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La noche del cobarde.

 

 

 

Oigo su canto a pesar de la cera

que la fiesta dejó en mis oídos,

ahora sólo quedan el desasosiego,

la casa, el filo: el silencio.

Veo sus hermosas cabelleras rojas y azules,

a los curiosos que se asoman

en las ventanas de enfrente.

Quisiera ser embestido por una de ellas

y detener el tráfico, alargar

la agonía del suicida que va dentro, o

la del copiloto por el que van

y que entre su sangre

y la mirada de los transeúntes,

sufre,

igual que yo, pero distinto,

la angustia del accidente;

así, al dejarlos morir

me sentiría acompañado.

Pero se alejan las sirenas y sus voces

y me resigno a estar aquí,

a dejarlas llegar con ellos,

a no tener las agallas

para salir de mi cuarto.

 

 

De A renglón sonido

(Proyecto de Radio UNAM-FLM)

 

 

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