Rosas en el comedor
Lupe se escurre del camión y corriendo empuja a otros niños. Tres cuadras, y llega a su casa justo a las dos y media de la tarde. Abre la puerta y respira un silencio de pétalos de rosa. Deja la mochila en la entrada y camina a la cocina esperando que su mamá la salude con un beso que no llega. Empieza a poner la mesa del comedor: tres lugares. Su papá como siempre en la cabecera; ella del lado izquierdo y del derecho su mamá. Cuando termina revisa detenidamente que todo esté en su lugar. Las servilletas en forma de triángulo, el tenedor del lado izquierdo, el cuchillo y la cuchara del lado derecho. Se va a su cuarto; todavía no son las tres. Apenas duerme unos minutos cuando escucha la melodía del móvil de pájaros que cuelga de la puerta principal y la voz de su papá saludando “Amor, ya llegué. ¿Ya llegó Lupe de la escuela?” Otra vez el silencio. Lupe baja y saluda con un beso distraído a su papá, quien lleva los ojos hinchados de tanta tristeza. De nuevo el silencio, el hedor a rosas.
Regresar,
A los vestidos negros, a su mamá dormida entre pétalos de rosa…
Dos cuarenta y cinco, Lupe y su papá se quedan parados sin decir nada, esperando escuchar el “ya está la comida” o el “vénganse a comer”.
Dos cuarenta y ocho, caminan lentamente hacia el comedor como si les pesara hacerlo y en un instante se miran a los ojos.
Dos cuarenta y nueve, Lupe busca sobre la cómoda el retrato de su mamá. Le sacude el polvo, aunque no tiene, se queda mirándolo fijamente cómo si le regresara la mirada y lo pone junto a la servilleta de triángulo, en el lugar del lado derecho. El hedor a rosas regresa. Ya no sabe si le gusta. Antes le gustaba llegar de la escuela y sentir las rosas en el comedor, en la cocina, en el buró de su mamá, en toda la casa.
Dos cincuenta y uno, ya casi es la hora de comer. Los dos sigue esperando el “ya está la comida”, se acercan a su lugar, pero no se sientan. Los minutos continúan y la espera sigue en el comedor.
Dos cincuenta y cinco, El hedor a rosas se hace más intenso, casi insoportable.
Regresa,
A la cocina, a las rosas naranjas y blancas en el comedor. Al beso de su mamá en el cachete; al olor a mole, arroz, sopa de tortilla derritiéndose en su boca, y una voz diciéndole “Lupita, pon la mesa, que ya son casi las tres”
Dos cincuenta y nueve, se sientan cada uno en su lugar de siempre.
Tres de la tarde, silencio.
Tres y cinco, rosas y más rosas.
Tres y diez, Lupe se levanta de la mesa, su papá la sigue hasta la cocina, no huele a mole verde, ni a sopa de flor de calabaza. Abren el refrigerador y no hay nada que comer.