La rebelión del ruido
Harto y decepcionado de los gestos que todos los seres humanos le hacían y la forma en que lo adjetivaban, el ruido dejó de ser lo que era. Había llegado la hora de su venganza y el momento de reposicionar su lugar en el mundo. Para ello, ideó un plan magnífico. Comenzaría por los recién nacidos, lo más preciado de los adultos. Visitó todos los hospitales que había en México y se coló en las salas de parto. Durante ese año, nacieron 1150 bebés en el país, los cuales abrían la boca, mostraban la lengua, deformaban su cara, manoteaban, se notaban desesperados e inflaban la nariz pero no emitían ruido alguno. Solamente sonidos que el hombre no catalogaba como ruido, o sea, lo que se escuchaba no molestaba. Es un hecho científico que el llanto es de los ruidos que más les molestan a las personas y por ello, el ruido comenzó su diabólico plan enmudeciendo a los nuevos tesoros. Los padres comenzaron a cuestionar al doctor creyendo que había algo muy malo en su hijo. Se especuló con haber tenido hijos mudos, con que algo de la tráquea les impedía “molestar” gente y un sin fin de teorías. Pero el ruido cuando se veía extrañado, le devolvía la voz a los recién nacidos. Nunca antes, se había anhelado más al ruido como en aquellos quirófanos.
Siguió con las fiestas patrias donde silenció los cuetes, dejó con un chisguete de voz al Presidente desde el balcón y a todos los que gritaban en las cantinas, casas, restaurantes y demás sitios. La gente se sintió frustrada y fue el peor festejo de la independencia que hubo en la historia. Apagó el sonido de los taladros y de toda la maquinaria pesada por un tiempo. Lo que parecía ser una medida salvadora provocó el caos. Sin el ruido, los trabajos comenzaron a quedar deficientes. Curiosamente la concentración del trabajador se basaba en el sonido que hacía su herramienta al contacto con las distintas superficies. A la par, los que pagaban por las construcciones dudaban del avance al no escuchar ruidos molestos que en otros tiempos eran sinónimos de “estar haciendo el trabajo”. Todo comenzó a solucionarse cuando el ruido les devolvió lo que les hacía falta en las fiestas patrias y en las construcciones.
La tala de árboles comenzó a bajar el ritmo. Los taladores sorpresivamente trabajaban menos cuando se dejó de escuchar el impacto del tronco azotándose en el suelo. Necesitaban su ruido triunfal de que el gigante había caído. El ruido como siempre, al verse necesitado, les devolvió su estruendoso sonido aunque hubiera preferido no hacerlo para evitar la deforestación, pero la vida es como es. En las calles, los cláxones - por decreto del ruido- dejaron de servir. Y el plan secundario de los gritos por la ventanilla tampoco dio resultado. La furia diaria de la jungla de asfalto se seguía presentando, pero nadie la escuchaba. Al verse necesitado ante la frustración colectiva por insultar al de enfrente, el ruido les regresó sus bocinazos y sus histerias. Las personas sintieron que les regresaba su identidad, por extraño que esto sonara. Las televisiones, aunque tuvieran todo el volumen arriba, se seguían escuchando a nivel bajo. Ya no existía tal cosa como el partido de futbol donde al narrador lo escuchaban en los estados vecinos. Los aficionados comenzaron a disfrutar menos y a desesperarse. Las conversaciones solamente eran sobre la forma de subirle al volumen en lugar de los marcadores de los partidos. El ruido les regresó sus decibeles. En los estadios, parecía que los encuentros se disputaban a puerta cerrada porque el ruido les había arrebatado las consignas a todos los asistentes. Y ocurrió lo mismo, cuando el ruido logró que le dieran su lugar, les devolvió las ganas de apoyar y despotricar como desquiciados.
La rebelión del ruido había funcionado, nunca como en aquel tiempo, fue tan valorado. Ahora, todos sonreían y no se molestaban ante la presencia de aquellos sonidos tan estruendosos para los que el oído humano no estaba preparado. En todos los quirófanos esperaban con ansia los llantos, en todas las celebraciones se sentían dichosos por gritar, las construcciones dejaron de tener errores y los dueños sonreían más al escuchar que al mirar frente a sus proyectos. En las calles, los conductores verbalmente violentos volvieron a sentirse plenos. El ruido había cumplido con su propósito y regreso triunfal a su estado natural.
Varios años pasaron y la vida como se conocía normalmente seguía su curso sin ningún contratiempo. Las personas iban y venían haciendo sus actividades cotidianas hasta que se presentó la mayor tragedia que la humanidad había conocido hasta ese momento. Un caos que derrumbó todo el equilibrio y fulminó al planeta de manera agresiva y sin piedad.
Todo el tiempo posterior a la conclusión de la rebelión del ruido, se comenzó a preparar la madre de todas las revoluciones. Al verse rebasados y reducidos a un segundo plano, la felicidad, la tristeza, el silencio, el egoísmo, la vanidad, el sueño, la ilusión, el lamento, el arrepentimiento, la nostalgia, la lucha, el pesimismo, la sanidad, la locura, la introversión, la inteligencia, la muerte y la vida formaron un frente común para aplastar al ruido. No podían soportar que algo como el ruido comenzara a restarles importancia. La vida como era, representaba algo perfecto para ellos, algunos más importantes que otros pero todos contentos. Tenía que llegar el ruido con sus ideas socialistas para exigir que todos fueran iguales. Y lo que siguió fue la aniquilación interna del ser humano, mismo que jamás logró volver a funcionar y a ser compatible con el planeta. Se podían ver cuerpos recostados en el suelo experimentando una especie de convulsión cual máquina desprogramada.
El frente común logró imponerse pero destruyó al ser humano. La victoria pírrica había sido una peor decisión que la propia rebelión del ruido.
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