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Sal.

 

 

 

 

I

 

Largos años había pasado en esa cabaña en medio del bosque, jugando con los animales, cantando con los siete enanos todas las noches alrededor del fuego. Sin embargo, todas las noches sentía un vacío en su pecho y sollozaba en silencio bajo sus sábanas.

Salió de casa de los enanos un día de octubre, pensando en encontrar a su príncipe. Caminó durante mucho tiempo, y en cada pueblo que pisaba preguntaba por su amado. Nadie le supo dar respuesta y al cabo de un tiempo se sentía cansada, y el vacío le era aún más grande.

Años más tarde, los enanos se encaminaron al muelle de ... a enviar a tierras lejanas un cargamento de diamantes. Le encontraron, con el rostro marcado por arrugas prematuras y picada de viruela en un burdel para los marinos que llegaban a puerto, y en donde a todos los hacía su príncipe a tres quince la hora.

 

 

II

 

“¿Tú también, hijo mío?” dijo, con la voz quebrada de tristeza, aunque sospechaba de hace tiempo la naturaleza perversa de su hijo. Era un padre quien se dolía en esas palabras al ver a su único hijo, al heredero del César, besando a la criada.

 

 

III

 

–Bésame… –dijo el feo sapo a la siguiente muchacha que pasó por el estanque.

–En realidad soy un príncipe hechizado por una malvada bruja. Poseo un castillo no lejos de aquí, extensos campos y numerosos sirvientes. Si me besas, me casaré contigo y tendremos los más hermosos hijos que haya visto la tierra. Poseo también los caballos más bellos y dóciles de este lado del continente, y pondré a tu disposición el que quieras. Tendrás sábanas de seda, vestidos hechos por los mejores sastres y costureras del reino, diarios banquetes en tu honor y jardines con flores de todo el mundo. Oro, plata y piedras preciosas adornarán tu cabeza, tu cuello y tus brazos. No escatimaré recursos en cumplir tus caprichos, incluso los más extravagantes. Seré un esposo fiel y respetuoso. Una corona, un reino y un príncipe a tus pies es lo que ofrezco, si tan sólo me regalas un beso de tus labios.

–Sólo con una condición –dijo la doncella.

–¿Y cuál es ella? –inquirió el batracio.

–Que viva mi madre con nosotros.

 

–Bésame… –dijo el feo sapo a la siguiente muchacha que pasó por el estanque.

 

 

VII

 

De pie ante su tienda de campaña y solo en mitad de la noche, dejó caer una lágrima al recordar a su enemigo muerto.  Julio recordaba su fuerza, su elevada estatura, su astucia e inteligencia de estratega militar, sus riquezas… los bien torneados músculos, los labios de avellana de Pompeyo…

 

 

IX

 

Camino a la vieja hacienda, el caballo se detuvo.

Ahí, en despoblado, se veía nervioso y se negaba a dar un solo paso. Fue entonces cuando reparé en la raya trazada en el camino con una vara. El caballo parecía no querer cruzar dicha línea.

Me bajo y las sombras surgen, el viento ruge entre las ramas, pareciera que el otoño se coló en el verano de un solo golpe. Todo se pinta de gris, y ni siquiera un pájaro se deja oír a lo lejos. Como por instinto, borro la raya del suelo y el cielo se abre al azul, el viento cesa y las aves cantan. Ya más tranquilo, el viejo caballo voltea y me mira fijamente a los ojos.

–Eso sí que estuvo raro, ¿no? –me dijo ahí, en despoblado.

 

 

XVII

 

Podría navegar durante meses enteros en este pequeño balandro. Sortear tempestades profundas, evitar peligrosos escollos en las costas, ir a la deriva al costado de una enorme ballena azul; dejar que el timón decida el rumbo exacto hacia mi destino, pasear con gaviotas… Podría hacerlo, pero  invariablemente llega mamá a sacarme de mi caja de cartón, con el absurdo pretexto de lavarme las manos para comer, como si pudiera darle órdenes a un capitán de barco.

 

 

 

 

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