Sol de medianoche.
Aquella sería una noche como ninguna, pues sería la noche en que Nicolai Dolgosheev dejó de saber si estaba vivo o muerto.
Él sabía que no había nada mas que resplandeciente nieve sobre la plaza roja en San Petersburgo. Nicolai, un joven de piel de lienzo con apenas dos manchones de algún color sin importancia que formaban sus ojos ciegos, se había perdido. Era la primera vez que Nicolai dejaba el hogar, a sus diecitantos. Su sobre protectora y ligeramente excéntrica madre nunca le había dejado salir de su habitación. ¿Y para qué? si su economía le había permitido simular un paraíso en casa.
Nicolai vestía siempre con suaves túnicas de seda, como si se tratase de un niño hecho deidad, y tenía el vago recuerdo de la voz de su madre cantando una canción mientras escuchaba sus tacones danzar a su alrededor y percibía el olor a humo de cigarrillo. Cada vez que terminaba, la señora se ponía delante de su hijo y le preguntaba "¿de que color me vez hoy, Nicolai?" Y pobre niño, el cual nunca comprendió lo que su madre le explicaba que era un color, se encogía de hombros y susurraba "de todos colores madre, de todos"
La pálida luz que azotaba la cabeza de Nicolai semejaba el ala de un cisne volando alto hacia el sol. El nunca entendió la gravedad del frío, en realida había pocas cosas que sabía: sabía hablar ruso, ucraniano, fenka y surzhyk, sabía como preparar un vodka tonic para su madre sin derramar una gota, sabía identificar cada uno de los ballet de Stravinski.
No sabía lo que era la maldad o el llamado pecado, ni sabía decir que tenía hambre o frío o calor... y nunca sufrió enfermedad alguna. Pero ese día, un día cualquiera y sin mayor relevancia, Nicolai Dolgosheev había sentido en el pecho lo que él asumió era "la curiosidad del que sí ve", y sin pensarlo mucho, corrió hacía el calor del rayo de sol que sintió en cuanto abrió la puerta de la casa.
Nicolai ignoraba que pronto esa calidez inicial de su correr y de la emoción de su libertad, se iría con la repentina ventisca sólo él sintió. Su túnica debía ser una broma de mal gusto contra el poder de los terribles copos de nieve que sentía sobre sus cabellos. Pronto pensó, que en vez de paja, su cabeza perecería de escarcha.
Habían pasado ya demasiadas horas, y seguía sin encontrar gente, la mítica gente que debía habitar la ciudad. Ya había tropezado más de una vez, pero no se rendía: suponía que eventualmente encontraría a alguien, antes que el anochecer hiciera de su ceguera, en vez de un vacío brillante, una nada de oscuridad infinita.
Pero la noche no llegaba, y ese ataque húmedo que caía del cielo lo hacía temblar. Su cuerpo temblaba y ya no quería que siguiera andando. Y la noche no llegaba.
Nicolai Dolgosheev cayó sobre su nieve por última vez a las 4 de la mañana, sus ojos viendo todos los colores de la luz mientras el sol de medianoche llenaba de su magia crepuscular la plaza roja de San Petersburgo. Había algo más que que él no sabía. Las Noches Blancas en Rusia, ocurren durante el lluvioso y cálido verano. Pero su madre alguna vez le había advertido: Nicolai, la nieve es fría, mata al que pasaba mucho tiempo en ella y es de un color al que llaman blanco.