Asoa enlamada
Escribir acerca de uno mismo es una difícil empresa ya que se tiende a hablar, para comenzar, en tercera persona, y nunca me he conocido fuera de mí; siempre estoy aquí, conmigo, para hacerme el comentario de cómo he dejado una cierta impresión acerca de mi personalidad que nace en ese momento de conocerme. Afortunada o desafortunadamente, nunca puedo conocerme en tercera, siempre en primera y siendo influenciado por mí.
El tema de hacer una semblanza se me antoja, quizá, siempre frío, plano, estéril y cuadrado, por aquello de enumerar cosas colectadas y reconocimientos otorgados, sin embargo, en una semblanza nunca se toma en cuenta la parte cálida que nos mantiene introduciendo los objetos que van “llenando nuestro costal”. Tal vez podría hablar de amores, de esos que me marcaron más que otros y que nunca olvidé. Podría hablar de mi infancia, de mis sueños, mis obsesiones… en general, de esa neurosis que me lleva y me acompaña siempre.
Así, hablar de mí, hacer una semblanza se convierte en un reto que deconstruye lo que hago, lo que me hace, con lo que siento y entiendo, y no una reseña escalonada de mis “aciertos”
– tal vez– logrados. Intento hacer una representación que hable de aquello que percibo, que defina al intento de cometer un acto de impresión –más que un método de expresión–; es decir, creo que la semblanza misma está en la creación: el arte es una forma en la que imprimo el mundo, lo siento, lo entiendo, lo desdoblo en sombras y personajes que soy y no soy en realidad, para que mis patologías encuentren una válvula de escape y pueda formarme una idea del mundo –y por tanto, de mí –a partir de la visión del yo de alguien más, desde luego, tocando el alma creadora de ese otro y así, otorgarle sentido poético o profundo a esta actividad que se desarrolla en ambos sentidos: de ida y de vuelta.
En casi todo mi tiempo, en mis situaciones he estado acompañado, he tenido una sola
pre-esencia a la que apodé –desde pequeño– Mi Puta Soledad, quizá sin conocer realmente qué era, lo que significaba, quizá ni ahora mismo, después de años, aún pequeño, lo comprenda. Me gusta pensar que ahí está mi obsesión –¿mía?– más profunda, la que ha desarrollado otras y se ha re-producido. Uno de los retoños de mi obsesión es el espacio, lo que nos divide, quizá lo que nos une y nos rodea. Y como espiral, siempre volviendo, dejando una mirada ya vivida, de soledad, viajo hacia enfrente y de “allá” hacia “acá” y la paradoja siempre se cumple. Entonces aparece ante mí otra gran matriz; llega en aquellos personajes que me acompañan y me completan, superando a tan sólo un personaje se convierten en poemas y éstos reflejan –o al menos lo intentan– la pareja ideal de mi Soledad circular: La Muerte.
De esta manera es como trato de sentir e imitar al mundo: inventando, acariciando, haciendo gerundio todas las cosas y momentos, mirando de adentro hacia afuera en dos direcciones y regresando al punto de partida una y otra y otra vez. Es así como puedo hacer un atisbo de una semblanza que se acerca a describir un poco al Ra del Pot que soy, un empecinado a dejarse tomar por las herramientas como son, sin que sean las que puntualicen un fin –que se queden como herramientas y ya–. Pretendo ser quien está mejor del lado de la creación que del lado del reflector y la regla de ostentar. Me parece que es mejor dejarme salir para intentar ser.
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