Los secretos del sueño
Llegó a su casa con un cansancio descomunal y decidió jugar al autista con su familia. Se preparó el cereal de todas las noches mientras veía de reojo la primera plana del periódico que nadie había tocado sobre la barra de la cocina. Prefirió mirar la contraportada de la caja roja, ahora vacía, para leer la información nutricional mientras los pensamientos de impotencia le taladraban la cabeza. Seguía viviendo con sus padres, no tenía pareja, ya se le había pasado la edad para estudiar una maestría en el extranjero y solamente se dedicaba a conservar un trabajo donde el futuro no estaba incluido. Sumergido en el limbo que se abre implacable entre la juventud y el paso hacia la adultez que trae consigo el éxito o el fracaso, maquillaba su tristeza con aquella enorme y perfecta sonrisa que le regalaba a todos. Pero en la realidad, quería escapar.
Terminó el cereal, caminó hasta su recámara, cambió de ropas y se deslizó entre las cobijas. Sabía que no recibiría un mensaje de buenas noches de ninguna hermosa mujer, que al despertar ahí estaría la Ciudad de México esperándolo de nuevo y que su alegría consistía en la llegada del repetitivo fin de semana. Acarició su cabello en un acto de autocompasión, trago saliva, acomodó las dos almohadas y finalmente cerró los ojos. El cansancio se encargó de lo demás.
Su psicólogo le había recomendado que cuando cayera al vacío durante su sueño, emprendiera el vuelo y así lo hizo. Resbalando por una ladera que llevaba a un terrible barranco, se volcó hacia una muerte segura hasta que instruyó a sus pensamientos y se elevó de manera pletórica por encima de todo el valle que ahora se tornaba espectacular ante sus ojos. Aceleró y sintió el golpe frío y esperanzador del viento rampante que lo convertía en una fuerza poderosa y perfecta. Su gesto triunfante se hacía notar en el cuerpo real que dormía profundamente dentro de una casa amarilla al sur de la capital. Sin embargo, mientras el hijo llegaba a la cima de la fantasía, su madre pasaba del nerviosísimo al pánico. De la cómoda cama de aquella habitación, el cuerpo se desplazó hasta la sala de urgencias del hospital más cercano. El único hijo llevaba semanas sin despertar pero el parte médico no arrojaba complicación alguna. El coma estaba descartado y se confirmaba el hecho de que el paciente permanecía simplemente dormido.
El hijo evadido caía hacia el asfalto y de nuevo se elevaba para confirmar el milagro de poder volar. Ahora surcaba mares e islas remotas donde los brillantísimos colores lo hacían sentir pleno y poderoso hasta que de repente cayó a tierra con un golpe estrepitoso encima de una enorme montaña de arena. No pudo volar más y comenzó a caminar. El sueño cada vez se parecía más a la realidad salvo que los escenarios cambiaban a su modo. Pensó que era el momento ideal para formar una familia. De igual manera, decidió fugarse para siempre de la siniestra capital mexicana para establecerse en Estocolmo, aquel destino nórdico donde la felicidad era perpetua. Para ello, en diez pasos llegó a Suecia y en quince más miró a una escultural mujer rubia sentada en una banca de parque.
Caminó lentamente y se detuvo frente a la banca, la miró varios minutos mientras ella le devolvía su reflejo. Conversaron varias horas hasta que la atracción fue tanta que se fundieron en el beso más apasionado que se pudiera atestiguar. Cayó la noche y con ella las ganas de entrelazar sus cuerpos. Bajo una noche perfecta, ambos hicieron el amor de manera salvaje hasta que quedaron exhaustos mirándose de manera tan tierna que del cielo comenzaron a caerse las nubes para cubrir sus cuerpos desnudos. Salieron de aquel hotel, subieron a un auto y a gran velocidad zigzaguearon por las calles riendo y festejando su amor hasta que en una curva no pudieron evitar arrollar al hijo pequeño de los dueños de la panadería más famosa de la ciudad. No se detuvieron e intentaron borrar de sus mentes el terrible incidente. Un mes y medio después, las risas volvían ante el anuncio del embarazo. Los planes del enlace comenzaron a tomar forma.
La madre caminaba hacia el Ministerio Público aquella mañana de abril ya que su hijo había desaparecido del hospital donde se encontraba internado desde comienzos del año. Nadie en el centro médico tenía una explicación pero al tratarse de una enfermedad que nadie encontraba ya que tenía todas las características de un descanso común y corriente, se concluyó que el paciente había despertado y se había marchado.
La boda se llevó a cabo en una tarde radiante dentro de la isla de Skeppsholmen con una estupenda vista hacia el Báltico. Por la lejanía, solamente estuvieron presentes los familiares de la novia. Al finalizar, regresaron al centro de la ciudad y se hospedaron en el hermosísimo Grand Hotel cuya vista era inigualable. Se besaron, prometieron, rieron, lloraron y finalmente, durmieron.
Voces y puertas cerrándose con violencia fueron las culpables de que sus ojos volvieran a abrirse. Su cerebro le mandó la monstruosa alerta de que todo aquello había sido un sueño y de tajo recordó su vida. El trabajo sin futuro, la casa de sus padres, la soledad de no tener pareja y la terrible Ciudad de México que no le permitía lograr el escape hacia un país lejano. Se miró en una cama de hospital y no lo entendió. ¿Sería posible que le hubiera pasado algo que no recordaba? ¿Dónde estaba su madre? El silencio sepulcral de las paredes de aquel hospital se vio destruido por el llanto de un bebé. Miró a su derecha y ahí estaba ella, su esposa sueca sosteniendo a su hijo mientras en la ventana se veía el Mar Báltico. ¿Podría ser que los hechos de su eterno sueño hubieran modificado su realidad? Acto seguido, ingresaron al cuarto dos policías con arma en mano para arrestarlo por homicidio involuntario. Y todo mientras su madre desconsolada rendía una declaración en algún Ministerio Público de la Ciudad de México para intentar encontrar a su hijo.
Volver a Roberto Delgado Ríos