Lyúber
Köln, Deutschland
Hans está sentado ahora, en medio de la enorme calle comercial, Schildergasse, debajo de un farol. Es un punto estratégico por muchas razones, pero lo eligió solamente por el hecho de ser, ahí, más visible para los transeúntes que en cualquier otro lugar de la cuadra. La cuadra misma, claro, tampoco la tomó por casualidad, sino porque las tiendas más visitadas, las mejores, se encuentran alrededor de ese mismo farol. Hace años que Hans no se mueve de su lugar si no es para cumplir con sus necesidades fisiológicas más básicas y eso, no sin antes pensarlo. Como dice el dicho ruso, mide siete veces, corta una vez. Hans no siempre ha sido el hombre de mirada perdida que aparenta ser ahora. Sus ojos, lúcidos y brillantes, repasaban las líneas más difíciles del Ulises de Joyce o de la Rayuela de Cortázar de la manera más racional, esforzándose por comprender a la perfección la forma y el fondo de las oraciones, todas las sutilezas que el autor tenía en mente al trazarlas. Pero es hace años que el entonces joven austriaco perdió la luz de su vida, todo por culpa de un cuento de no más de unas cuantas páginas, que insistió en acabar de corrido para no pausar la experiencia literaria. El café en el que estaba con Klara, estaba en una de las calles que cruzan la principal, a tan solo media cuadra. Ella le dijo que deberá alcanzarla en la gran zapatería de cristal que hay a la vuelta de la esquina y él le prometió que en cuanto acabara de leer, le daría el último gran trago a su café y la alcanzaría ahí con más fuerzas de continuar con el frenesí consumista. Así, la vio por última vez, alejándose rápidamente, con su peculiar forma de caminar, moviendo los hombros y las caderas al mismo tiempo, un poco masculina, pero también suave y hasta un poco frágil. La perfección hansiana. Al terminar el cuento, el hombre sonrió y decidió, después del trago último de café y de pagar la cuenta, que lo primero que le diría a Klara al verla sería cuanto gustó del texto. Comenzó incluso a imaginarse las palabras exactas con las que se lo diría, la mirada dulce que recibiría a cambio al contarle que el cuento trataba de un tipo que vomitaba conejos, y que el autor era argentino y era una carta para París, un cuento epistolar, y que estaba fascinado por la levitud del narrador. Caminó al cruce y miró a sus lados sólo para percatarse de que, en realidad, todas las tiendas podrían llamarse de cristal, todas y cada una eran grandes, y la mitad zapaterías. Recordaba que ella le mencionó algo de una tienda específica, que estaba a su mano izquierda y que era en donde siempre compraba sus zapatos. Hans entró a todas las tiendas en su camino. Primero tranquilo, seguro de que el destino, de una u otra forma, lo llevaría a su amada. Luego desesperó, corriendo de un lado a otro de la cuadra y pensando que ella no pudo alejarse tanto, que debía estar por aquí cerca. Las violinistas, dos estudiantes del conservatorio que tocaban en la acera para hacerse de unos euros, ya lo miraban con ojos inquisidores, ya lo reconocían perfectamente en su frenética búsqueda. Cansado, Hans decidió que se sentaría en mitad de la calle a esperarla pasar y eligió el lugar más visible, a los pies del farol más céntrico de por ahí, rodeado de zapaterías grandes y cristalinas. El hambre que comenzaba a sentir no fue un impedimento, pues los cigarrillos sobraban por ahora y tenía miedo de que si se alejaba, Klara podría pasar buscándolo sin siquiera pensar que él estaba sentado hace sólo unos momentos en ese preciso farol. Así pasó la primera semana, sin comer ni pasar a un baño, sucio, sentado en el aro de luz amarillenta, como un ángel caído, iluminado aún por los últimos rayos celestiales, de los que su reciente amo olvido despojarlo. Y aunque hubo gente que se le acercó tras ver su mirada maniática que buscaba hambrienta a Klara entre las filas de compradores, a preguntar si se encontraba bien, él sólo meneaba la cabeza y decía que perdió al amor de su vida, que es algo que la mayoría interpretaba como un hecho trágico, pero sin relación alguna con la calle transitada en la que se encontraban. Buscando se pasó los meses. Los ahorros de su vida malgastándose poco a poco en salchichas calientes del kiosko de al lado y el mantenimiento de un cartel gigante que decía Klara, heirate mich. Un día se le ocurrió que debía hacer ruido, para tener más presencia entre la gente, así que consiguió dos botellas de vidrio y una de plástico y comenzó a golpetearlas rítmicamente, llamando la atención de los que no le interesaban. Ahora, Hans es un músico callejero. La melodía de La mbada, que aprendió a tocar con botellas medio llenas, medio vacías de agua, se reconoce en el mundo entero como un himno al amor perdido entre los conocedores de su historia, y como una ocurrencia curiosa entre todos los demás y Klara, la culpable, se convirtió en una leyenda urbana, que rondaba en harapos por entre los turistas y las jardineras de Frankenwerft, en el Rhein, a unas cuadras de las grandes zapaterías.
Pero Hans no lo sabía y decírselo hubiera sido fatal para ambos, tan acostumbrados a saber muerto al otro. En todos esos años, se convirtieron en seres distintos a los simples mortales, a los humanos. Sus vidas dejaron de depender de necesidades mundanas, y se centraron en la búsqueda interminable del otro y así, fueron purificados por su esfuerzo. Encontrarse de nuevo, después de los años de inmundicia callejera y la locura constante los destruiría, así que decidí no entrometerme en los planes de nuestro Señor, pues es Él quien nos ha creado y Él quien nos rige, y tengo fe en que, pronto, el destino que guían sus manos reunirá a los dos amados y serán ellos, por su amor tan puro, los agraciados, los responsables de darle al mundo a un nuevo profeta, al Jesús de los nuevos días. Será Él, quien nos salve a todos de la miseria de este mundo y nos permita escalar la pirámide kármica y llegar a la reencarnación buena en la vida próxima, tal y como lo ha prometido el primer Jesús, el Jesús de Nazaret, tan brutalmente asesinado en sus años de Gloria. Y se abrirán los Cielos, a su nacimiento, y del firmamento se extenderá la mano amorosa de Dios, Nuestro Señor, con un regalo de luz para todos nosotros, los creyentes, y castigará con un mazo de hierro y una espada de fuego a todos aquellos que han osado desobedecer, y se abrirá la Tierra, mostrando sus entrañas de fuego y gritos de dolor, y caerán los pecadores en las manos putrefactas del Señor de las Tinieblas, Lucifer, y pagarán sus pecados en sangre. Créanme, damas y caballeros, que Dios no me deja mentir y de dejarme, ejecutará sobre mí grandes venganzas con terribles represiones y sabré que Él es el Señor cuando haga venir su venganza sobre mí, ante todos ustedes, Amén.
Periódico Viento Inconstante
Septiembre 2011
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