Velia tiene las llaves de la luz.
Santiago de Querétaro [1998 – 2004]
Las sombras de la aurora
El Sombras, con su aullido de galaxia,
despierta otros ladridos en la noche;
el viento le revela los secretos,
las rutas de la ofrenda,
las flores del instinto,
cautivos en las hembras que se ocultan
atrás de los cristales de la aurora.
Fidencio clava a fondo la mirada
en todos los rincones de la angustia;
sus ojos son dos ascuas que se extinguen,
luceros de cenizas,
espejos de las brumas;
aunque, ávidos, espulgan en el vientre
de todas esas sombras que se agitan
atrás de los cristales de la aurora.
Madrugadas de cal,
de yeso y de basura,
caminos que conducen a la nada:
paredes de silencio los rodean.
La luz de las estrellas se hace brisa
que lame las heridas que ambos llevan.
El Sombras se detiene y olisquea
las manchas en las bardas y los astros;
Fidencio va de frente hasta la esquina,
arando con su pierna viejos surcos;
la sombra gris de El Sombras se le aparta.
El perro juguetea con la luna;
parece sostenerla en el hocico
y salta por encima de su rueda.
Se vuelven a reunir más adelante,
se miran y del mundo son los dueños.
Mendrugos de quebranto han compartido,
estrellas vacilantes, piedras romas.
Como aves que se pierden en la bruma,
Fidencio con El Sombras,
El Sombras con Fidencio,
son una misma lámpara en la calle.
El Sombras y Fidencio ni se miran;
les basta compartir el mismo viento,
la misma oscuridad,
un solo amanecer,
idéntico dolor y desamparo,
la misma aurora turbia en que descubren
que es una misma sombra la que pisan.
Rastro de la voz
Octavio Paz,
in memoriam
Las alas de tu voz –alas de pájaro
detenido en el aire para siempre,
de pájaro de plumas de palabras:
ave mortal y espesa, nave de agua–
sostienen la memoria en el abismo,
río por el que te escapas sin nunca irte,
mar en el que no puedes naufragar
sin que la humanidad zozobre un poco
en tu naufragio.
Te vas, mas permaneces en nosotros.
Te ocultas, pero el eco de tus pasos,
tus palabras, tu voz de agua y de fuego,
la huella de tus pasos como rastro
de sangre en las palabras que nos dejas,
delata tu presencia entre los vivos.
(20 de abril de 1998)
Jalapeña
para nadine
La muchacha desciende por la calle de Lucio
con la tarde en sus hombros; y en sus ojos abiertos
puede caer la noche, como cuando una mano
se posa en los cabellos e intenta una caricia.
La muchacha camina por la calle de Enríquez,
como si caminara por los rayos del sol.
Se dirige al café, mientras lleva en las manos
la rosa regalada por alguien de sus sueños.
Junto a ella, la gente va rumbo a sus casas.
Nadie sabe el milagro; nadie mira su rosa.
Por la calle de Lucio ha pasado mi prima.
Por la calle de Enríquez va camino al café.
Cuando dobla la esquina, va cruzando la niebla;
una rosa en su mano da calor a su pecho.
(10 de agosto de 1999)
Una luz más tolerable
Ya no quisiera amarte tanto,
ni pasar por las mismas calles
que tú ensucias con gestos pulcros,
como si no supieras nada
de las miradas que quebrantas
con la luz de esos gestos amplios
como alas de un pájaro azul
que se confunde con el cielo;
ni por los parques de neblina
que tus pasos han ensuciado
con su impecable transparencia,
inmaculados pasos blancos
como la noche... si la noche
fuera blanca, como tus pasos.
Ya no quiero más tus miradas
inocentes y luminosas,
ni que ensucies de luz mis calles
cuando pasas sin detenerte,
cuando pasas sin enterarte
del polvo y su realidad.
Tanta luz, tanto sol ensucian
el mundo. Ten piedad de mí
y recoge todas tus luces,
que no encajan en las tinieblas
donde habitamos los mortales.
Ya no atentes contra la vida,
de pensamientos sucios, pero
elegidos entre las sombras
y las luces, entre lo insípido
de la virtud y los fulgores
terrenales de la avaricia
por la carne, y sitios oscuros
donde el canto de los borrachos
y los rezos de las rameras
son una luz más tolerable.
El ave más hermosa y más ave del paraíso
Una imagen del paraíso,
una imagen del ave
más hermosa del paraíso,
una imagen del vuelo del ave más hermosa
y más ave del paraíso...
Ese pájaro de tus manos,
esas alas flexibles de tus brazos
y esas plumas tan dúctiles
de tu gesto que emprende otros vuelos, más ágiles,
de tus hombros como agua que se espesa
y, no obstante, no pierde su fluidez,
ni pierde la redonda transparencia
donde buscan los peces las verdades de siempre.
Esa imagen de los crepúsculos,
por donde buscan las palomas
las pequeñas verdades cotidianas,
y los árboles los ritos de la lluvia,
y las nubes la luz de tu mirada.
Es tu cuerpo el que se ha elevado
por encima del estupor;
ha llenado de cúpulas la tarde
y estragado las fuentes del olvido.
Esa imagen del paraíso...
Esa imagen del ave
más hermosa del paraíso...
Esa imagen del ave más hermosa
y más ave del paraíso...
Tenemos tantas cosas que decirnos
Tenemos tantas cosas que decirnos
y el tiempo es esta nube tan pequeña,
tan frágil, con frecuencia detenida
y a punto de romperse...
Tenemos esta flor en nuestras manos
y es nuestra, de nosotros,
de dos que se encontraron.
Aquí tenemos ya la primavera;
el cielo se ha posado en tu mirada
y en la forma que tienes de dejar
que las aves emprendan su retorno;
la aurora, en tu manera de mirar
y no mirar, la cristalina forma
que tu mirada tiene de perderse
en busca de tal vez otras comarcas
y, tal vez, otros mares y otros cielos;
esa forma de ave de tus pasos,
y esas luces que pasas encendiendo
con las manos repletas de otras luces.
Aquí tenemos ya la primavera,
aquí la flor, la nube,
y el tiempo de decirnos tantas cosas.
Lo bueno de la lluvia
en tu cumpleaños
Hay estrellas desviándose del rumbo
y orillando a la aurora hacia otros sitios;
pero tú estás aquí,
y septiembre es un mes de dos colores,
como todo en la vida.
Con las lluvias de este año hemos crecido
y hay manchones recientes en los muros.
Lo importante es tenerte entre mis brazos,
tachar el calendario en ciertas fechas
y hacer como si el tiempo no pasara,
aunque haya alarma en todas esas nubes
que espesan el color de algunas tardes.
Hay días en que el camino es cuesta arriba
y una sonrisa tuya me lo allana;
entonces todo es fácil,
o así me lo parece,
como si hubiera pájaros con rumbo definido
y hubiera siempre pájaros.
Lo bueno es que tus manos y tus ojos,
y el largo gesto curvo con que amparas
nuestras vidas, están siempre presentes.
Hay naves que zarparon desde marzo
y encuentran en otoño el viento más propicio.
Lo bueno de la lluvia es cobijarnos
bajo un mismo tejado;
lo bueno de las manchas en los muros
es que dicen tu nombre este septiembre.
(20 de septiembre de 2001)
Allí donde has pisado crece un dios
Hay algo en tus pezones que me habla de la luz,
que me dice en secreto cosas limpias,
como el pregón de estaño de la luna;
hay algo en tus pezones como el látigo,
y algo brillante y terso,
como el rumbo sin tregua del deseo.
Allí donde has pisado crece un dios
y se doblega el polvo de lo eterno.
Hay algo en tus caderas que mide la distancia
como se mide el cielo, a simple vista,
como si hiciera falta dejar pasar las horas
antes de penetrar los aposentos
donde la aurora ha consumado el rito
y los astros derraman, como un néctar, su luz.
Hay algo en tus caderas que confluye
hacia el sitio sagrado de tu vientre,
donde un fuego se yergue y nos contempla.
Allí por donde pasas, pasa un dios
con las antorchas encendidas siempre,
con candelas eternas, con candelas de amor
para poner la luna en otro sitio.
En tus muslos hay algo sideral,
una canción azul,
y en tus pies esa forma de la vida
que aparece después de la tormenta.
Hay algo en tu cintura... En tu cintura...
que parece que arriban olas nuevas
a una costa infinita en que la arena
ha formado la imagen de una diosa.
Allí por donde vas caminan los luceros,
y algo que se desprende de la noche
inaugura los ritos de la aurora.
Hay algo en esa luz, en tus pezones,
en la forma que tienes de acercarte a mi cuerpo
con el cielo amarrado a tu cintura,
con las trenzas del viento entre las manos...
algo donde los astros se desangran
y derraman su sangre silenciosa.
Cuando vas por los rumbos de la luz,
esa luz se desprende de tus pasos
y es ese algo que encuentro en tus pezones.
Velia tiene las llaves de la luz
Velia tiene las llaves de la luz;
es ella quien enciende los faroles
en mi pecho, y enciende la fogata
de mis días. No importa lo nublado
que esté el cielo, sus manos lo despejan
y erigen un altar para la vida:
esta vida que empieza en sus caderas
y sigue por su forma de mirar,
como si hubiera signos de fatiga
en la tristeza, como si con alas
de espuma los presagios abrevaran
en la hora más alta del recuerdo;
esta vida que empieza al amanecer,
cuando Velia la estrecha entre sus senos
como a un recién nacido de la aurora.
Velia tiene esa rara habilidad
de detener el curso de las aves,
convertir el silencio en una música
y hacer más transparentes las palabras.
Ella lleva en sus manos los braseros
y, en sus hombros, la luz ha colocado,
como un gesto de Dios cuando oye un rezo,
los contornos del tiempo en las alturas.
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