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Sextante.

 

 

 

Abrió la noche su contorno depositada por el mar; rama inclinada y amarilla la que llevaba el viento a horcajadas de la costa.

     Como ojera roja de buey arando, los hombres se sentaban sumando al tráfico terrestre su don de tesitura, y en la palabrería desenredaban el vaho lechoso del tren por el suburbio.

      La hora venía dada en la vigilia, bajo el remanso tibio de los astros despeñados, y la vacante ilusa del decoro.

Allá, donde las lanchas sueltas mecen el mar haciendo un hálito del sueño, se habían desmoronado los espejos, y el día latía con el brío del caballo sobre el cabello verde de las barcas.

 

****

 

Hay un alfil dormido en ese reino, dejado caer el ancho bucle herido, en los tambores negros de las aguas.

     La noche, Chavela, mientras el mar golpea la cintura de la costa, daría la voz despierta de lo eterno, por una sola tibia borla triste de tu falda; piedras que aprietas en tu pecho negro.

     En esta hora la oración del mar me será al fin revelada yendo a ras de su contorno, vendrá del sueño esta mañana la espuma cuajada de luceros, acartonada y única, como el remanso tibio de las olas en el columpio verde.

     Allá los hombres de letanías municipales, con las calles decoradas de papel picado, la fanfarria al ras de los metales, y sus grandes héroes sin fortuna.

 

****

 

Antes que la noción de mar urdiera el equilibrio, en la calle sólo se escuchaba el deterioro de los astros al chocar contra la costa, la bocanada verde de la ola al fraguar congelaciones, manos líquidas, o lengüetadas, por donde fui subiendo.

    Antes que la noción de mar trajera al infinito rodando por la arena, en las inmediaciones del golfo cubierto de arrabales, en los márgenes del este por los ríos, la decoración de los espejos databa siglos que en la fe no hubieran encontrado tesitura, la historia era un sencillo resplandor contra las valvas, y el címbalo golpeando en los mercantes aullaba en las bitácoras del rudo ruiseñor de piedra levantado en la rotonda, en las afueras del colegio.

     Desde luego que era un niño plantando caracolas, desde luego que el mar siempre ha sido a solas mi instrumento: he aquí que lo he llevado cada vez que me desnudo, y cuando alguien me dice que estoy lejos, le hago un silbido parecido al de la ola pelándole los dientes.

     Y no sé cuando empezó el mar a latir en el reflejo, llegaba el viejo tren atesorando tumbos, y al despertar saltó de en medio de las rocas, me aleccionó partiendo las edades, hasta que allá, solo quedaron extranjeros.

 

****

 

Ah, que saciedad de pelícano en desvelo bajo la densa pueblerina de los árboles, que soledad dueña del día supurando: en las lavandas marítimas del astro el perro color de oro anular de los suburbios, y hacia abril el mar en vela como un dios crepitantemente húmedo.

    Te daría la ansiedad pero me harían falta aquellos signos: son como una gota de agua que al salir del seno se envejece, y es como robarle un beso al mundo esmerado en las redes de los barcos.

      Bajo los insipientes claros del jazmín, en la maleza desorbitada, sobre el cactus de los montes, solo florece el agua, y su anchura de navío condensa el vaho gris de los suburbios.

 

****

 

Ahí en el ajedrez busqué una noche más perdida que las otras vulgares que recuerdo, nunca la encontré, en cambio hoy me han venido a dejar esta mirada, los timbres cálidos del tiempo.

    Vagamente ha despertado en el rosal su horma, clara en la cruel vegetación del patio, acaso entre las Nochebuenas, como un barco lúgubre bosteza rodeando la ensenada, y al cabo de los mitos se recuesta adornada solo por el claro sin sabor.

    Pero es que en esa noche dilapidada, en el espacio que aguzan las abejas, aún no puedo distinguir su forma, como si tiempo y sueño y mar y muerte me enramaran, y río abajo continuara dormido navegando el espacioso vaho de mi suerte en ese inútil golpeteo de cántaros.

   Las caracolas del otoño fueron los pendientes, de sus orejas largas y salidas, bajo el extenso arrullo de su boca, siempre creí en dos manantiales que fluyendo me mojaban dejándome sentir calor con la corriente.

  No fue sino mucho después de las miradas, en la extremaunción natural de todas estas cosas, que empecé a extrañarme del latido: bajo el rigor del mismo patio que me aclara, en esa vieja relación que uno guarda con los hechos, ella no es más que solo una mirada, y en el fresco de los árboles un beso, conquistado contra el sueño y la flor callada de su aroma.

   Cadera absurda, mimetismo del espacio, todos fuimos cayendo, poco a poco primero, aunque después se extraviaron las edades, y las islas olvidaron sus costumbres.

 

****

 

Me gustaría decir que me encontré cobarde para después mentir llevando entre mis manos un puñado de alcatraces verdes hacia el rincón más claro de tu casa.

     La realidad es que nadie pudo remontar el sueño en el que andabas para acercarse, la realidad siempre fue otra: más brutal y descarada.

     Me daría pena decir que aún tuvimos tiempo para envejecer y tratar de dominar el tedio, porque quise por ti lo más en este pecho de malas canciones y peores palabras.

     Yo quise por ti, Ruana, y no hubo luego otro remedio que encontrarnos.

    La calle húmeda en la noche cintilaba cuando hallé la desnudez quitándote las alas, y ahora no podría vivir cubriéndote de signos, haciéndote cada vez más sorda a mis fracasos.

     Y entiendo que todo esto solo se trataba de horizontes, porque mirar la vegetación desde las barcas es síntoma de mal agüero y de la más brutal de las decadencias.

    Hoy me he levantado a soñar cada silaba de viento y al despertar me han desatado las miradas, los sombríos páramos donde el desierto aún clava hacia lo lejos la voz lunar.

     Ruana, que frío siento, a veces me da por averiguar detrás de las persianas lo que hacen los vecinos y los descubro desnudos arrullándose en la alcoba.

     Cuantas veces por ti he decorado esta habitación de frías intenciones solo para constatar que el papel tapiz ha vuelto a rodar deshecho sobre el piso.

     Y sin embargo te amaría, te daría más que esa burda relación tan encomiada por los  átomos.

 

****

 

Tú no serás lo que no eras, barco: he recogido el esqueleto en tu horizonte con una carcajada tan brutal como desesperada, y he partido hacia los médanos trepando tu costado.

     Serían como las diez en los redobles, bajo esa sobriedad, y permítanme olvidarlo: he pasado la mañana alimentando sueños que vuelven de una casa a otra, de una habitación a otra llenos de costumbre, de silbidos que nacen en la recamara como si extraño la llamara y poco después me percatara de los hilos, de los extraños conductores llevando las azaleas, y de la muerte natural de algunos pájaros.

     Una suerte de duendes y conejos ha llevado los pinos de altamar hacia ese instante fijo en donde soplan y al mundo vuelven a subir las barcas.

 

****

 

 

 

Como la albahaca en un jardín a oscuras, la cuna donde mece el agua se despierta, y ya es un árbol agarrado a los delirios, o un planeta poblado de lanzas amarillas.

     Hay cosas que la noche guarda como un tesoro: pájaros, mar de inmensas plumas, miles de pájaros en desbandada.

 

****

 

Hay una gota azul cayendo en la alborada; los esclavos del mar llegando ya furiosos; cierto acaso triste que todo lo golpea.

     ¿Qué es el amor sino un extraño que saluda con sus márgenes de tierra ausentes?

     Apenas la silueta azul de madrugada; un laberinto de calles a deshoras.

     ¿Qué hemos encontrado tan valioso? ¿De qué manera somos tan distintos?

     Mi casa mira hacia el poniente: tiene un sol incrustado en la ventana.

Sin embargo que deplorable es la humedad de las alhóndigas, los sueños recursivos del decoro, y las palabras comunes a los hábitos.

     Cada memoria de su cuerpo estaba intacta amanecida contra los ralos rebeldes de este sueño, tumbada ahí sobre la alfombra, tramada de aquella mansedumbre. 

 

****

 

¿Sabrás pulsar la cuerda en la marinería caliente de los odres, oh marino, cuando la luz devenga y no haya al fin más cántaros redondos?

     ¿Vendrás del sueño principal, donde las fábricas celebran, primero el lucro, luego la boca circular de sus danzantes?

     ¿Qué me dirás esta mañana tú, entrometida, sorda que siempre lengüeteas en las doradas arenas, lejana a las veredas, toda, mar que enlodas de ribera los penachos ancianos de la historia?

     ¿No serás tú, tibia, barca de sombras del anhelo, raya de notas que el cuaderno raya manchando las aristas con los grandes sorbos?

     ¿Y no serás tú, lunar, más que revuelo o marca fúnebre de mar, circo de haciendas, de promesas y de historias?

     ¿Qué me dirás esta mañana tú, entrometida, pueblo de pájaros redondos? ¿Has venido sólo a comprarme un cigarrillo?

 

****

 

¡Oh! Amad la máscara. Aplaudid la máscara. Amad la máscara. Hay quienes dicen ser servidores de una causa. Y en realidad son siervos. De su vanidad y del ultraje

     No quiero hablar del tiempo de la prisa. El barco en camellón de los instantes. Los sueños, si son sueños, sueños glisan. Los barcos, que son barcos, estandartes.

 

 

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