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Robin Hood

 

 

   

 

 

 

Falta poco tiempo para el amanecer, el lodo de mi cara empieza a endurecerse y tengo que mover mis manos y piernas para evitar que se entuman. Imposible saber cuando tiempo llevo agazapado sobre este árbol, mis movimientos son tan mínimos que incluso los animales, que cuando llegué regresaron a sus escondites, empiezan a moverse alrededor mío: como si yo fuera una rama más en este frondoso bosque. De acuerdo a la información de palacio ya no puede faltar mucho tiempo. El dinero destinado a las cruzadas del Rey Ricardo salió por la mañana enviado por Juan sin Tierra.

   Un suave ulular de paloma me hace bajar la mirada al arbusto donde se esconde el Pequeño Juan, me hace una seña en dirección al centro del sendero, una descuidada familia de faisanes camina a solo unos metros de mi amigo y a tiro seguro de mi flecha. El hambre, no solo la mía, sino la de mis hombres y sus familias me tienta; aun así muevo ligeramente la cabeza en forma negativa y mi compañero de armas entiende el mensaje. El tiempo está en nuestra contra, una pieza de caza no se desprecia fácilmente, pero no puede equipararse con el tesoro arrebatado al pueblo y destinado a una guerra ajena a nosotros.

   El hermano del Rey es el personaje más odiado por el pueblo. Se dedica a extorsionar a los campesinos a causa de las cruzadas. Dice que si su hermano no estuviera luchando para recuperar Tierra Santa no tendría que subir los impuestos. Tampoco tendría que subirlos si se ahorrara esos fastuosos banquetes, además no puede tratar de difamar al Rey Corazón de León.

   Los faisanes levantan vuelo intempestivamente, mi mirada se cruza con la de Juan, asentimos prácticamente sin movernos, ha llegado la hora. Escucho los cascos de los caballos, levanto el arco, mi mano izquierda sube en ángulo recto mientras que la derecha tensa lentamente la cuerda y detiene la flecha. El lodo de mi cara termina de secarse y cae algo de polvo mientras inclino la cabeza afinando la puntería.

    El trote ligero de los caballos me indica que la caravana tiene prisa pero se siente segura. Estiro mi brazo derecho, mi puntería es buena, me atrevo a decir que la mejor del reino, tengo que fijar la mirada y esperar a que mi blanco quede en el punto exacto. Un instante puede hacer la diferencia, se acerca la caravana. La madera de las ruedas del carruaje real cruje a cada paso, señal de que el botín puede ser incluso mejor de lo esperado. Veo que se acerca el chofer, pienso un momento en su familia, en que el solo trataba de darles algo mejor que la vida de campo y que yo los dejaré desamparados. Pienso en las familias que mueren todos los días a causa de los impuestos cada día más asfixiantes. Desaparece la empatía por el chofer y es reemplazada por el silbido de mi flecha que aterriza justo en la yugular tiñendo rápidamente de escarlata el cuerpo sin vida de quien estaba guiando la caravana.

   Los caballos frenan bruscamente y retroceden espantados ante la doble sorpresa de la muerte del hombre y la súbita aparición de el Pequeño Juan y el Fraile Tuck quienes con un par de lanzas terminan con los primeros guardias que no logran ni acercar la mano a sus espadas. Mis flechas abaten a otros dos antes de que el resto de la escolta reaccione.

Es una lucha veloz, sangrienta. Mi cuerpo se calienta con la adrenalina y la ira tiñe todo de escarlata. Tras un par de flechas más, salto del árbol y termino con otra vida a la velocidad del cuchillo que saco de mi bota.  Me coloco a espaldas de Juan, juntos, aumenta la velocidad y seguridad de nuestro ataque: sabemos que la espalda está segura. El choque de las espadas se mezcla con los gritos agonizantes de los guardias y solo el silencio me indica que la batalla terminó.

    Miro a mi alrededor, mis hombres milagrosamente están vivos, magullados, pero a diferencia de los guardias, quienes defendían oro ajeno, ellos lucharon con el coraje de quien lucha no solo por su vida sino por la de aquellos que cuentan con el resultado de la batalla para sobrevivir. Miro el campo teñido de mi venganza, miro lo que queda de la carroza y el botín que salvará a tantos. Veo a los huérfanos que he creado con mi flecha y mi cuchillo. Tengo que decirme que es por el bien de muchos. Reparto el botín, me llevo algo más para las viudas y huérfanos de los guardias. En la noche la obscuridad alberga mis más fuertes dudas en esta lucha donde ya no se quien es el enemigo, ni quien el héroe. El Rey a quien aclama el pueblo, pero que está en una guerra que no trae más que hambre. El príncipe que sube los impuestos so pretexto de mantener al héroe. Y yo, el ladrón que crea viudas y huérfanos para después salvarlos del hambre en un país que muere lentamente.

Vestido Azul

   Con el vestido azul, que un día conociste me marcho sin saber si me besaste antes de irte. Tarareo la canción mientras quemo la última página de mi diario en la chimenea. Releí cada página antes de quemarla. Primero quemé las tuyas y después solo quedaron fragmentos de esta aldea gris.

   Estoy harta, no puedo seguir con la misma rutina todos los días. ¿Cómo podría? Hoy repetí la rutina por última vez, saludé a la señora gorda que se persignó ante el largo de mi falda, sonreí ante el anciano que volvió a confundirme con mi madre. Limpié la casa y prendí la chimenea al atardecer. Ahora veo como las páginas se encogen, se ennegrecen, y desaparecen mientras las llamas parecen bailar pidiendo que no dejen de alimentarlas. Se terminó, ya no hay más hojas llenas de ti.

   Las llamas se agachan, me piden alimento. Decido darles todo aquello que te contenga. Empiezo con las fotos, pero tengo que seguir con la vela que me diste en ese aniversario, el mantel sobre el que comimos en aquella ocasión, las copas que usamos en ese brindis. Con el beso amargo de aquel licor, hubiera bastado mi amor. La canción sigue conmigo. Las llamas no parecen disfrutar del cristal tanto como del papel, lo tratan de saborear, pero se hartan y lo escupen en pequeños fragmentos que llegan hasta mi. Se clavan en mi piel y salen pequeñas gotas de sangre que caen muy lento; parecen tener tan pocas ganas de abandonar mi cuerpo como tu recuerdo.

   Miro a un lado y a otro: dos paredes grises; atrás: una ventana; frente a mi: solo la chimenea. Le doy la espalda a las llamas por un momento, las escucho mientras crujen por algo más y me doy cuenta de que los únicos recuerdos que quedan los llevo conmigo. Saco los fragmentos de cristal que siguen en mi piel, me acerco a la chimenea, los recuerdos salen junto con mi sangre, algo más rápido.

   Pienso que por fin me voy a deshacer de ti pero es cuando vienes a mi. Pensé que te habías ido para siempre, pero mientras le entrego mis últimos recuerdos a las llamas, me tomas de los brazos y me sacas por la chimenea. Puedo ver la aldea bajo nosotros y sonrío. Nunca más veré esos techos de triángulos en serie, las cercas que pierden sentido cuando todos pueden entrar a cualquier casa sin previa invitación, veo por última vez la chimenea que escupe el humo de tus recuerdos y cierro los ojos, dejando que tus brazos me lleven lejos de la aldea y lejos de ti.

 

 

 

 

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