Muchacha en la playa.
Así surges del agua,
clarísima,
y tus largos cabellos son del mar todavía
Gabriel Zaid
Quedeme y olvideme
San Juan de la Cruz
¿Qué es eso de que surjas así sin triangulitos,
de piel vestida y sin escamas
como mamífero cetáceo varado en los restos del aire
de la playa?
¿No te dijeron las casi transparentes
e inmaculadas que es pecado
pervertir la luz entera y el aire
con tu aroma a cada paso
a cada vuelo de tu muslo
y ondulante cadera y cintura y pechos y clavículas profundas?
Pero allí vas siniestra, vaporosa vendiéndote a los ojos
que no debieran verte. Vístete con mi saliva
oh prodigiosa
y elevada muchacha
que me tienes perplejo sin san Juan
en la mañana clara de tu cuerpo
surgiendo de las aguas sin Pitágoras
con sólo hipotenusa y sin catetos precipitando
mi blancor almidonado.
Si te estuvieras quieta, quietesísima, delgada
casi
como paloma herida, cervatilla, quizá, leona
en asecho, tigra, ¡Ay muchacha! Soñé que te… ¿direlo? revoloteando
en este espacio transparente, selva
en que quisiera encuadrarte en la mirada
casi quieta de la playa y huyendo sin percibirse, lento
el día, transcurriendo alrededor de tu inmóvil presencia
y transparencia y casi herida y yo el maltrecho
gacela, palomica mía, mi transparente
si quieta te quedaras, espuma
en la palma de la mano, burbuja
del sol en la perduración de tanto
cuadro y enfoque de mis ojos
y las manos que se acercan —clic
y clic—, entorpecidas ante la transparencia
donde sólo lo fugitivo permanece
y la quietud ausente en que te encuentras, en este mar de aire
trozándolo
hasta llegar a ti sin consumirme
y consumido en un no sé qué que queda de Quevedo y de esos locos
que me hacen convertirte en pergamino.
Muchacha estás aquí
frente a los ojos
vestida apenas de mucho sol y poca arena
translúcida
y cegada al clamor
de baratijas que anuncian vendedores, vencedores
de la brisa que no encalla en la albura de tu dársena
por la sombra que a su paso impide contemplarte.
Estás aquí en un verano largo, más largo
que el invierno mío
y observo el rumor bosquejado en tus mejillas
las múltiples orillas de tu cuerpo
y el sexo oculto por perverso entramado
de cáñamo sedoso y sin marca registrada.
Estás aquí frente a los ojos
navegantes de un mar que no es el tuyo
en la isla donde vaga tu figura
bajo el sol, sobre la arena
cerca a los ojos míos que se plantan oscuros
a paladear tu sombra, el aroma que le dejas al aire
cuando ya tu figura se aleja
entre olas que lamen
los contornos del cuerpo que te viste.
¿Por qué la carne, Señor, la turgencia, las células
ahítas a lo largo del camino, los secretos
lugares, la oscuridad latente
en ese centro, las pequeñas espinas
que alimentan la sangre? ¿Por qué los huesos, la albura
siempre oculta de los huesos?
¿Los órganos contrechos; esa arritmia, ese dolor
en el insomnio, ese perfume
lento, caminando hacia el espíritu
indeciso, el malestar de lejanía? ¿Por qué si rubio o trigueño
o pelirrojo
el centro? ¿Por qué los muslos fiables, Señor, los muslos,
como agua, leche y mirra? Las rodillas,
Señor, las comisuras entre muslo y pantorrilla?
Esa rayita, Señor, no tan rayita,
justo en el blanco, Señor, ¿por qué?
¿Por qué la oscuridad de los pezones y la línea
convexa de la espalda? Los ojos,
Señor, y las mejillas, las clavículas y el centro,
oscuridad cegada, tan hondo,
tan centro, tan profundo. ¿Por qué la noche inmensa, el infinito,
en ese centro?
Sentencia eres y no pastura de las horas,
nada de playa, sol y vacaciones: penumbra eres,
nadan los ojos
que recorren páramos
y páramos y holguras sima a cima. Virtual
al deseo y al asombro del clic entusiasmado.
Casi innombrada
paso al frente en la pupila
cerca de las manos que deben contenerse
¿Qué oficio tienes, cuál función tu superficie más allá del día
y su carátula de tiempo? Polvo serás…
—ineludible—, pero antes
misterio al roce, en la letanía de las horas
y olas que te forman
en la caricia murmurante centímetro a centímetro
en el minuto, en el segundo de los ojos.
Largas las piernas, las eles de las piernas
textura y ligereza hacia
la pura lentitud del centro.
Lentitud de la pisada. Lentas su consistencia
y la concupiscencia. Prólogos
de lo innombrable; llamas.
Llamadas a encontrar la horizontal en el abismo.
Eles las piernas, sin más vocal que la A
única en el azoro.
El Señor es misericordioso y atento con mis huesos.
Él los lleva a poblar las anchas avenidas
que van a dar a la mar / que es el morir
donde crece la mirada.
El Señor es cariñoso con el cuerpo mío, con los ojos
y las manos y las piernas dirigidas a entablar
una conversación con la arena, con la brisa y con el sol
que sólo pertenecen a la calma y el sosiego.
El Señor conduce las miradas donde esa frágil
muchacha asciende de las aguas vestida con Su sol
solamente con Su sol, vistiendo el aire con el cuerpo solo.
El Señor es atento con mis huesos. Él los lleva a adorar
no al becerro de oro de piedras recamado sino a esa niña
de cabellos mojados lejos de los mercaderes
paupérrimos que buscan el sustento diario.
¿Quién no confía en el Señor? Pues el Señor trajo hasta aquí
las arrugas, las canas, el exceso de grasa
para mirar a esa muchacha.
El Señor es pescador de hombres ateridos,
de cómplices de la rutina
y me conduce lejos de las inclinaciones de la sobrevivencia,
de los lujos y manjares que sólo caben en la imaginación.
Loado sea el Señor que me conduce a contemplar
los redondos pechos y la negrura de ese centro
de la muchacha aquí, acomodando una toalla
sobre la arena como un altar y tomando el licor refrescante
de una piña y aguardiente.
Loado sea el Señor por tantas maravillas.
¿Qué se tiene debajo de la piel?, ¿el alma
ya caduca y entrada en carnes o bien
el espíritu maligno, imán de polo
opuesto a otro cuerpo, la atracción
—real
o imaginaria— hacia otra superficie
con los poros mismos o las células
dese-
antes
que sólo esperan el momento
del ataque frontal?
¿Qué se tiene lubricando los espacios con aceites
de otros días
más perversos, debajo
más debajo de los filamentos de esta luz?
Es aquí que el cuerpo a navegar comienza, libre ya de la sirga
del continuado rezo que busca descifrar la ventisca
para darle solidez
al aire o la espuma blanca: Ícaro
solemne dirigiéndose
sin temor
sin atender la cera o la argamasa
de plumas primitivas
con sola piel atenida
al rescoldo que se forma piel adentro
cuando esa muchacha simple
sin más emerge de las olas.
¿Dónde se encuentra la patria de tu nombre? ¿Dime,
los terrenos de tus sílabas, los surcos —no apropiados—
en que van creciendo las espigas de tus letras?
Tan sólo tus vocales, la ilación
del nombre entero, ¿en qué brisa se sostiene?
Pasas como una luz
atorada en el resquicio de este azul que nos contiene
y contiene leves tus pasos y leves mis ojos que te siguen
para ver si así descubren el territorio donde el nombre
que te cubre, acaso guarda tus vigilias, donde
las sílabas descansan cobijando sus trazos
que ese dios imposible quiso que tuvieras sobre la piel
como una agua prodigiosa lamiéndote
cada rincón, cada célula, en cada una de las flechas
dirigidas a encajar miradas que surgen de las miradas mías
para acercarme e invadir los territorios donde
tu nombre, quizás austero o melancólico,
quizás de piedra, pluma, humo que revela en qué patria
no escondida, en qué bandera tu nombre hace honores
y recita con fervor las notas sacras, tal vez sólo impostura.
Dime
muchacha el nombre de los granos de esta arena
que te cubren silenciosos para robar al sol, a las miradas
y a las manos que te siguen, dónde tu nombre
está clavado, dónde se encuentra el ministerio de sus sílabas,
dónde el consulado y la visa
y atravesar así montañas ríos y fronteras
y minar tu cuerpo en un abrazo donde ni sombra
quede de aquella patria, de aquella urbe
laberíntica que te vio por vez primera.
Qué hacer, Señor, con estos ojos
con esta hambruna que me sale de la piel
y se vuelve canto al aire; canto rodando
entre cantos pequeñísimos
formando una gran bola de magma
que va hacia el despeñadero de esa muchacha
surgida de las aguas que no son del Leteo:
memoria pura capa tras capa y folio
numerado consecutivamente hasta formar
la gran enciclopedia de esta hambruna
que desborda mi cuerpo, entenebrece el alma.
¿Con qué palabras, Señor, describir esta aventura?
La muchacha vino a mí a preguntar la hora
y conversamos.
No, Señor. Tú bien sabes
la historia de Francesca y Paolo
y certificas que no leímos libro alguno.
Si acaso
las huellas que dejan los cangrejos,
su escritura fugaz sobre la arena.
La muchacha vino a mí
y conversamos. Después sólo esta fragua
este calor insoportable en el adentro
latiendo muy adentro.
Penetro en tu cuerpo
como en una pared
de agua.
Me inundo.
Me acogen tus sentidos.
Me reconozco.
No estoy de amor tejido
estoy tejido de tejerlo
Tomás Segovia
Ese tu pelo, la caída profunda
de tu pelo a mis manos.
Ese tu mechón rizado tapándote los ojos.
Estos tus ojos que me miran y no miran el color
del asombro con que miro
el color de tus ojos y tu frente y tus mejillas.
Esa tu frente y esas
tus mejillas y el mentón
y tus labios. Estos tus labios
en el silencio casi de la orfandad
como queriendo algo que se acerca
y está dormido en el horizonte; ese tu cuello
largo como manos y espadas asiéndote completa
sosteniendo
la cauda de tu pelo
de ese tu pelo que recorro palmo a palmo de abismo a orilla
de ese tu pelo que esconde lo profundo, las entrañas
de lo mío poderoso escurriéndose en tu pelo
guardando intacto la frescura de los cuerpos
—nuestros cuerpos— que se tejen.
Adentro, más adentro, hasta pulsar la luz
hasta que el músculo
henchido
hable por su propia baba
restriegue su lava cariñosa
en las paredes, más adentro del adentro.
Por ti me crece un pelo en el escroto
firme, señero
devanado a sí mismo en loco empeño
(el otro surtidor cuatro dedos arriba
tiene la frente en alto una vez más).
Desde hace días tengo un pelo
maravilloso en el escroto
que ríe conmigo
me hace cosquillas
me dice: ve
no tengas miedo
si falla aquel
yo le entro al quite
y esa muchacha
me cae que muere en el espasmo.
Yo tengo un pelo en medio del escroto
me hace bajar de peso (ya casi quince kilos)
me pone guapo, me anarcisa.
Yo tengo un pelo en el escroto
tan similar a otros que tengo en el escroto
que no hablaría de él
si no fuera porque ella dice:
qué lindo pelo en el escroto tienes.
Este triángulo
es el sendero
por el que
llego
al
c
i
e
l
o
Deja que tu belleza no transcurra
que se aleje del tiempo
y sus caricias.
Sólo la eternidad pese en tu carne.
Deja que el tiempo
cubra su red de instantes
en la piel,
que el óxido no encuentre su labor.
Sólo la eternidad pese en tu carne.
Sólo la eternidad lama tu piel,
tienda su lengua y guarde
las sombras y los báculos
para otros menesteres
alejados de ti, donde
sólo la eternidad vaya contigo.
La soledad es una
O
centrada
en el O j O que corre
tras la sombra desnuda
en el preciso instante
de la noche
Y si expresara Dios el contubernio
entre la piel gastada que ante los ojos
surgiendo retorcida en esa playa silenciosa
de opacas aguas y diera la señal para el ataque
cuerpo a cuerpo sostenido en un instante
tan mayúsculo que no dejara al día
volverse sombra, sin más resguardo que su luz evocadora.
Si en su palabra verdadera inclinara
el solsticio hacia otro meridiano
lejos de la costumbre y el temor
amurallado en trabajar la ruta ya gastada del íntimo minuto.
Si en su mano derecha detuviera al rayo
para salvar intacta la hermosura,
el cuerpo mantendría su forma
en el espacio dilatado
y el tiempo
dejaría su inútil cantaleta
de recordar al polvo.
Conciencia habrá del cuerpo
cuando esparce sin límite su polvo
sobre la anchura de tu piel; conciencia
de trajinar sombra tras sombra
en días infinitos como infinitos
son las olas y las alas y el rumor
de caricias y pétalos; conciencia
habrá de urdimbre; conciencia
vegetal hora tras ala, ola tras muerte
cuerpo sin piel en el venero
de la rama que olvido y consistencia
en su fruto sin paz y sin conciencia.
No. No es nada de retórica
ni de medir los versos o levantar un ara
para ofrendar mis ojos.
Nada que ver con sombra de una Helena
en guerras figuradas.
Es algo de san Juan
y de la noche oscura
y el ventalle de cedros y la música callada.
No es nada de palabras,
es el silencio de los ojos y las manos
la escritura en la piel sobre la piel
y la pregunta: ¿Adónde te escondiste, muchacha,
Y me dejaste con gemido?
Oscuro es el combate entre la piel cifrada
y el aire que transporta
la pátina de asombro que viene de tu pelo
que no es / sino una ausencia
sostenida en los alvéolos de la carne.
Cifrado está el encuentro de la piel
con la brisa, con la hoja conducida
a su descanso, con el polen vertido
y con la misma aura envolviéndolo todo
como un presente que cubre las heridas
de esta piel atenta a los combates
que vienen con la noche en una mancha
escondida en los resquicios de otro tiempo
en que tu pelo sostenía la cadencia de susurros
que se daba en los abrazos. Oscuro y ya limado
de asperezas, de lascas que chispas producían
en el roce continuado de tu piel con la mía
y las palabras que fuera del horario la verdad
incontestable de la dicha conservaban.
Cifrada está la piel en la palabra, en su textura
cálida, en su olor atesorado en los bordes del signo.
Cifrada está y ya alojada en el rencor
con que se nombra esa turgencia del aire
que frescura entre los álamos nos daba.
La piel es del cuerpo la palabra, el alfabeto
mudo en conversación más pronta cada vez
con la lápida que encierra el feroz silogismo.
Urde en sus renglones un discurso sostenido
y rescrito a través de las carátulas del día, deja manchas
oscuras, cicatrices que se pierden en las líneas de la historia.
La piel es palimpsesto de lo que fue borrado
en una noche clara por la estrella del navío.
De lo que fue reescrito cuando los pétalos exactos
se erguían poderosos.
Sabes que la escritura no cabe en el cerebro.
Que la palabra en sí
rompe las comisuras y desborda las paredes;
busca el vuelo, no la altura,
la prodigiosa emanación de estar
sin sombra sostenida;
de mantener erguida su propia majestad
lejos del adherente polvo que anuncia
su lápida perpetua.
Sabes: poderosa es la palabra
lanzada hacia el vacío, sin perseguir figuras,
sin compromiso, presta a herir
el fragmento de verdad
que en las Aras se tiende
ante una luz sin chispa.
Te verás en composta convertida,
¿cómo será tu olor?,
la tristeza de tu pelo,
¿irrebatible?
Irrebatible
¿el mosto de tus uñas,
retrato cristalino del día postrero?
En composta será la piel
y lo de adentro.
Composta será la tierra tuya,
será la tierra tuya
composta
generadora de aire nuevo.
Marzo de 2004 a junio de 2005