De artistas y sortilegios: Yolanda Rubioceja
- PARTRES
- Feb 9, 2012
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Romina Cazón, quien actualmente dirige la Revista El Humo y columnista en el Diario de Querétaro, en el suplemento dominical El Barroco, lleva desde hace ya tiempo su columna "De artistas y sortilegios" lugar donde entrevista a los escritores de Querétaro.
"DE ARTISTAS Y DE SORTILEGIOS
Diario de Querétaro
8 de febrero de 2012
Por Romina Cazón
Yolanda Rubioceja nació en la ciudad de México en el año 1972. Tuvo una infancia común, pero con muchas aventuras fantásticas que giraban en torno a su propia creación. Más tarde, esa creación tomó una dirección más sólida. Hizo que su mundo fantástico se convirtiera en algo palpable como los cuentos. Eligio escribir, un oficio especial, pero diseñado para ella.
Su mundo es sorprende, pero no por lo que pase, sino por la manera que ella ubica las palabras, las organiza y las pone en el escenario. Nos aproximamos a conocer la vida de la autora de "El mundo y otros productos desechables, 2007" y "El insólito mundo y otros seres imaginarios", el último próximo a presentarse en Querétaro. ¿Cuál es el recuerdo más significativo de la infancia?
En mi casa había una planta que se llama millonaria y ahí, frecuentemente, había catarinas. Me gustaba colocar el dedo muy cerca de ellas para que se subieran y caminaran por mi mano. Un día decidí, en vez de soplarles para que volaran antes de llegar a mi brazo, irlas colocando en una caja transparente con una tapa agujerada. Llevé las cajas a la escuela y Carla, una niña de mi salón, se burló diciéndome que esas eran unas mascotas muy tontas, abrió la caja y las tiró al suelo, sólo una voló, a las demás las pisó. No recuerdo bien qué edad tenía, pero supongo que seis o siete. Ese día escuché a mi mamá decirle en voz baja a mi papá: "hay gente mala". Yo estaba convencida de que mi mamá sabía todo lo que me pasaba aunque yo no se lo contara, así que estaba segura que se refería Carla. Ese día, durante la cena, sin que yo les hubiera contado lo que me había pasado, mi mamá comentó que a ella los únicos animales que le gustaban para tener en la casa eran los pájaros, pero que no podía soportar la maldad de tenerlos enjaulados. En ese momento me sorprendí, porque yo estaba segura de que Carla había sido muy mala conmigo, pero no había pensado que, para los bichos encerrados en mi caja, la mala había sido yo.
Sin lugar a duda, historias sencillas, muy suyas, pero muy significativas. La manera en que la autora nos comenta sus recuerdos, es como si fuera un cuento más de unos de sus libros. ¿Dónde y cuándo ha sido más feliz?
Fui muy feliz el día en que me subí al avión rumbo a Puerto Escondido. Llegando ahí, todavía tenía que ir en autobús a Pochutla y luego a Zipolite, una playa nudista en Oaxaca, para vivir en un centro de atención para niños discapacitados llamado Piña Palmera, donde iba a hacer mi servicio social. Durante todo el viaje en avión observé por la ventana y pensé en todas las cosas que iba a hacer, de todas las posibilidades, la que más me emocionó fue poder regresar a dormir, en este caso a mi tienda de campaña, a la hora que me diera la gana todos los días. En ese asiento de avión, por primera vez me sentí libre y me di cuenta de que sentía, a la vez, emoción y miedo.
La felicidad como parte esencial de todo ser humano. Para Yolanda, quien es una mujer llena de virtudes, de carismas, y de defectos, el estado de felicidad al parecer no es sólo aquel día, sino todos los días. Ella misma es felicidad junto a sus textos.
¿Cómo es un día común para Yolanda?
Entre semana, despierto siempre con ganas de quedarme otros quince minutos en mi cama, pero como siempre lo hago con el tiempo justo, me levanto de inmediato. Después de decirle adiós a mi hija, escucho cómo el auto arranca y ya estoy prendiendo la computadora, y la televisión. Casi no veo, pero sí escucho, el noticiero de Aristegui mientras reviso el Facebook y veo si tengo mails. Cuando tengo trabajo que hacer para mi tienda (una juguetería), lo hago a partir de las nueve. Para ello uso únicamente la computadora o el teléfono, sin desconectarme de todo lo demás. Hay veces que me lleva toda la mañana y un rato de la noche, y otras en que no tengo trabajo, entonces me pongo a escribir. Después de la comida, juego, juego y juego, dibujo y juego otra vez, escuchando las incansables pláticas de Constanza con fondo musical. Casi siempre terminamos cantando y bailando, somos dos niñas de tres años. A partir de las ocho de la noche recupero mis cuarenta años. Hago lo que quedó pendiente y me acuesto a leer o escribir. Casi nunca duermo antes de la una de la mañana, suelo quedarme despierta hasta las dos o tres de la madrugada. Cuando tengo insomnio, lo más seguro es que termine jugando cruzaletras o alfanuméricos por internet. La televisión casi siempre está prendida, pero es raro que me ponga sólo a verla, siempre estoy haciendo algo más o estoy en otro lugar de la casa. Es más como un ruido incidental. Cuando no están mi esposo y mi hija, hago duetos con Björk, Sinead O'Connor y cantantes varios.
Es la cotidianeidad de una escritora en vías de presentar su segundo libro. En febrero estará en la ciudad de México y en marzo en Querétaro.
¿Cuál es el rasgo que más deplora de usted mismo?
Mi memoria es pésima y sé que esa es una característica muy poco conveniente para una escritora. Tengo un amigo escritor que recuerda los libros que ha leído y no, de qué editoriales son, sus autores, los amigos y enemigos de éstos, los premios que han ganado, quiénes eran los jurados, lo que dijeron en una entrevista y quién los entrevistó, todo. Sé que mi mala memoria y mi constante distracción me van a hacer pasar momentos incómodos. Por eso agradezco que exista Internet, es una gran herramienta para substituir la mala memoria. Si no recuerdas del nombre de una autora, pero sabes que es húngara y que el libro que leíste de ella es una trilogía, lo tecleas y listo, ahí aparece: Agota Kristof. Aunque no se puede hacer eso siempre y en todos lados.
¿Qué le hace reír?
Algunas ocurrencias de mi hija, algunas películas de Woody Allen, el buen humor negro. A carcajadas, casi nada, quizás las cosquillas. Sonrío fácilmente pero soy de risa difícil.
Algunas veces me río en voz alta de algo que me cuento mentalmente.
¿Qué te hace llorar?
Lloro por impotencia más que por tristeza. Cuando algo me parece injusto y no puedo hacer nada por evitarlo siento ganas de llorar, a veces lo hago. Evito el drama y a la gente que se la pasa quejándose y llorando, pero en el cine sí disfruto llorar con la escena más dramática.
¡Oh, cómo limitarse al tremendo placer de llorar en el cine!
¿Si pudieras que cambiarías de ti?
Además de mi mala memoria, cambiaría mi inconsistencia, suelo comenzar muchas cosas con mucha energía y a la mitad o casi acabando, tengo otras siete ideas que ya quiero empezar y entonces lo que estoy haciendo ya no me parece tan interesante. Cuando algún otro escritor me dice que admira a quien puede escribir cuentos cortos porque él no puede meter toda una historia en tan pocas palabras, pienso que lo que es imposible, es hacer esas novelas con decenas de capítulos, cada uno con decenas de hojas. Llevo escribiendo una novela desde que estuve en la Escuela de Escritores de Sogem. La he retomado muchas veces y avanzo poco, porque borro mucho, pero en algún momento escribo una frase que me parece una maravillosa idea para un cuento y tengo que escribirlo. Tengo notas por todas partes, en cuadernos, hojas sueltas, servilletas y revistas atiborradas de frases, esbozos de capítulos e ideas que están escritas en todas direcciones y con letra diminuta.
En muchas ocasiones se fugan de mi novela personajes o palabras que terminan buscando refugio dentro de un cuento. Hay parte de esto que me gusta, quizás lo cambiaría sólo por ratos, por ejemplo, ahora, para terminar con este proyecto que lleva más de diez años.
A la inconsistencia de Yolanda la llamaría inquietud por la creación, por su propio arte. Es que además de escribir, es egresada de la Sogem, también es Diseñadora Industrial y por supuesto todo lo que estamos conociendo de ella. Pero los rasgos son característicos para estar en constante experimentación y producción. ¿Cuáles son las palabras que más usa?
Dime, cuento, Facebook, baño, no, sí, idea, hermoso, por qué, genial, ¿de verdad?, olvidé, diminuto, inmenso, ¡joder!
¿Cómo es la aventura de vivir en Querétaro?
En principio fue difícil para mi, el contraste es grande. Hay que desacelerarse, encontrar personas con las que pasar ratos a gusto y hacer amistad, acostumbrarte a que la gente no te devuelva el saludo si no te conoce, y al sol todo el tiempo en la cara. Ahora que ya llevo dos años aquí, he ido encontrando lugares, gente, cosas que hacer. Creo que, para sentirte bien en un nuevo lugar, específicamente en Querétaro, debes de ir más allá de las fachadas hermosas y limpias del centro y los lugares que antes visitaste como turista. Hay que meterse por los huecos, buscar los videoclubs de cine de arte, los talleres literarios, los restaurantes que no tienen grandes letreros y cartas impresas, los grupos que se reúnen en cafés y cantinas y hablan de arte o literatura en vez de gimnasios e iglesias. Eso lo iré haciendo poco a poco. Nunca antes me había mudado de ciudad. La paradoja es que vine a Querétaro buscando seguridad para salir a las calles sin miedo y ahora, paso la mayor parte del tiempo en la casa. Extraño sobretodo a mis amigos y caminar placenteramente. Esta ciudad, fuera del centro y algunas zonas residenciales, no está hecha para los peatones, no hay calles anchas o árboles que te hagan sombra. Algo que me encanta es poder darle libertad a mi hija, ir tranquila viéndola caminar metros adelante. No voltear hacia todos lados antes de bajar del coche o antes de salir de la casa. Creo que la aventura recién empieza, hasta ahora sólo me he estado aclimatando, que he sido como un cactus.
Ciertamente la aventura de vivir en Querétaro está comenzando, al menos en el terreno literario: El insólito mundo y otros seres imaginarios le dará otro sentido a la vida de Yolanda."
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