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Un visitante

 

Alguien dejó la ventana abierta. El viejo giró lo más que pudo la mirada y la volvió al principio, ya no tenía fuerzas ni para quejarse. Estaba solo después del alboroto del día: llegó familia desde muy lejos a despedirse de una vez. Sus huesos estaban tan rígidos que tenía la impresión de tener unas barras de plomo en su lugar.

     Alguien dejó la ventana abierta. La cortina ondeaba como velo de novia entre la penumbra, el viejo sentía que se acercaba el momento, deseaba que le llegara estando solo en medio de la noche y sin ningún grito en su garganta desgarrada para pedir la última ayuda. Su tiempo había pasado desde hace unas semanas y ahora no hacía más que echarse a perder lentamente.

     Alguien dejó la ventana abierta. Su garganta ya no aguantó la sequía y casi arremete una tos incontrolable que le hubiera arrancado los pulmones de su lugar. En vez de eso, se puso morado, la tos no germinó. Estuvo morado durante un largo silencio y después el sonido gutural que daba paso al nuevo respiro, a ese que el viejo creyó, ya no llegaría.

     Alguien dejó abierta la ventana, se volvió a quejar mentalmente: ¿quién pudo haber sido capaz de olvidar algo así?, ¿lo habrán hecho a propósito? Otra vez giró la mirada lo más que pudo. Detrás del velo de novia le pareció que ondeaba algo más. Ahora sí es el fin: sólo los demonios podrían alcanzar la ventana de este piso, ya vienen por mí. Esperó unos instantes, alargó la mirada pero una torcedura en el cuello lo obligó a volver. Dejó que los demonios hicieran lo que les viniera en gana. Sintió pesados los párpados, el silencio lo había arrullado, creyó que se iba a quedar dormido. Ojalá que este sueño sea el último, pensó.

     Un sonido veloz lo hizo volver a entrar en vigilia: hay alguien detrás de la ventana. El viento zumbaba como a mechones papel de china. El viejo sintió un fuerte dolor: ahora sí, esta vez será el corazón, he llegado al fin.

     Pero nada de eso ocurría, su final todavía guardaba un secreto. Esta vez no fue necesario girar la mirada, alcanzó a ver, de reojo, cómo una silueta rojiza pasaba débilmente como un recuerdo antaño por detrás de la cortina. El viejo quedó como momia, ni siquiera sus pensamientos fluyeron altivos como siempre.

     El velo también tuvo miedo, ya no ondeaba ni un poco, pareció volverse más nítido, más diáfano, más cristalino, y a través de él, el viejo pudo reconocer unos ojos no humanos, ojos fuera de este mundo, encendidos. Se percató de que detrás de la muerte, los demonios lo esperaban. Sintió un vahído e intentó pedir ayuda pero su boca ningún sonido emitió. 

     La silueta rojiza se volvió a deslizar pero esta vez más rápido. El velo de novia dio un vuelco y el viejo alcanzó a ver la cabeza de un dragón enfurecido esperándolo del otro lado. Un dolor punzante lo abrazó, pidió a los demonios que se lo llevaran antes de continuar con ese terrible castigo. El velo parecía levantado por manos invisibles, esta vez el dragón se detuvo en la ventana durante un largo silbido de viento para dejarse ver en todo su esplendor.

     Era un dragón con ojos en llamas y lengua desquiciada. El viejo sintió ahora sí al corazón comprimirse, el dolor lo hizo enderezarse de la cama y en un segundo perder toda su fuerza. El dragón giró, mostrando su otro perfil no menos aterrador, se detuvo un instante y enseguida hizo un gesto como si fuera a entrar a la habitación, de inmediato, el viejo fue apagándose lentamente hasta olvidarse en un sueño silencioso.

     A través del crepúsculo se alcanzaban a distinguir las siluetas de dos niños jugando en el patio; uno le preguntó al otro: ¿crees que al abuelo le haya gustado mi cometa?, la hice especialmente para él. El otro contestó: Tal vez, pero vámonos, ya está oscureciendo.

 

 

 

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