La muerte del artista y la desconstrucción visual.
Basándome en la perspectiva de Jacques Derrida, sobre la deconstrucción de las artes visuales, en la entrevista de Peter Brunette y David Wills, para ampliar un poco las cuestiones con respecto a la idea de Artista, en un paraje contemporáneo, apoyándome y contrastando con otras perspectivas como la de Barthes, Foucault y Bourriaud.
Dentro de la entrevista, preguntan a Derrida sobre la presencia del artista, en la obra de arte, la firma, el corpus. A lo que el contesta con mencionando que la firma no es sólo un gesto que designa la autoría de una obra, y que tampoco se trata de un planteamiento propio del artista, como indicador de su yo en la obra, Derrida, refiere que la firma es más bien un acto per formativo, que sucede como reanimación del autor en la obra, dicho de otra forma, desdeña la idea del artista como presencia, niega la -presencia- del artista, debido a que esta presencia significaría la desaparición de la obra, ya que eso que intentamos asir cuando nos referimos a la presencia del artista, cuando pensamos en una obra pictórica que esta -presente- , por ejemplo, es más bien una suerte de trazos donde la obra se disloca a sí misma, de manera que si la firma es posible, se debe sólo a que el artista, no ha logrado convocarse plenamente allí, en la obra; siempre pareciera quedar un vacío, que es llenado con lo que nosotros podemos encontrar del autor en la obra. Para Derrida la firma de una obra, no es sólo la integración (ya sea por adentro o por afuera de la obra) de un elemento extraño, que denominara una especie de legitimación de la autoría, sino que la firma constituye el testimonio de un algo que se realiza ha sucedido, y donde quien lo ha realizado toma conciencia de ello y hace palpable que él lo realizó: Esto está hecho y soy -yo- quien lo ha hecho.
De esta forma, se piensa en el autor como parte de la obra en medida que podemos acceder a su cuerpo de entre la construcción de la obra misma, el cuerpo del artista será visible en la obra, una parte de él queda atrapada, y es ahí donde el receptor, el espectador, el público, la institución, dará fé y legalidad de la originalidad de esa parte apresada del autor, lo que vendía a significar la confirmación, de la obra. También apunta que la firma siempre será precedida por su confirmación, es decir que la confirmación del otro sobre mi firma la hará válida. De esta forma no hay obra sin firma, no hay obra sin autor. Cada vez que uno mira una obra, mira también al artista, y lo con-firma.
Según Foucault, la muerte del autor comprende cuatro puntos imprescindibles, que problematizan la caracterización del mismo, el primero es la imposibilidad de tratar el nombre del autor como una descripción definida, pero al mismo tiempo resulta imposible tratarlo como un nombre propio común, la segunda tendrá que ver con la relación de apropiación donde el autor no es exactamente el propietario ni el responsable de su obra, no es ni un productor ni un inventor, después vendría la relación de atribución, donde se comprende al autor como aquel al que se le puede atribuir lo que sido dicho o escrito, pero esta apropiación es el resultado de críticas complejas y raramente justificadas, de incertidumbres, y por último la idea de la posición del autor, donde se sitúa el autor, desde su texto, desde su obra.
Roland Barthes considera que la intención de un autor al escribir una obra, no es el único anclaje de sentido válido a partir del cual se puede interpretar un texto. Él considera que en la literatura se pueden encontrar otras fuentes de significado y relevancia. Puesto que el significado no está dado por el autor, éste debe ser creado activamente por el lector a través de un proceso de análisis textual. Lo mismo sucedería en cierta medida con las artes espaciales. De alguna forma, la obra de arte también es atacada por estos puntos de vista.
Volviendo a Derrida, es necesario concentrarnos en la idea de presencia, si la posición de Derrida con respecto a la presencia como muerte del artista, del autor, fuera complemente plausible no podríamos referir a cierto tipo de prácticas artísticas que por en su composición encierran más que un texto o un discurso virtual, una experiencia. La idea de la experiencia sobre el concepto en la obra de arte tiene ya bastante tiempo fraguándose, incluso tiene su propia historia, y nos remite a lo que Nicolas Bourriaud propone como La estética relacional, que se desarrolla dentro de este cerco de expresión artística, conocido como arte procesual y que comprende intervenciones, acciones, gestos, etc. Y que se inscribe en prácticas como el performance, happenings, arte-acción, instalación, land art, arte povera, arte efímero, etc.
Este tipo de expresiones o mejor dicho procesos no son explorados por Derrida, desde el momento en el que se centra en las artes espaciales, olvida que las artes visuales no se componen sólo de su hemisferio objetual, ante el objeto de obra de arte nos encontramos con su propia conceptualización como falta-de, desde aproximadamente finales de los años 50, con la aparición de obras de arte pop en serie, donde poco a poco el objeto desaparece, o incluso antes donde se atenta contra el objeto (en su dimensión matérica y de factura) como con Duchamp y su botellero, o el clásico urinario. Poco a poco las artes visuales se desenvuelven más y más, acercándose a una nueva visión y comprensión de la figura del arte en el mundo. Bajo la perspectiva de Bourriaud, el arte ya no diseña o propone utopias donde se puede habitar, sino que genera nuevas aproximaciones para habitar el mundo que ya está dado, de esta forma el artista contemporáneo se verá interesado en las relaciones humanas, y en los procesos sociales-culturales-políticos-artísticos, que desempeñan. De esta forma encontramos obras tan complejas como Sopa de Pobres de Tiravanija, donde sitúa un grupo de indigentes a comer sopa, realzando y magnificando la relación social que acontece en ese fenómeno, que es ignorado o bien ocultado, por dispositivos preconcebidos para el transitar social, tipo autopista de consumo. De la misma manera nos topamos con propuestas mucho más explícitas, como la de Marina Abramovich, donde permanece enfrente de una mesa, sentada en una silla a lo largo de 8 horas diarias a lo largo de un mes (horario de apertura del museo y la duración de la muestra-performance) confrontándose con el público, quedando a su merced. El nombre de esta pieza es justamente Artist is present, proponer al artista como presente, como presencia misma. Es allí donde la deconstrucción de Derrida pareciera fallar, pues resulta bastante extraño pensar que no hay -artista-, que no hay autor, en este tipo de procesos, de experiencias que engloban al artista mismo de manera física, y que empiezan y terminan en un espacio-tiempo definido, que no cuelga de ningún museo, sino que se suspende en el devenir del tiempo mismo. Es absurdo pensar la presencia del artista como su muerte.
Al menos suena algo ridículo optar por llamar a Abramovich -muerta- cuando la tenemos latiendo enfrente de nosotros.
Si la especificación de la deconstrucción de las artes visuales, se torna incompetente con respecto a estas prácticas, entonces pareciera no tener razón de ser. El planteamiento de Derrida sólo logra tocar firmemente las más arcaicas de las expresiones plásticas, artísticas. De manera que en sí mismo se encierra su propio componente caduco.
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