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Trayecto.

 

 

 

 

Ya lo huele, se agita en el éter como torbellino

andando una calle humeante de acre pervierte

anemona fuerte, belladona, camomila silvestre

cincoenrama potente, cólquico, estramonio acre

mandrágora, matalobos, yerbas mágicas y pino.

 

Bajo perfecta nube de los Cárpatos en Hungría

halló una secta lesbiana y flagelante, aullando

frailes del monasterio su travesía imprecando

al país más salvaje de Europa feudal habituado

jugo de topo, abubilla, cicuta; cánulas, sangría.

 

Con gran pompa, rodeado al cuello lienzo rojo

vio la muerte del rey transilvano en tajo agreste

cabeza cortada, cosida al cuerpo se expuso éste

con ungüento y esencias turcas luego del tueste

testa pálida, luenga barba, aún abierto un ojo.

 

Pasó un tétrico panteón donde salen de la tierra

las manos de una niña que abofeteó a su madre

observó al niño podrido dentro un caballo aladre

asimétrico, donde una copa de vino era la sangre

kilométrica irracionalidad que el mundo encierra.

 

En Bohemia, entró al templo dedicado a Saturno

estatua policromada, indestructible circo sagrado

prédica, porvenir, conjuros; malasuerte manando

recogió nísperos, comió, era un pintor necesitado

al instante contratado por vagabundo y taciturno.

 

Llegó a un laberinto de piedras grises, subterráneo

los músicos eran zíngaros, inmensa soledad, cálida

Erzsébet Báthory tenía ojos negrísimos, escuálida

cualquier verdad inválida: pardo lienzo, ella pálida

acabó el retrato horrible, tenebroso y espontáneo.

 

Ya lo huele, es el fermento de la calamidad misma

un pergamino escrito con sangre de gallina negra

último fondo que al desenfreno máximo se integra

alegra, en mucho, cual deleite de una obra íntegra

lo tiene de frente, rodeado de repugnante miasma.

 

No se supo más de él, supongo lo pinchó con alfiler

mordió su hombro, masticó su carne y todo su ser

al parecer nunca volvió a poder emprender trayecto.

 

 

 

 

 

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