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La locura

 

     

 

 

El segundero se movía de manera extraña: frenética, sin sentido. Aunque aquello sólo yo lo percibía; llevaba demasiado contando el tiempo, era por eso que había dejado de avanzar con coherencia.

   Ella seguía durmiendo, como desde hacía seis meses. Nadie era capaz de decirme cuándo terminaría, nadie tenía las respuestas a mis preguntas, y una pregunta que carece de respuesta se convierte en un demonio que reside en nuestra mente y no paga renta. 

Sus ojos habían estado cerrados tanto tiempo que ya había olvidado cómo miraban; su sonrisa estaba apagada y su voz era cada vez un recuerdo más vago en mi mente. Toda ella como individuo comenzaba a resbalárseme entre los dedos; me costaba trabajo tratar de pintarla con mi imaginación y la esperanza se me agotaba. El único motor a mi deseo era el monitor que seguía marcando los latidos de su corazón. A veces sentía que también marcaba los míos y que era lo único que me mantenía con vida, sobreviviendo a su lado igualmente encadenado a esa máquina, pero era más una cuenta regresiva que un marcador.

   Estaba cansado de hablarle a un cuerpo y no a una persona. Estaba cansado de no obtener una respuesta al decir algo; de terminar cada “conversación” con lágrimas necias y estúpidas. Pero ¿qué otra opción me quedaba? Eso que dicen de que la esperanza muere al último, es cierto.

   Al principio había veces que realmente pensaba que estaba dormida, que en cualquier momento abriría los ojos. Pero uno sólo se puede engañar durante cierto tiempo y la realidad siempre tiene una manera nada sutil de aplastar nuestras fantasías con cinismo, casi con placer. Así que ¿qué podía hacer, sino esperar? ¿Qué podía hacer sino mentirme a mí mismo? Nada. Sólo nada. Eso es lo que obtenía, eso es lo que había estado sucediendo con mi vida durante todo ese tiempo, y eso era lo que me ganaba todas las noches que me pasaba mirándola, esperando que abriera los ojos como por arte de magia hasta que me quedaba dormido. Y la había visto hacerlo tantas veces en mi mente, que ya no sabía distinguir la realidad de la fantasía; no supe que era verdad cuando la vi hacerlo por fin. La realidad me engañó con una trampa tan elaborada como lo es la muerte, y no me dejó salir de ella hasta que fue demasiado tarde; su realidad ya no era parte de la mía

 

 

 

 

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