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No me preguntes la hora

 

I

 

Estoy sentado en una banca naranja. Pienso en la nada, que curioso. Los millares de adoquines quieren salir de su sitio. Tratan de moverse pero la fuerza que existe entre ellos, ahoga el intento.

     Me enfoco en un reloj. Plástico amarillento, centro negro y manecillas blancas. Su caja mantiene unidas sus piezas. Lo curioso, es el lugar donde se encuentra. Una cabinita de vigilancia y un gran espacio en la pared. Una tumba grande que mantiene al conjunto de engranes.

     Tal vez el reloj se encuentre encerrado en esa pared por un crimen y la reja no le permite salir. Tendrá que dar el tiempo para siempre.

 

Me acerco a él. Mientras hago preguntas, sólo responde con un tic –tac, tic –tac. Conoce mi muerte desde su inexorable calidad de reloj. Cada 60 tics me da respuesta diferente: mueve su brazo a la izquierda saludando. Con cinismo lo hace 60 veces más, entonces mueve el otro con lentitud. Es un tipo gracioso.

     ¿Cómo puede hacer lo mismo 3600 veces cada hora? Yo me aburrí con verlo dos y él tiene que estar todo el día.

 

II

 

 

Mi confusión llega al límite. Las premisas giran en mi cabeza a gran velocidad. ¿Cuál fue su crimen?  Yo no recuerdo porqué llegué aquí ni porqué sigo en esta banca. El reloj está vestido igual que yo: blanco a rayas negras. Seguro también soy un criminal, probablemente daba la hora.

     Recuerdo que los que me trajeron con este delincuente regresarían a las 2:00. Quedan minutos y éste cínico me sigue saludando.

     Él sabe por qué estamos aquí, presiento que ayudará a los tipos a regresar. En fin, él decide lo que me pasa. Resulta que dependo de él, ¡y eso que él es un criminal!, lo demuestra su ropa cebrada y que está aquí.

 

No me gusta esperar. Cómo en la facultad que debí leer a Platón, no comprendí nada. Debía esperar al maestro para que respondiera mis preguntas existenciales, cuando llegó, ni me volteó a ver. Hubiera terminado filosofía. Sería el mejor filósofo contemporáneo. Qué más da, se arruinó. Tenían que matar a ese politicucho afuera de mi casa.

     Leía por las noches, el día no ayudaba. La naranja del cielo me condenó a estar despierto aquella noche y aguantar la madriza de los federales, sus preguntas mal formuladas, y yo que, en lugar de contestar, les corregía su semántica. Terminé con tanto Tehuacán en los pulmones que me sentía el hijo de Pascual Boing.

     En fin, los federales decían que sería cuestión de tiempo para que pagara mis crímenes. ¡Pinches locos!, no hice nada.

     Me traen aquí, el perfecto sistema judicial viola mis garantías y ¡pam! de la noche a la mañana me encierran con e cabrón. El que decidirá cuándo purgaré mis crímenes, esos que los federales mongoles alegaban.

     A caray, al parecer si recuerdo porqué llegué aquí. Todo está mal armado. El reloj me hace sudar, ya está a pocos segundos de señalar las 2:00.

 

III

 

El reloj saluda por última vez y señala las 2:00. Los pasos se escuchan en el pasillo. Entran dos sujetos, me agarran de los brazos y me arrastran afuera de la habitación.

     Entramos a otra cámara. Frente a mi hay una puerta que deja asomar un aro de luz. Afuera se escuchan murmullos de muchas de personas. El frío recorre mi frente, cae por mi sien y se estrella con el piso.

     Los adoquines quieren escaparse, siento como vibran. Me invade el miedo. La puerta se abre, hay un atrio enorme. Me suben a una tarima y comprendo que me sucederá. Por el miedo tiemblo como los adoquines, quiero irme. La fuerza de estos weyes no me deja.

     La gente se reúne a mí alrededor. Nadie viene para ayudar. Sigo gritando que no lo hice, ¡no soy un criminal! Volteo y me encuentro con el reloj que me asecha desde hace horas. Está colgado en un poste frente a mí. Amarran mi cuello y me ponen sobre una puertita.

     Me salen lágrimas a cántaros. Escucho mi sentencia y me condenan a morir en la horca. Mi vida pasa en segundos. Nuevamente se detiene en la pregunta  más compleja ¿Por qué se encontraba conmigo el reloj?

 

Termino haciendo un juicio de valor:

A los criminales los encierran,

El reloj está encerrado.

= El reloj es un criminal.

 

Sí, es correcto. El reloj es malo. ¿Cuál será su crimen? Dar la hora, no sabe hacer nada más.

     Mi mente sigue dando vueltas. Seguramente dar la hora es delito. Ya nunca lo haré. Con una seña, el verdugo deja caer la portezuela.

 

 

 

 

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