No soy tan rara
–Sólo inténtalo –insistió Edgar, dedicándole su par de enormes ojos a Valeria.
–¡Que no, ya déjame en paz! ¿Quieres que todos aquí piensen que estoy loca?
–Creí que no te importaba lo que la gente pensara de ti…
–No me importa. Pero si tuvieran que pensar algo, preferiría que fuera el hecho de que estoy cuerda.
–¿Estas diciendo que quieres que me vaya? –Inquirió, transmitiendo una chispa de tristeza a través de su mirada.
–Sabes que no. Es sólo que… quisiera poder hablarte sin parecer una chiflada, ¿sabes? Eso de estar cuchicheando yo sola por los rincones, me pone de nervios. Tanto que, si la gente no cree que esté loca, yo misma voy a comenzar el rumor.
–¡Vamos no es para tanto! No creas que eres la primera que tiene amigos imaginarios.
–No, pero probablemente soy la única que les sigue hablando a los veintisiete años.
–No es para tanto…
–Para ti no. La vida es fácil para ti; puedes decir lo que quieras todo el tiempo, sin preocuparte por las miradas entrometidas que juzgan a la distancia.
–Bueno… entonces… ¿lo vas a intentar?
–Lo único que voy a intentar es dejar de verte si sigues molestándome. Ya te dije que no.
–¡Es fácil! Sólo te acercas, sonríes y dices: ¡hola, soy Valeria! ¡Y BAM! Tienes un amigo nuevo.
–Sí, para ti es fácil decirlo, ¡no existes!
–Oye, tampoco seas grosera conmigo.
–Perdóname, Ed, pero es que me colmas la paciencia –respondió la muchacha, cruzándose de brazos y mirando desde lejos a aquél hombre que parecía tan encantador y que charlaba animadamente con uno de sus compañeros de trabajo.
–Bien, si es así como piensas, me iré…
–¡No, no! No me dejes, por favor. Si voy a hacer esto, te necesito a mi lado para que me digas lo que debo hacer.
–Ya te dije lo que debes hacer.
–¡Sabes a qué me refiero! Algo de apoyo moral… de un amigo imaginario… –terminó su frase, sintiéndose algo desanimada.
–No pienses en mí de esa manera. Piensa en mí como… algo así como una conciencia. ¿Alguna vez viste Pinocho?
–¡Ya basta, no me dejas pensar!
–No necesitas pensar estando yo a tu lado.
–Eso crees tú. Me estás dando jaqueca…
–Bueno… ¿entonces vas a hacerlo?
–¿Sabes qué? No. No voy a hacerlo. ¿Para qué necesito conocer personas cuando te tengo a ti?
–No lo sé, tal vez para dejar de hablar tú sola en un rincón del salón, en la fiesta de cumpleaños de tu jefe.
–No lo digas con ese tono… además, no me molesta hablar sola. Lo que me molesta es que me vean con ojos entrometidos mientras lo hago.
–Bueno, justo ahora nadie nos mira.
–¿Nos?
–¡Bueno, bueno, “te”! ¿Sabes algo? Me lastima cuando no hablas en plural.
–Bueno pues a mí me lastima ser la loca del lugar y no me estoy quejando. Además, ya estoy harta de sentirme fuera de lugar. No soy tan rara. ¿Verdad que no, Ed?
–¿Me lo preguntas a mí?
–Sólo contéstame lo que quiero escuchar.
–Está bien. No eres tan rara.
–No, no lo soy. Y tú tampoco lo eres –concluyó Valeria, con una media sonrisita de satisfacción. Y todavía sosteniendo en mano su bebida, se alejó paso a pasito del barullo del lugar. Todos la vieron salir completamente sola del salón, pero ella era la única que podía ver a ese peludo jackalope de casi dos metros, que caminaba tranquilamente sobre dos patas, junto a ella.