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La huida

 

 

   

 

 

 

Dan abría y cerraba los ojos mientras se revolvía en una cama que por muy suave y grande que fuera, no era la suya y le parecía tan peligrosa como el resto del lugar. Recordó la expresión de Elisa cuando lo vio rodeado de recortes, hojas, impresas y copias de libros que había tomado de la biblioteca. “Eres peor de lo que pensé”, había sido lo único que había dicho al verlo. Pero el había leído lo suficiente para saber que se estaban metiendo en problemas aun antes de que ella decidiera iniciar la búsqueda.

    Cuantas veces le había advertido, desde que descubrieron que Elisa tenía magia, que era peligroso meterse con esa gente. Pero Elisa era la persona más necia que conocía. “Cuando la mula dice no paso y la mujer me caso, la mula no pasa y la mujer se casa” era un dicho popular en su familia…a menos que la encargada de decir lo contrario sea Elisa, siempre pensaba Dan.

   Miró a su alrededor. La luz de la luna se filtraba por un hueco de la pesada cortina que arrastraba hasta el suelo y le permitía ver a medias los muebles viejos de la habitación. No podía dormir. Tal vez no tenía magia, pero tenía cerebro y algo le decía que no estaban seguros ahí.

   Dio un par de vueltas más y se paró de repente. No le importaba la hora, se tenían que ir de ahí cuanto antes, había algo que no estaba bien.

   Se paró y caminó en puntas hacia la puerta, se llevó zapatos y mochila en la mano para no hacer ruido, abrió con cuidado pero rápido para evitar el rechinido de la puerta y se encaminó al cuarto de Elisa.

   Su cena viajó de golpe a su garganta y de regreso cuando vio abierta la puerta de Elisa, entró y al ver todo en su lugar trató de convencerse de que ella había ido al baño o tal vez por un poco de agua.

   Se sentó en la orilla de la cama y sintió el calor sobre las sábanas: no tenía mucho que Elisa había estado ahí. Decidió esperar un par de minutos antes de entrar en pánico, pero pasados unos segundos ya no aguantaba la espera y se encaminó a la puerta. Caminó despacio y con la vista clavada en la cama como si Elisa fuera a materializarse de repente sobre las cobijas.

   En vez de eso chocó contra ella y ahogando un grito sintió como su cuerpo se congelaba por completo. Se llevó el índice a la boca y tras un suave tenemos que huir, cerró la puerta tras ella.

   –Dan –susurró ella furiosa–. Eres un imbécil casi me matas del susto –le dijo mientras le devolvía la movilidad–. ¿Qué rayos haces aquí?

   –Buscando dolor, por lo visto –murmuró el frotando sus articulaciones–. Te vine a buscar, tengo un mal presentimiento.

   –No seas delicado –bufó ella mientras pasaba una mano por su cabello y se acercaba al escritorio–. Bien, estoy de acuerdo, nos tenemos que ir –lo dijo mientras guardaba sus cosas en la mochila.

   –¿Qué?, justo hace dos horas te dije lo mismo y me tiraste a loco.

   –Nada te parece ¿verdad? –Elisa gruñó mientras cerraba la mochila y arrastraba a Dan hacia el pasillo–. La vi Dan, es una bruja.

   –¿Qué dices? –Ella le tapó la boca y lo guió hasta el borde de las escaleras. Sin decir nada más le hizo una seña y ambos bajaron despacio, atentos a cualquier ruido y haciendo alto total ante las más mínima señal de movimiento proveniente de cualquier parte de la casa.   

   Dan sintió como sus manos y pies se entumecían y al escuchar un trueno pensó que se le cerraría la garganta. Elisa lo fulminaba con la mirada cada que se detenía tembloroso.  

   Llegaron a la cocina y al ver la puerta Dan sintió un poco de esperanza. Tomó la manija y comprobar que estaba cerrada con llave sintió que las paredes se acercaban más a el y que los ruidos y sombras eran señales claras de que estaban por descubrirlos. Elisa se acercó y con un murmullo creo una pequeña bola de luz en la palma de su mano, acercó la luz a la cerradura y con un movimiento la introdujo y comenzó a murmurar mientras con la otra mano empujaba la puerta que seguía sin ceder.

   Dan miraba los movimientos de Elisa y pegaba un brinco cada que la madera del piso o las puertas crujía. Elisa logró abrir la puerta tras algunos intentos que a Dan le parecieron eternos y tan pronto se encontraron en el jardín, se pusieron los zapatos y corrieron hacia el bosque, Elisa llevando la delantera.

   No se detuvieron hasta encontrarse en medio de los árboles, no estaban seguros de que no fueran a encontrarlos ahí y peor aun, tampoco estaban seguros de saber como encontrar un camino de regreso a la civilización o sobrevivir toda la noche en el bosque. Aun estaban jadeando, con las manos sobre las rodillas y las mochilas en el suelo cuando  la tormenta inició tan repentina como agresiva.  

  

 

 

 

 

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