Sobre el primer curso de creación literaria para jóvenes de la Fundación Mexicana para las letras.
Estimado comité de organización:
Se necesita confianza y sobre todo valentía para organizar un campamento literario. Más aún cuando los scouts son un grupo de jovencitos. De la experiencia podrían escribirse desde una reseña hasta un cuento. El cuento (que le hubiera divertido contar a Bolaño) comenzaría más o menos así:
“Nos conocimos en la sala de conferencias de un hotel lujoso un día de tormenta”
Veintitrés muchachitos. Siete poetas. Cuatro dramaturgos. Siete narradores. Cinco ensayistas y un jovencito (probablemente el más talentoso de todos) que estaba convencido de ser la reencarnación del escritor mexicano Juan García Ponce.
Por su parte, la probable reseña, con cierta seriedad, concluiría diciendo que el seminario de creación logró su objetivo: alentar a un grupo de jóvenes desbocados a escribir una obra maestra. Al parecer podíamos ganarnos la vida escribiendo.
En las distintas sesiones que integraron el taller fueron desfilando frente a nosotros muchos hombres importantes, que hablaban, naturalmente, de cosas sumamente importantes. Desde la relación que existe entre Cervantes y la tala de árboles a nivel mundial hasta la vanidad de Montaigne. De nociones de teatro antropocósmico, hasta las aventuras en la Casa del Lago allá en los setentas. De la obra perdida de Amado Nervo a los viajes sentimentales de D.H Lawrence.
Ideas atrevidas, ideas afrancesadas, ideas obsoletas, ideas geniales, muchas ideas, las ideas suficientes para retirarse a una cabaña a meditar sobre ellas. Pero de nuestros brillantes conferencistas, de sus importantes ideas, de sus personalidades, de todos esos datos y definiciones que seguramente voy a olvidar, me quedó un pensamiento (que la mayoría de las veces me viene con fuerza sentimental):
“La literatura como método para explicar la realidad”
Del pensamiento se desprende una pregunta que fue formulada y reformulada a lo largo del curso ¿Cómo vivir haciendo literatura? La respuesta se supone que vamos encontrarla escribiendo.
La literatura como forma de vida me repito extrañando los jardines prehistóricos de la Universidad Veracruzana. Miren, sin darme cuenta acabo de escribir otro principio de cuento. Todo es cuento, escribe mientras no estés escribiendo.
Pero regresemos a la reseña, no es momento de ponerse experimental. Volvamos a concluir, del curso me quedaron ganas de escribir, de escribirlo todo, de escribir hasta que ya no me queden fuerzas. Eso por parte de las conferencias, pero, estimado comité de organización, el curso se dividió en dos partes, la parte en la que ustedes nos conocieron y la parte en la que nosotros nos conocimos. Todo esto fue de noche, cuando nos veían abordar un taxi y sospechaban que al día siguiente nos encontrarían desvelados. Así empezó la segunda parte del curso, donde todos nuestros maestros nacieron después de 1987.
Inmaduros y solitarios, con un fajo de billetes y ninguna autoridad que regulara nuestro comportamiento. Otorgarle 10000 pesos a un adolescente no es siempre una buena idea. En un principio, sospechando del talento de nuestros compañeros, nos acercamos con timidez a presentarnos hasta darnos cuenta de que estábamos compartiendo el mundo del que algún día tendríamos que escribir, o bien del que ya estábamos escribiendo. La celeridad, la demencia, el espíritu de una generación formada en los turbulentos años noventa. Nacimos después del 87, nos encanta Joy Division y estamos dispuestos a entregarlo todo al momento de escribir.
—Sabes, vamos a morir, me dijo un poeta de 19 años víctima de unas copas y un arrebato de neurosis juvenil.
—Decir te amo a alguien, es decirle tú no deberías de morir nunca, nos dijo Hugo Gutiérrez Vega acariciándose las barbas de explorador de montaña.
Confirmando que esto es un cuento porque se encuentra en el contexto indicado, ahora deja de serlo y adquiere el tono de una carta (en cursivas y todo), de una carta escrita a un amigo, de una carta escrita para leérsele a escondidas.
Me enamoré en Xalapa. Me emborraché en Xalapa. Escuché conferencias inolvidables, me aburrí en algunas clases, merodeé por los pasillos desvelado, hice apuntes emocionado, lloré al borde de la cama y llegué a Querétaro con el firme propósito de escribir una obra de cuentos. No sé si mi novela vaya a ser buena pero ojala el pulso y entusiasmo transmitido en el seminario me acompañe a lo largo de mi primer libro de cuentos.
Anselmo Villarreal. 2009