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Apunte de viaje #2

 

 

 

Faro, Portugal

 

 

El aire, como dicen, no es lo necesario para el que se anhela escritor, sino el tabaco. Y así, las cenizas caen como piedra sobre la telaraña de la esquina y forman dibujos mágicos, que lejos de relatar fábulas con moraleja, hablan más bien de la desdicha que sí existe. La decidía del momento deprimente, de la condescendencia hacia uno mismo. Tratan de contestar a la pregunta clásica de la literatura clásica de la Rusia Imperial clásica; ¿qué hacer? Pero, como pasa a menudo con cualquier intento, fallan miserablemente. Así mismo fallo yo en mis intentos por mantener el statu quo en la felicidad. Es un arma de dos filos, ese sentimiento de plenitud total, de balance kármico y un bienestar total. Por un lado, todos queremos estar satisfechos en la vida, felices de levantarnos cada mañana y bostezar al lado del ser querido justo antes de plantarle un beso en los labios y ducharnos, listos para ir a trabajar en algo que nos apasione. Pero por otro lado, también, al mantener ese preciso estado de plenitud por un tiempo prolongado, nos cansamos. Nos falta la adrenalina del exhaustivo luto espiritual y rompemos relaciones diplomáticas con todo aquello que nos era tan cómodo durante tantos meses, sino años. Y luego, en nuestra nueva búsqueda de la felicidad, en medio de un choque psicológico interno y una explosión masiva de creatividad, añoramos los días del status quo, en que las cosas eran más fáciles, más delicadas y simples. Las horas que pasábamos sin tener que pensar en cómo cambiar el pasado.

 

 

Julio 2011

 

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