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Un fantasma.

 

 

Algo se ha metido en mi cabeza

como una vértebra de ala

como un monosílabo del tótem 

crucificado en el caldo de la abuela

porque es ahí, en mi cabeza,

donde escuché al paladar sopear con la lengua, 

pero no del todo una palabra

más bien un grito sin aridez en la garganta

que se ha acomodado en el camino del sujeto que lleva al predicado: 

gramática de la acción conjugada en mi cerebro.

 

¿Dónde está la última cena que saborea la muerte que habita en el lenguaje?

       En donde tú

                    y yo

                           y nosotros gozosos.

 

Y las palabras se me atoran en la lengua, en la lengua, en la lengua. 

 

 

 

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