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La cerradura

 

 

   

 

 

 

Me despierto con la garganta seca y la frente húmeda. Abro los ojos, parpadeo. Tardo un par de minutos en acostumbrarme a la obscuridad, aunque la luna brilla en el exterior, las gruesas cortinas apenas dejan que entre un pequeño destello de su luz. Tengo sed, pero no me quiero parar, la idea de caminar sola y de noche por pasillos desconocidos en un castillo no me parece muy tentadora. “Un pequeño castillo” fue lo que me dijeron y a mi me parece enorme. Tengo mucha sed. Me tengo que parar, necesito agua. Ni siquiera me pongo los zapatos.

   Recuerdo que al final del pasillo debe haber una escalera y se que hay una cocina no muy lejos de la misma. La obscuridad no me deja ver más allá de mi mano y camino muy lentamente, casi arrastrando los pies. Mis manos van pegadas a la pared, avanzan por delante de mi cuerpo hasta que siento el vacío y se que estoy en el borde de la escalera.  Bajo los escalones, uno a uno, sin soltar el barandal y con cuidado de no tropezar. Estoy a punto de terminar mi recorrido y un ruido de cristales rompiéndose me hace parar en seco.

   Hago un alto total, siento la tensión recorrer mis brazos mientras mi puño se aprieta con más fuerza al barandal. Giro la cabeza en dirección al sonido. Nada, ni siquiera el ruido del viento. Dejo salir aire por la boca, me rio para mis adentros: me estoy poniendo paranoica. Bajo el último escalón y muevo la cabeza a ambos lados del corredor tratando de recordar hacia donde está la cocina. Me llama la atención una delgada línea de luz,  debajo de una puerta.  Camino en esa dirección, mientras me acerco comienzo a escuchar voces. Murmullos que se mezclan con bufidos y pasos rápidos.

   Cuando llego a la puerta empiezo a distinguir voces, estoy segura que una le pertenece al conde, nuestro anfitrión. La otra no la reconozco, es de mujer, pero es grave, profunda, seca. Me acerco más, le dije a Santiago que era una mala idea quedarnos ahí, pero él y sus amigos de alcurnia, el conde era amigo suyo de toda la vida y sería una grosería no aceptar su oferta. Llego a la orilla de la puerta, me paro indecisa al borde de la luz. Me da miedo acercarme y que mi sombra revele que estoy husmeando en la noche. Respiro hondo, pronuncio un hechizo en voz baja para eliminar mi sombra, me paro frente a la puerta.

   Es antigua y de alguna madera fina que aun conserva su olor a bosque. Me acerco a la chapa, la cerradura es bastante, grande, y puedo acercarme a ver si tener que pegar mi cabeza. Me da miedo que si me pego, la puerta pueda ceder ante mi peso y abrirse. Al principio no alcanzo a ver nada, la luz que viene del interior me deja ciega un momento y viendo aritos negros un momento más. Por fin distingo las formas. Hay un pedazo de escritorio al fondo del cuarto, detrás unas cortinas gruesas, que van de piso a techo, sugieren la presencia de una puerta  o ventana grande. A un lado del escritorio está el conde, aun tiene su traje de gala, con los zapatos de charol y la corbata con un presuntuoso diamante en el nudo, pero ahora el nudo está flojo, el saco se ha ido y las mangas de su camisa están arrugadas hasta ala altura de los codos que se doblan con las manos en su cabeza. Su peinado perfecto ha desaparecido para dejar unos rizos que se asoman entre los dedos inquietos. Tiene la vista clavada en alguien que no alcanzo a ver. Se que es la dueña de la voz profunda. Me la imagino alta, con tacones plateados, vestido rojo, a tono con su labial y cabellera y un cuerpo perfecto. Una vez que logro controlar mi respiración y me convenzo de que las gotas de sudor no suenan al caer en el piso de mármol, me concentro en las voces y escucho la conversación.

   –Te digo que tiene que estar aquí, con ellos, o encuentras lo que quiero o tus preciosos amigos se van a quedar aquí bastante más tiempo del que ellos pensaban.

   El conde se recarga en el escritorio y mueve los pies, cerca de estos veo algunos fragmentos de cristal, supongo que el ruido fue de eso, lo que sea que haya sido, estrellándose contra la caoba obscura que está detrás del conde. Sus manos pasan del borde del escritorio a la parte superior de su cabeza y de ahí al resto de su cara.

   –No tienen nada, por favor, ya te lo dije. Lo conozco desde que teníamos tres años. No hay forma de que este relacionado con ella. Solo déjalos ir, yo te daré los recursos que necesites para encontrar a los verdaderos responsables.

Los ojos del conde están rojos y veo en la alfombra la sombra de la mujer moverse despacio.

   –Aquí la que decide quien se queda y quien se va soy yo Conde –lo dijo lento, poniendo énfasis en el Conde y separando las sílabas, el hombre que horas antes me había parecido un snob alto y elegante, me parece mucho más pequeño, encogido como esta y con la cara cada vez más pálida. 

   La sombra de la mujer se encoje, por fin puedo verla. Contraria a mi imagen de película gánster, la dueña de la voz lleva unas botas de piso, que dan pasos lentos pero largos. Unos jeans sucios y rotos y una chamarra negra con un gorro que le tapa incluso la cara. Camina con el cuerpo hacia delante, las manos tienen guantes negros, levanta la mano izquierda y colgando de su puño, que se alza amenazante en contra del conde, está el medallón. Siento un puñetazo en el estómago y de pronto noto lo frio del piso de mármol bajo mis pies descalzos. Puedo ver el corazón que se balancea con el movimiento de la extraña mujer que, pese a no llegar ni a la barbilla del conde, lo tiene agazapado en su propia casa. Vuelve a tomarse el cabello con ojos llorosos. Cualquier persona podría pensar que es imposible que la mujer que sostiene un collar de corazón pueda amedrentar al hombre alto, fuerte y poderoso que tiene enfrente. Pero yo no soy cualquier persona, se el poder que encierra ese medallón, y si ella lo tiene, y está tratando de obtener algo de Santiago, solo puede tener un oficio: esa mujer es una bruja. No pensé que hubiera alguna en el país, mucho menos que estuviera bajo el mismo techo que yo.

   Me muevo un poco sobre mi pie. Estoy tratando de ver su cara, pero no puedo ver mucho a través de la cerradura, es grande pero si la bruja se mueve un par de pasos de hacia atrás la perderé de vista.

   –No tengo que recordarte cual fue nuestro pequeño trato ¿verdad? –la bruja ladea su cabeza y amenaza al conde con el medallón. Veo la barbilla del conde elevarse y su manzana de Adán sube y baja a la par de sus manos que arremangan la camisa.

   –No quiero formar parte de esto… –el conde susurra sin separar los dientes.

   –Vaya, vaya, parece que alguien olvidó la actitud entusiasta que tenía cuando traje su castillo con un tronar de dedos ¿Qué podremos hacer para ayudarlo a recordar su fidelidad a la causa?

   Lo sabía, este castillo era demasiado para este continente, ya sabía yo que esa idea de “replicar el hogar de mis ancestros” había sido una fanfarronada del conde. Pero tengo que concentrarme. Hay una bruja a metros de mi, no puedo pensar en lo estúpidos que son los hombres presumidos.

   –¡Cómo si pudiera olvidarme! –el conde contesta con un suspiro y apretando los puños.

   –Bien –la respuesta de la bruja suena a ladrido–. Me alegra por tu bien y por el de Elena, que estés consciente de que no puedes jugar conmigo.

   ¿Quién rayos es Elena? Bien ahora tengo que saber que hace la bruja aquí y seguramente después tendremos que rescatar a una Elena de sus garras.

   –Tienes 24 horas para entregarme lo que me pertenece, tus tontos amigos no pueden sospechar de ti. Los voy a necesitar más adelante. Necesito las piezas completas. Y no trates de engañarme: no puedes mentirme. Es parte del hechizo de nuestro acuerdo –los ojos del conde se abren y su boca se traba en una O–, ¿nunca te dijeron que leyeras  las letras chiquitas? ¡24 horas!

   La bruja agita la mano del medallón y desaparece del cuarto. El conde da un manotazo al escritorio, se desacomoda el cabello. Pensé que no podría estar peor, pero se está superando, se pasa la mano por la cara y camina hacia la puerta. ¡Demonios! Yo estoy en la puerta. Tengo que salir de aquí. Estoy entumida. Tengo que correr sin hacer ruido, me duelen las piernas. Subo las escaleras lo más rápido que puedo, tratando de no chocar con algo en el camino. A mis espaldas escucho la puerta frente a la que estaba momentos antes, abrir y cerrar. Me detengo, no puedo dejar que me escuche, los pasos del conde se alejan. Me llevo una mano a la frente. Estoy cubierta en sudor, trato de regresar mi respiración a la normalidad. Camino de regreso hacia mi cuarto, mi mirada está perdida en el pasillo y no me doy cuenta cuando choco con Dan.

   Me llevo el dedo índice a la boca y cierro la puerta a mis espaldas. Tenemos que huir.  

 

 

 

 

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