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De artistas y sortilegios: Eloy Caloca Lafont

  • Writer: PARTRES
    PARTRES
  • Feb 29, 2012
  • 6 min read

Romina Cazón, quien actualmente dirige la Revista El Humo y columnista en el Diario de Querétaro, en el suplemento dominical El Barroco, lleva desde hace ya tiempo su columna "De artistas y sortilegios" lugar donde entrevista a los escritores de Querétaro.

"DE ARTISTAS Y DE SORTILEGIOS

Diario de Querétaro

28 de febrero de 2012


Por Romina Cazón Eloy Caloca Lafont es el escritor dinámico y bizarro que Querétaro ha adoptado hace ya casi una década. Nació en el año 1987 en la ciudad de México, lugar que le dio muchas vivencias, como el acercamiento a la literatura y la forma que ésta quiso llegar a su vida, tal vez en una habitación, que además de paredes había submundos diseñados para él, lo que le fue útil para sobrevivir a la dura contienda con su propio arte y la realidad. Eloy en esta oportunidad nos cuenta su vida de cómo transcurrió y lo que le provocó al transcurrir. ¿Cómo fue tu niñez? Una "realidad alterna". Un oasis inmenso en donde no había dolor ni responsabilidad, ni pólizas de seguros, ni pago de impuestos. Una "máscara oscura de otro siglo/ de mar y de silencio,/ donde los sabios vidrios se quebraban", como diría García Lorca. Eran tiempos acelerados; de cambios para el país y para mi familia: la crisis económica de 1994 o la firma del Tratado de Libre Comercio. Los años noventa se distinguieron por el triunfo del american way of life. Por ende, fui un niño híper-consumista; el típico hijito de las clases medias bombardeado por la cultura pop: los figurines de Star Wars, El Rey León, Los Picapiedra, Mazinger Z, el History de Michael Jackson, Limp Bizkit, Robocop, Terminator, Guns 'N' Roses, Toy Story. Y un consumista, asimismo, de libros: del Tarzán de Burroughs, de Víctor Hugo y de Dumas, de Exupery, de Salgari, de Rafael Pombo y de Gabriela Mistral, y también de la colección El Barco de Vapor y de los manga de Kazuo Koike. Era un pequeño nerd enamorado de su madre, amante de los dinosaurios, malo para el deporte y para las mujeres, excelente para los cómics, y respetuosísimo de mis abuelos.. Mi niñez fue un periodo dulce: descubrí los parques y las palomas, las pecas en los rostros de las niñas, los rascacielos y los libros. El chico privilegiado por la globalización, el medio familiar y su propia imaginación: otra manera de vivir y de surgir como creador de arte. Háblame de tus recuerdos. ¿Cuál es el más intenso? A los cinco años, un sábado por la mañana, mi madre me llevó al Museo de Arte Contemporáneo, en la Ciudad de México. Exhibían una selección de Antony Gormley, un británico que cubría el suelo de cada sala con miles de pequeñas figuras de barro. Estaba anonadado; había por todos lados muñequitos amorfos, pegados al piso. Llegué a casa esa tarde (un departamento en la Colonia del Valle) y llené la alfombra de mi cuarto con cientos de figuritas de plastilina. Mi madre vio aquel desastre, horrorizada y pálida, pero cuando yo le dije, "¡Bienvenida al museo!", no pudo resistirse: soltó una carcajada y tuvo ganas de llorar. Ese episodio de mi infancia explica la complicidad, el vínculo amoroso, metafísico, que guardo con mi madre. Es la historia de mi afán creativo, de mi gusto por el arte y de mi falta total de sentido común. Hay recuerdos tan profundos que son parte del álbum fotográfico mental de todos los días. Eloy recurre a este acontecimiento con la naturalidad de un muchacho lleno de emociones, unido a los ojos de una madre caritativa. ¿Cuál es el lugar donde fuiste más feliz? Mi habitación. A los cuatro años, era donde me disfrazaba de súper héroe; a los doce, donde cantaba, dibujaba y creaba historias; a los quince, donde me encerraba a leer o a ver televisión para no ser molestado; a los dieciocho, donde me enamoré, subí a tope el volumen de la música y escribí mi primer ensayo "serio": un análisis de El Inmortal, de Jorge Luis Borges. Hoy mi habitación es un océano de libros, papeles, afiches, revistas, figuras de acción y naves espaciales a escala. Allí residen mis colecciones, mis gustos y mis soledades. Es un cubil donde no necesito complacer a nadie. Algún día -y escuchen mi profética voz-, Carlos Slim valuará mis posesiones y convertirá ese lugar en un museo. La habitación es parte del Edén. ¿Cómo no ha de ser el lugar dónde Eloy fue feliz? ¿Dónde te gustaría vivir? En una gran ciudad. No estoy hecho para los lugares pequeños, donde la dinámica social hunde a los habitantes en una tragicomedia; todos somos personajes muy locales, sujetos a los estereotipos de nosotros mismos. No, yo busco una ciudad atorrante, llena de luces, comercios y gente, donde el anonimato sea lo único que se tenga seguro al pisar la calle. Viví en la Ciudad de México y con gusto volvería a vivir ahí; viviría en Berlín, en Nueva York, en Bombay, en París o en Medellín. Me gustaría vivir en Bagdad, en Kuala Lumpur o en Zagreb, por curiosidad. Pero eso sí, siempre viviría de la misma manera: con una madeja de libros, una mascota, una lámpara en una mesa de noche, un refrigerador, una computadora y una mujer virtuosa. Aunque los libros y la mujer virtuosa son lo único imprescindible. En cualquiera de las ciudades que nombró Eloy es y seguirá siendo el chico multifacético diplomado por el Bachillerato Internacional de la International Bacceleaurate Organization, en el Tecnológico de Monterrey, dibujante humorístico, licenciado en Relaciones Internacionales y en vías de ser licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad Nacional Autónoma de México.. ¿Cuáles son los libros que atesoras? Mi colección personal de El libro vaquero... No, no es cierto. Los que me han regalado, más allá de sus páginas, una historia para contar. Los que me han dedicado mis amigos: la Biblia que me regalaron mis padres, la poesía completa de Kerouac que me dio un entrañable soviético, los libros de Julián Herbert, Verónica Volkow, Fabián Casas, Tedi López Mills o Fernando del Paso, dedicados por todos ellos; un libro de Kundera que me dio uno de mis amores; las plaquettes de mis amigos escritores, a quienes he visto crecer. Juan Villoro me regaló Efectos personales una vez que, en el Palacio de Minería, tras una conferencia suya, descubrió que su pequeña hija y yo estábamos dibujando cerditos en un cuaderno. Un académico madrileño, asimismo, me envió desde su país Farabeuf o la crónica de un instante hace más de doce años, cuando no se conseguía en México. Atesoro, también, mis cuadernos de escritura. Sin embargo, creo que lo más atesorado, por obvias razones de ego, será Barroco de Diario de Querétaro que contenga esta entrevista.


¿Cuál es el ensayo que más te gusta y por qué? ¿"Mío" o "de otros"? "Mío": La condición mexicana postmoderna, un nuevo conflicto. Fue publicado por la Revista Latinoamericana de Comunicación, Razón y Palabra. O también, El escritor mexicano en tiempos del blog, presentado en el Festival Literario de Palizada, Campeche. O finalmente, 12 razones para escribir ensayo, que presenté en el Festival de Literatura Joven de San Miguel de Allende. Serían ésos, por donde me permitieron llegar, porque causaron una reacción del lector, y porque me divertí mucho escribiéndolos. ¿Qué piensas de tus textos en la actualidad? Mis textos son efímeros. Son meros ejercicios de escritura. Cultivo el "ensayo" como género y, etimológicamente hablando, "ensayar" es prepararse, pulirse, afilar las armas para una justa más grande. No me considero un "escritor" ni mucho menos, un "intelectual". Leo de dos a cinco libros por semana y cada que termino un volumen sólo aprendo lo mucho que me falta por aprender. Algo parecido es terminar un texto; es una revuelta, una sonrisa, un enamoramiento fútil. Una "muerte chiquita". No hago esto por el destino al final del viaje, sino por el viaje mismo. No pretendo ser loado ni famoso, sino gozar el privilegio de leer y una bendición aún más grande y difícil: ser leído. Un escritor humilde, condición que lo hace pisar en la tierra, lugar donde se forma día a día en el género que prefiere en representación a su historia personal. ¡Muchas gracias Eloy¡"


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