Mundo cervantino
El cruce de caminos se le presentaba a Alonso. En agosto comenzaría los estudios de su carrera profesional. Con el idealismo aún en su cabeza sobre un mundo justo donde ser buen estudiante bastaba, no quería pedir ningún consejo. Sin embargo, el mismo día en el que a su padre lo promovieron a un puesto superior y a su tío lo despidieron, las dudas comenzaron a engrandecerse. ¿Cómo era posible que ambos hermanos, cuyas calificaciones fueron de excelencia en la misma universidad, estuvieran viviendo realidades tan distintas? ¿Qué era lo que no estaba funcionando en el diseño laboral o qué era lo que no hizo uno y sí hizo el otro? No habría en la universidad tal cosa como una materia nombrada “formas de sobresalir en el trabajo”, “aspectos a evitar para no ser despedido” o “cómo edificar una escalera para llegar al olimpo del mundo real”.
Los viernes eran los días del fin de semana en que la familia se reunía a jugar dominó en la terraza de la casa. Se escuchaba música suave, bebían algunas cervezas y los hijos esperaban hasta el sábado para salir con los amigos. Alonso se quedó con su padre una hora adicional en las cómodas sillas blancas que miraban de frente a las tres palmeras gigantescas que se movían de lado a lado.
–No entiendo qué hiciste bien tú y que hizo mal mi tío Alejandro. Necesito un consejo antes de comenzar la carrera.
–Son circunstancias distintas, el estudio en realidad abre puertas pero no te da antigüedad o éxito en ningún lado. Todo aquel que lo vea como un seguro de vida, está equivocado.
–¿Y entonces qué consejo me podrías dar?
–Mira, creo que mi consejo se entenderá mejor si haces una investigación.
–¿Qué investigación?
–Durante un mes, investiga cuantas personas son fanáticas del Quijote. Ya sea que sean coleccionistas de las figuras, lo citen, tengan ediciones especiales en sus casas, vayan a exposiciones del tema, etc… De igual manera, revisa sobre Miguel de Cervantes, su autor.
–Pero, eso que tiene que ver con…
–Hazme caso, realiza la investigación que te pido.
Alonso, quien nunca había leído el Quijote y llevaba el nombre del protagonista, aceptó realizar el trabajo solicitado por su padre. Comenzó a percatarse que las colecciones relativas a la novela más importante de la literatura española no tenían fin. Entre figuras pequeñas, medianas o gigantes, lo mismo que pinturas, libros, artesanías y todo donde la imaginación pudiera plasmar una imagen del libro, encontró un objeto en cualquier número de casas y oficinas. Un ejemplo de aquella de la gente fue la historia del madrileño Adolfo Prado. A los doce años vio que su tío tenía un Quijote en su casa y a partir de ese momento se propuso coleccionar al personaje. Hoy, a los 47 años, Adolfo tiene más de cien ediciones de todo el mundo y busca crear un instituto cervantino. De igual manera, entendió que el Festival Cervantino era más que beber cerveza en la calle. Nacido en 1953, el evento comenzó presentando los entremeses de Miguel de Cervantes en la ciudad de Guanajuato hasta convertirse en un festival internacional alrededor de la obra del escritor español. El descubrimiento hecho por Alonso sobre la pasión por la novela y el escritor era gigantesco y asombroso.
De inmediato revisó si su padre tenía aquel libro tan trascendente y como en todas las casas de México, lo encontró. Su padre tenía de hecho tres distintas versiones. Sin embargo, no había ningún artículo relacionado con el personaje central o su fiel escudero adornado alguna esquina. La contradicción entre los tres libros y la nulidad de adornos le causó sorpresa. ¿Podría ser que a su padre no le gustara la historia o no la encontrara tan extraordinaria como todo el mundo? Confirmó que al Quijote se le consideraba “el mejor trabajo literario jamás escrito” y que Cervantes era una montaña del tamaño de Shakespeare. Se sintió agradecido con su padre por la investigación ya que una caja de pandora se abrió ante sus ojos. De cualquier forma, no veía la conexión entre aquello y su carrera profesional.
Dos meses después, de nuevo era viernes. Acabando la partida de dominó, Alonso y su padre de nueva cuenta miraban las palmeras mecerse mientras terminaban de beber la última cerveza de la noche.
–¿Has terminado la investigación?
–La he terminado.
–¿Cuál es tu conclusión?
–Es una monstruosidad lo que ha hecho esa novela con el mundo. El culto a la novela y al escritor son impresionantes, nunca pensé que un libro que no fuera la biblia tuviera semejante trascendencia.
–Así es, y sigue vigente cuatrocientos años después.
–Hablando de eso. Revisé tu biblioteca y tienes tres ediciones distintas pero en la casa ningún adorno, pintura u objeto de Don Quijote. ¿No te gustó?
–No la he terminado.
–¿Y por eso no has comprado nada relativo a la historia?
–Justamente por eso.
–No entiendo qué tiene que ver todo esto con los consejos que me darías.
–Pues ahora es justo el momento, presta atención. Mi consejo es que seas como Cervantes o como la novela. Pero no en el sentido que crees. El 99% de las personas jamás han leído el Quijote, como tampoco entienden quién fue Cervantes. Y sin embargo, se obsesionan con citarlo por imitación y coleccionar todo lo que pueden. Definen a Cervantes como un genio, alguien mayúsculo y trascendente sin haberse tomado el tiempo de saber cómo creció, qué estudió y por qué escribió el Quijote. El mundo se mueve por percepciones. Mi consejo es que vivas de tal forma que el planeta te admire y te respete, aún y cuando no te conozca la mayoría de la gente. Con que a un puñado de personas las logres convencer de que eres inigualable, el resto lo pensará así.
–¿Debo leer el Quijote?
–Sin duda. Y ahí encontraras qué el tema central de la novela es que “las cosas no son lo que parecen”, ¿qué ironía, no te parece?
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