Mutantman.
Cuando se me vino la idea de escribir un cuento para niños, me enfrenté a un verdadero dilema. Quise narrar de príncipes; hadas; gnomos; animales que hablan; extraterrestres y no sé qué más cosas. El trabajo se presentaba complicado: con los asuntos de la Familia Real Inglesa, la figura sofisticada de Diana de Gales y su accidente en París, Camila, Charles, el príncipe William y todo el rollo que se manejó en la televisión, se me opacó la fantasía por la realeza. El asunto de las hadas y los gnomos está saturado. Los animales que hablan ya han dicho todo lo que se tiene que decir y los extraterrestres ya no parecen fantasía.
Sentía que hablar de fantasía, ofendería el intelecto de los niños, ellos ahora son distintos. A mí me dormían con cuentos clásicos: la Bella Durmiente, la Cenicienta, Robín Hood y canciones de Cri Cri, o me espantaban con El Coco, La Llorona y El hombre Lobo.
Recuerdo cuando les platiqué a mis sobrinos de la vez que el OVNI con figura de chapulín aterrizó afuera del rancho. Me interceptaron unos tipos de escasos cuarenta centímetros de estatura, ojos hundidos, manos sin dedos, cuerpo escamado y tres pies.
A pesar de que no hablaban, entendía perfectamente sus mensajes. Sus palabras no se escuchaban, pero las oía en forma de pensamientos. “Síguenos”. No opuse resistencia, los seguí al interior de la nave, ya adentro, sentí miedo, quise pedir auxilio; pero no pude hablar. Me acostaron en una cama de aire, (bueno, ahora digo que es una cama), la verdad es que estaba flotando. De una puerta corrediza de cristal salieron varios tipos con aspecto de doctores y tres personas más con figura femenina. Sus ojos eran grandes, labios color plateado y ellas sí tenían dedos.
En muy poco tiempo, el OVNI estaba atiborrado de esos seres extraños. Me observaban con atención, me colocaron una manguera en la frente, justo al centro, donde empieza la nariz. Unos se pararon frente a mí y otros a mi espalda. Dos, de apariencia femenina, me tomaron de las manos, su piel era muy suave pero excesivamente fría, tan fría que me adormeció los brazos. La tercera colocó ambas manos en mis sienes, en ese momento fue cuando sucedió lo realmente digno de contar. De una lámpara conectada a la manguera de mi frente se proyectó el inicio de la vida en tercera dimensión. Vi unas manos transparentes amasando tierra y agua para dar forma a un hombre de barro. El hombre se levantó del suelo, quiso dar unos pasos, pero se cayó. Estaba en el centro de un bosque de manzanos y no podía ponerse de pie. En cada intento por levantarse su cuerpo se agrietaba. Un aire color azul pálido que venía del cielo se le metió en la boca. Hasta ese momento se levantó, dio unos pasos y, después, cuando su cuerpo ya era de carne, tomó de las manos a una mujer de pelo negro, piel blanca y mirada dulce. En ese momento me dormí. Desperté con un tremendo estallido, un demonio gigantesco se comía a puños la tierra; era un diablo de fuego. Yo nunca creí que Satanás existiera, mucho menos los extraterrestres y dudaba de la existencia de los ángeles, pero lo que vi me asombró; imaginaba estar presenciando una cinta de Steven Spielberg. Los ángeles atacaban al demonio con lanzas de metal. La batalla duró una eternidad, estaba aterrorizado. Finalmente, después de oponer feroz resistencia, el diablo fue vencido, lo encerraron en una mazmorra en el centro de la Tierra. Dios se asomó del cielo, con sus propias manos atendió a los heridos y a los ángeles, que se veían exhaustos, los mandó a descansar mil años en el cielo.
Se proyectaron muchas cosas que no quiero recordar, eran muy feas, pero también vi mucho amor, sin embargo, el amor era de muy pocos. No podría precisar cuántos, nunca he sido bueno para calcular. Creo que en las pocas personas que vi amor, fue en mis padres, mis hijos, mi esposa, mis parientes, mis amigos, mis vecinos y mis maestros. Repentinamente, uno de los seres que tocaban mis manos, dijo: “Gracias por la información, en pago extirpamos de tu cuerpo los genes de la envidia.” Fue todo lo que dijo, para esos momentos ya entendía sus palabras.
Me regresaron al rancho, donde vi que la nave encogía las patas, y en fracciones de segundo, una raya blanca salió de la tierra hacia el cielo. Muchas veces he deseado olvidar esa experiencia, pero no puedo. Cuando me miro en el espejo, veo la manguera en el centro de mi frente, cuarenta centímetros de estatura y mi cuerpo cubierto de escamas, también veo mis manos con dedos de mujer y el tercer pie, que es muy cómodo para sentarse.
Cuando les platiqué mi experiencia a mis sobrinos, me dijeron: “Sé más realista tío. Eso está bien para que te lo crea mi abuela, pues con quién crees que tratas. Ya tengo diez años”. El mayor; Diego, bostezando se dirigió a los otros, les dijo que mejor fueran a jugar a Mutantman inspirado en mí; tiene treinta y siete discos en su recámara.
Ya me siento cansado de tanto pensar; acabo de leer que se divorcia el Rey de España de la Reina Plebeya, están por lanzar la Barbie pensante, en Francia casi logran que una cabra hable castellano y en la Unión Europea, se estudia un decreto para prohibir la literatura fantástica con el argumento, de que ofende el intelecto de los niños. Creo que mejor voy a escribir el cuento del Gallo Galán del rancho del Chapulinzote que me platicó el tío Juan, pero ya será en otra ocasión.