Simpatía por el supermercado.
Con ánimo de perder el tiempo,
perder mi rostro de niño,
perderme de la mano de mi madre
(como ya hace quince años),
o perder el amor a la pérdida,
transcurro estos mismos pasillos:
congelados, cereales y farmacia.
Ofertas:
lencería, juguetes y enlatados.
Las salsas saludan como un ejército de precios,
y la sal yodatada ha venido a curarme el alma.
La música del ambiente me recuerda a Chick Corea
(aunque sé que no se trata de Chick Corea,
y que las cajeras y personal de carga no sabe siquiera,
quién es Chick Corea).
Me he detenido a echar un ojo a los revisteros de las cajas:
las mujeres tan bellas, tan semidesnudas como siempre;
lo "Insólito" de siempre
y las mismas filas, tan incansables como siempre.
Escucheo el tintineo del cobro de productos.
Yo sólo he comprado un disco de Aloindra De la Parra.
Tanto miedo.
Tanta nostalgia.
Tanta marca.
Tanta muerte.
Hay que reconocerlo:
la vida tiene sus días.