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Solitaria

 

 

La noche caía junto con la lluvia intensa; golpeaba las paredes gruesas de la catedral. A veinte metros de altura se hallaba la gárgola solitaria, en espera de recobrar vida una vez más. Cada noche traía consigo soledad, el calor de la piedra se concentraba en el centro de la estatua y le permitía andar por la bardilla que rodeaba la cúpula principal.
     Algo inimaginable llegaría para la gárgola. Una nueva construcción al otro lado de su esquina, también recobraba vida. Cuando se encontraron de frente, la gárgola se asustó; parecía un espejo reflejando su triste figura animada.
    La otra gárgola comenzaba a preguntarle cómo había llegado allí, quien la había creado y como podía sobrevivir a gran altura. La insistencia y cuestionamientos la ponían nerviosa, no hizo más que presentarse y regresar a su esquina para ver salir el sol.
      --Mi nombre es Drako-- acto seguido caminó a su esquina, vio salir el sol y la vida se fue con la oscuridad.
 
Otra noche más llegó a cubrir el cielo y Drako nuevamente revivió. La gárgola nueva comenzó a invadirlo nuevamente de preguntas. Drako comenzó a explicar lo que eran y el fin que tenían: asustar a las palomas y darle un toque gótico a la catedral.
     Cuando la gárgola observó sus alas gigantescas preguntó a Drako si podían usarse para volar. La pregunta llegó como espina a su ser, pues era una de las impotencias mezquinas más grandes que sentía; tener alas y no poder volar.
     Drako explicó que debía acercarse a la orilla, dejarse caer 10 metros para después expandir sus alas y así poder elevarse en vuelo.
     La gárgola asintió y lo intentó, con nerviosismo e intriga, se acercó a la orilla, juntó sus alas y se dejó caer. Drako observó la caída y como la piedra se destruía en el piso, para que nuevamente el silencio y la soledad permearan en su inocencia nocturna.

 

 

 

 

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