Las hadas del mar
Hemos navegado toda la noche tratando de llegar hasta él. La redonda placidez de la luna y alguna que otra estrella han sido nuestros guías en el camino; aunque sabíamos que la ruta estaba trazada de antemano. Hace frío. El agua cambia de color con los días. Mientras más cerca nos encontramos, su color se hace más abismal. He tratado de disuadir a los otros, pero sólo me miran con esos ojos llenos de sal y espuma y me ignoran. Hace tiempo ya que dejamos de hablar; nuestra convivencia se basa únicamente en el silencio, un silencio grisáceo, roto sólo por los ruidos del mar. Debo confesar que tengo miedo, pero mi deseo de encontrarlo vence toda duda.
Cada mañana, la madera de la embarcación cruje envejecida cuando despierto con su sabor a algas y moho adherido a mi paladar. Bebo un sorbo de agua (cada día escasea más), y paso el día oteando el horizonte, buscando la más mínima sombra que delate su presencia. Todos los días son iguales desde que entramos a este círculo. Al principio nadie quería hacerlo, entonces hablamos mucho de ello, discutimos, creo que hasta llegamos a golpearnos, pero lo inevitable siempre tiende a suceder; después simplemente lo hicimos. Izamos las velas, arrojamos por la borda todo lo que consideramos superfluo, incluidas nuestras voces, y con esa nueva ligereza entramos a su espacio.
Sé que nos estamos acercando por la inusitada aparición de las flores. Comenzaron siendo una que otra, pero esta mañana el mar estaba completamente invadido por ellas. Las he estado mirando con una curiosidad casi morbosa, hasta he tratado de capturar alguna; pero evaden mis caricias y se alejan nadando. Casi podría decir que se ríen de mis intentos, como si quisieran que con cada golpe del oleaje me acercara un poco más a ellas. Preocupado, uno de mis compañeros se sentó muy cerca de mí, y respirándome en la nuca pronunció una sola palabra semejante al crujido de la madera seca: Medusas.
Sin pensarlo salté al agua. Sé que probablemente jamás lo encuentre, que soy débil por haber sucumbido al hechizo de estas hadas marinas, pero llevaba muerto ya mucho tiempo, y con ellas encontré mi paraíso. He dejado de tener frío. Hasta que aparezca otra embarcación, sé que sus bolsitas llenas de veneno serán mi alimento cotidiano; mientras tanto, la armónica liviandad de mis nuevas amigas será la música o quizás el hielo que me empuje más a él.