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Pensamiento pendular

 

 

¿Otra vez aquí? No ha pasado la longitud de una pesadilla y ya te tenemos de regreso en nuestra entrada, con tu paso incrédulo y esa cara obtusa como de sorpresa mal digerida. Creo que ya deberías estar acostumbrado a caer sobre nuestro piso de cantera, lo haces cada vez que se te pega la gana. Así que guarda las arrugas levantadas, voy a ahorrarte el camino, anda ven cuélgate de esta viga de techo, esa de ahí por favor. Te advierto que nos hemos dado cuenta y de todo nos acordamos; ya tenemos fastidio de que repitas este sueño a cada rato. No es nada nuevo repasar que tú no querías venir aquí, a nuestras ruinas, y te cargabas una intención pasada de aburrimiento. Pero te cambió rápido la idea al descubrir esa cabellera rubia terminada en un cuerpo notablemente exquisito de entre los demás visitantes mientras nosotros masticábamos el coraje de ver invadido nuestro viejo casco de hacienda. Demasiada gente escurriéndose en nuestros pasillos ahogados de tiempo, pululando como moscas intrigadas y llenando el patio abierto con el humo de sus cigarrillos. Por eso, planeamos a conciencia la primera noche. Al abrirse el interior de los cuartos, vigilamos desde la altura de los pisos, en la profundidad de los cajones y roperos, en la cercanía de los techos y en las sombras resplandecientes de pilares y ventanas. Presenciamos como la seguías magnéticamente y la forma en la cual ella te descubrió sonriéndote nerviosa a la hora de la cena, sin apartar los ojos de los tuyos y cambiándole el color de la cara. Urdiste bien en el sorteo de dormitorios y ella te siguió como única compañera al cuarto de las literas. La observaste fumar sin nervio, dominarse a unos metros de ti, lucir bella y serena con el brillo de la noche. En esa confianza y todos guardados en la distracción de sus comienzos de sueño, desde afuera, soltamos a nuestra Taconuda. Ella se esmeró en herir la cantera con la aguja de sus tacones, proferirles tal dolor que los pasillos se lamentaron, acercándose a las paredes y haciendo vibrar el cristal de los ventanales. Tu compañera fue la primera en abrazar el miedo. Escuchó la uña de los lamentos acuchillar los vidrios y a los tacones ir y venir en una loca sucesión de idas y regresos. Te hizo notar el eco de los pasillos, una cara demente grabada en el espejo y la debilidad del techo, incluso aseguró haber sentido el martilleo de unos tacones aguijoneando el mosaico por debajo de las literas. Tú reías, y percibimos que podría valerte madres los encadenamientos de haciendas viejas. Ella te pidió acercamiento, los ruidos la atemorizaban, te acomodó a su lado y sentiste la voluptuosidad de sus ondulantes formas, su calor guardado y su estremecimiento infinito. Tus labios encontraron los suyos, las caricias desempolvaron la resequedad de caminos olvidados y fundieron pieles erizadas. La ropa abatió la frialdad del piso, ella abrió su cálida humedad y al sentirte dentro, nombró a Dios suspirando, invadida de ti. Te vimos zambullirte en el manantial de aguas volcánicas, romper nuestro azoro y herirnos con tu grado de calumnia; al resto de los visitantes los teníamos arrinconados en su insomnio, tapados hasta la cabeza con las cobijas, escondidos en su temor escuchando la resonancia de nuestras previas carcajadas. Condenados por la furia de tu osadía, gritamos profanación. Alentamos a nuestra Taconuda a insistirse en renovadas incursiones de enojo, carente de piedad, insensible. Estampó su rostro carcomido de espanto en los espejos y los cristales. Vimos con asombro que no conseguía distraerte, al contario, igualabas el frenesí furioso de su taconeo con tu ritmo y hacías danzar los senos desnudos de ella hacia atrás y a hacia adelante, saltando en velocidad y empuje, orillándola a quebrarse en orgasmos en el punto más alto. Avanzaste encontrándola en el descenso del primero, haciendo sonar la piel de sus centros, el placer la lanzó a sucumbir en caída libre y logró sujetarse antes de expandirse en sus mareas internas. Tu movimiento la hizo subir de nuevo y ella te sostuvo agitada, el clímax la sacudió y se elevó empujándose contra ti, igualándote, sin atadura y dispuesta a caer aferrada en tu incesante embestida. Las piernas le temblaron, levantaste la carnosidad de sus caderas para sentirte completo en su interior. Seguiste adentro de ella, en el fondo, no hiciste caso de nuestros esfuerzos por derribar la puerta a golpes; incomprensiblemente te incitaban a continuar y no cesaste hasta que la litera había recorrido varios centímetros rayando el mosaico y amenazando ella con desplomarse en sus exhalaciones rápidas, ricas en un musical de gemidos. Se alcanzaron en la altura y la entrega se te arrancó desde la nuca hasta la raíz de la espalda, sentiste su grito de placer en sus ojos cerrados y su boca abierta, apretándote desde su profundidad para no escaparse antes, liberándose en una ardiente confidencia mutua y completa. No comprendíamos su falta de fatiga, los otros visitantes permanecían prisioneros en sus cuartos noqueándose los oídos para no escuchar nuestros lamentos y la exhalación entrecortada y fogosa de ella, devorándose las uñas y pateando sin ceder las puertas atascadas de sus cuartos. Los vimos caer desmayados de horror, y nosotros no conseguimos la satisfacción planeada. El cansancio nos privó de hacer el resto de nuestras tareas nocturnas. Solo nos quedó observar cómo le hacías el amor una y otra vez durante la conversión de noche en madrugada y ésta en nuevo día, mientras nuestro propio deseo se nos escurría por los ojos.

   Detente ya, bájate de esa viga sin sonreír; deja de mostrarnos esa crueldad y lárgate a levantar otro muro o cadenas de sueños. No nos tortures más con tus regresos. Si te vuelvo a ver por aquí otra vez, no dudaré en soltar de nuevo a la Taconuda para que se anticipe e infiltre en esta alucinación recurrente y se mantenga cerca de la litera y petrifique la pasión de tu compañera. Vete por favor y no reincidas. Déjanos descansar la eternidad aunque tengamos un gusto exacerbado por inmiscuirnos en la energía codiciada de los sueños ajenos…

 

 

 

 

 

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