Postales en un café
Llueven voces de mujeres como si estuvieran muertas hasta en el recuerdo. La luna juega con los charcos en la bruma parisina.
Él entra al café, entonces la ve. A Sabina no hay que plantearle la realidad en términos de orden, es el elogio del desorden. Las bailarinas llevan sus emociones en la punta de los pies,
no las hablan, las viven.
Toman un café y empiezan a desearse, suben a la habitación. Al fondo un espejo roto, una postal de Schiele. Es él con su vida frente a la de los demás y sus enfermedades morales, abajo, vómito de música y tabaco, falta decencia joven en ese algodón manchado, e él le cuesta menos pensar que ser, es siempre él un observador.
Se quieren en esa relación de imán y limadura, de pasiones encontradas. Cree que está liberado de prejuicios, pero en realdiad no, se está acercando a los de ella, más livianos.
En eso siente su aliento angustiado su respiración agitada, acaricia su cuello de cisne, su mano trasparente recorre su cuello. su cuerpo tiembla junto al suyo como la luna sobre el agua.
Observa sus grandes ojos negros, la proeza de sobrevivir le ha dado una especie de majestuosa perversidad, sin embargo al mirarla no ve más que una niña de hermosos ojos negros, ve algo que nunca ha visto, es como si por primera vez aquellos dos desconocidos se reconocen. Llevaban tiempo juntos peo nunca se han visto.
Entonces, se da cuenta que la ama.
Volver a Ana Francina Barrios Pintado