templo de San Felipe Neri), no imaginé la riqueza de nuestro fortuito encuentro. Sin pensarlo dos veces, lo invité al departamento donde, en aquel entonces, vivía con Lidia, por el viejo camino real a San Pablo y al que me dirigía, en compañía de mi buen amigo, Alfonso Vázquez Carmona (q.e.p.d.). Fernando, a quien no veía desde nuestro paso por la preparatoria, aceptó acompañarnos y resultó ser un gran charlista, de aquellos que conducen la conversación y, aunque la acaparan, permiten preguntas, comentarios y tiempos fuera. Mientras tomamos caballitos de tequila y gustamos trocitos de queso Chihuahua, nos contó varias tradiciones y leyendas mexicanas. La mayoría del estado de Querétaro y, a decir verdad, algunas que no había escuchado antes ni escuché después. Nos platicó, con meridiana claridad, antiguas narraciones transmitidas de generación en generación, por estas tierras “de dios y de María Santísima”. Desplegó, una a una, las visiones que provoca el magma petrificado, de la imponente Peña de Bernal y nos habló de los inteligentes cuervos que la habitan. Enunció, por lo veloz del trazo, algunos relatos de la Sierra Gorda: de la tribu de enanos que viven en sus insondables sótanos y cavernas, y del tenaz como argüendero, don Mercurio. También, entre otros personajes, nos dibujó a las brujas videntes de Xichú, escrutadoras del cielo y enumeró sus múltiples poderes.

A renglón seguido, el arquitecto apuró otro caballito de Tradicional, tomó aire y sin cambiar el tema general de la plática, hizo una reconstrucción congruente del mundo mesoamericano, a la llegada de los españoles, quienes venían a esta tierra con la intención de apropiársela, en nombre del rey Carlos IV. La historia es de gran aliento y está basada en la vida de Gonzalo Guerrero, compañero de naufragio de Gerónimo de Aguilar. Ambos llegaron a la costa de la tierra firme de Yucatán, tras caer de una embarcación expedicionaria, comandada por el capitán Juan de Grijalva. Como se sabe, Gonzalo Guerrero se unió al pueblo maya (no te entiendo) y con ellos siguió su suerte. Por su parte, Gerónimo de Aguilar escapó en cuanto pudo y se convirtió en lengua del capitán Hernán Cortez. El escenario donde las acciones trascurren, abarca de Barcelona a Yucatán, llega hasta la ignota Chicomostoc, toca Madrid, la isla de Cuba y la gran Tenochtitlán. Mi amigo, nos pintó una fantástica panorámica polícroma (para continuar con las referencias plásticas), del (des)encuentro de la multitud de sangres y culturas, que nos hacen nación. Esta visión, mágica, enterada y contundente, aunque peca de euro centrista, me hizo recordar el tono que permea, Azteca, corazón de piedra verde, escrita por Salvador de Madariaga. En fin, tras múltiples peripecias, cuando el protagonista llega al observatorio astronómico de Xichú, en las montañas noroccidentales del Karst Huasteco, el 26 de julio de 1521, Fernando concluyó el relato con un enigmático y abrupto, continuará… Me gustaría tener una versión por escrito, de lo que escuché aquella tarde, para leer la que debe ser sin lugar a duda, una interesante novela y, sobre todo, conocer el desenlace.

Cuando amainó el calorón y gozábamos del fresco vespertino, en el pequeño patio donde nos acomodamos, Fernando hilvanó otra de estas historias extraordinarias. En esta ocasión, la de un hombre lobo mexicano y de inmediato, cautivó mi atención. En forma general y de manera sintética, armó una sucinta secuencia de hechos, puso luz en algún detalle y de un solo pincelazo, planteó el desenlace. Poco antes de caer la noche, mi amigo se despidió sin más trámite que un fuerte abrazo y Alfonso, con él.

Desde entonces a la fecha, más de quince años, la construcción visual de los diversos personajes y los elementos que articulan el relato, regresan a mi mente, corregidos y aumentados. A Fernando, no lo volví a ver. Así que, después de todo este tiempo, me propuse pespuntear un texto, en el que aterrice lo que recuerdo de la versión oral y, tal vez, la pueda sacar de mi cabeza.

Para escribir este intento, eché mano de los estudios de maestría en antropología, que cursé en mi querida Universidad Autónoma de Querétaro y del trabajo de campo, obligado en el plan de estudios. Esta investigación in situ, la realicé en la comunidad campesina de Presa de Rayas (que formó parte de la ex Hacienda de Alfajayucan, anexa de la ex Hacienda del Lobo) y en otras comunidades, dentro del área de estudio: el antiguo sistema de haciendas localizadas en los Valles Centrales del Estado de Querétaro. La zona se ubica, en las estribaciones suroccidentales del Cerro del Pinal del Zamorano. Elevación imponente que ve pasar los días y las noches, desde tiempos inmemoriales. Este macizo montañoso, con sus 3,360 msnm, es el centinela de la tierra fértil y de los hombres que viven a sus pies, cuidando la milpa. Además, hice múltiples lecturas e indagaciones, más lo que pude ver. En automóvil, al casco de la ex Hacienda del Lobo se llega, en poco menos de una hora. Esto, si se sale de la capital del estado, por el camino de asfalto que va rumbo a San Pedro La Cañada, en el Municipio del Marqués, pasa por Saldarriaga, vira a la izquierda, sobre la desviación a La Griega y sigue las señales.

En estos afanes académicos, maestros y compañeros orientaron mi lectura sobre el tema campesino y el reparto agrario de las haciendas queretanas (por demás tardío), que impulsó con gran fuerza, el presidente Lázaro Cárdenas del Río (1934-1940), en todo el país. También, indagué sobre sus consecuencias en el desarrollo de la sociedad mexicana post revolucionaria (hasta mediados del siglo XX). Con estos antecedentes, me pareció natural darle vida al relato, en estos parajes y en aquella época. Ese tiempo es un momento crucial de nuestro joven país (de sólo dos siglos) y, a mí juicio, contiene algunas claves de lo que significa ser mexicano, en nuestros aciagos días. Es posible que esta sea, otra razón de mi interés. No está demás decir, que ciertos aspectos y personajes son ficticios.

La leyenda de la licantropía me lleva de la mano a mi temprana infancia, cuando vi mi primer hombre lobo, en un programa de televisión, trasmitido por Tele Sistema Mexicano, en blanco y negro. La trama se desarrollaba en algún país de Europa central, con bosques sombríos y días lluviosos. En un pueblo, me imagino, de Hungría o Polonia (a estas alturas de mi vida, no recuerdo bien), dónde sus habitantes parecían sombra de sí mismos y quienes se comunicaban entre sí, con monosílabos y gestos apenas perceptibles. El tema es que, en las noches de luna llena, un monstruo azolaba la región, al que sólo se podía matar (y lo mataron) con balas hechas de plata. El monstruo resultó ser un enorme lobo que al morir, ante el asombro de la población que lo rodeaba (alumbrando la escena con teas), recuperó la forma humana.

Sin embargo, la búsqueda más superficial nos revela que el mito está difundido en todo el planeta. En antiguas culturas existen múltiples rastros pictóricos y desde la aparición de la escritura, abundante literatura. Ovidio, en su Metamorfosis, como primera referencia, citada al azar, relata la historia del rey Likon, quien, en la mitología griega, es un humano que por sus felonías, termina convertido en lobo. La mayoría de la documental se encuentra en Europa (sobre todo entre los siglos XV y XVI, relatos y archivos de procesos que llegaron hasta un juez) (folletos, folletines y folletones). Entre tantos libros, dentro de nuestra propia tradición, destacan los escritos por Carlos Castaneda, que nos refieren al prehispánico nagual. Innumerables versiones fílmicas, churros incluidos (a mí me gusta la versión cinematográfica del profesor Remus Lupin, en las películas de la saga del famoso aprendiz de mago, Harry Potter y también, un par de secuencias de Víctor, el hermano de Logan, el personaje de Marvel Comics, conocido como Wolverin, en X-Men, el origen: Lobezno). Ni hablar de las series televisivas. En realidad, es un tema muy trillado, se puede decir que es parte del folklore mundial. Mi compañera y mi cuñada no me quieren contar una experiencia hombrelobezca. Recién vi la escultura de un licántropo, como de tres metros de altura (malísima), que anunciaba una exposición, titulada Miedo (¡uy!) y a la que, por supuesto, no ingresé. También está, de manera colateral, mas no menos importante, la información de la red. Abemus item. La otra historia pertinente, la del mito de origen, se remonta a hace más de un millón de años, cuando el invierno se prolongó de tal manera, que el hielo casi acaba con la vida del planeta. En ese tiempo prehistórico, las jaurías de lobos blancos azolaban las praderas y bosques, cercanos al ecuador, en donde las especies que sobrevivieron a la glaciación encontraron refugio. Algunos autores aseguran que estos lobos enseñaron a cazar, a un mermado grupo de grandes simios que, al correr, ya no usaban los nudillos. Fueron estos lobos enormes los que les indujeron a comer carne de mamífero y los guiaron por el camino del depredador (a acechar y seleccionar la presa, a la más débil… cómo atacar en grupo, con una estrategia... innumerables veces los vieron encañadar a los bóvidos viejos, separar a las crías de los paquidermos y terminar chorreando sangre por los belfos). Los lobos, siempre les guardaron respeto a estos antropoides (tanto como a las hienas). La velocidad a la que trepaban a los árboles y la lluvia de piedras con las que se defendían, los mantuvieron a raya. Autores hablan de una simbiosis entre las dos especies, a nivel de energías. Porque, tiempo después, a unos de sus descendientes les crecieron los colmillos y algunos de la otra, se convirtieron en sus mascotas. Las dos especies aún pelean, se temen y, de alguna manera, se admiran. Así, o como haya sido, en un momento de la evolución, unos cuantos homínidos cambiaron su relación con la tierra y, aunque todo está hablado con todos, desde esos días terribles, el hombre arrastra la condición de comer carne. La cruel maldición de ser el gran depredador de nuestros días.


Se recibe cascajo: profedela007@hotmail.com

bottom of page