La casa de la moneda.
Fue exactamente hace un año cuando la encontré en nuestra cama con otro hombre. Tengo tan presente ese día como si hubiera sido hoy. Yo llegaba a la casa siempre a las seis de la tarde, cuando había terminado de ordeñar las vacas. Natalia siempre me recibía con una taza de café de olla y tortillas de harina recién hechecitas. Mientras yo merendaba ella vendía la leche a las señoras del pueblo que ya estaban esperando en fila afuera de la casa. Ese día mi mejor vaca, la Consentida se estaba muriendo y no quería que sufriera más, por eso tuve que regresar a las cuatro de la tarde a la casa por la pistola para matarla. Encontré a Natalia con un hombre en nuestra cama, saqué la pistola del ropero y les apunté a los dos. Mis manos me temblaban, no sé sí estaba más asustado que ellos o era la adrenalina. Recuerdo que sólo le pregunté al cobarde si ya habían terminado. Él me dijo tímidamente que sí. Entonces pregunté si estaba satisfecho. Él tenía los ojos hinchados de un pánico que no le cabía en el rostro, parecía como si no oyera lo que le decía, pero sus ojos reflejaban el miedo que se le tiene a la muerte cuando se ve de cerquita. Mis poros expiraban azufre. El rostro de Natalia era una lluvia de lágrimas que caían sobre la cama queriendo lavarla del pecado. Cuando el hombre afirmó con la cabeza le dije que le pagara. Fue entonces cuando sacó unas monedas del pantalón caqui que se estaba poniendo y las puso sobre la mesa. Le pedí que se largara y no volviera nunca, porque la próxima vez lo mataría y se lo echaría a las vacas como pastura.
Natalia se arrodilló a mis pies y me pidió que no la matara. Yo no dije una palabra y tomé una de las monedas de diez pesos con las que el cobarde le pagó y la clavé por fuera del portón de madera de la casa. Le dije a Natalia que mientras ella viviera, esa moneda iba a estar siempre clavada en la puerta para que le explicara a todo el que preguntara. Ella cuidaba celosa de que nadie fuera a quitar la moneda de la puerta y yo veía como su vida se apagaba día a día. El pueblo entero se enteró de la historia de la moneda y lucraban con nuestra desgracia llevando turistas a visitar La casa de la moneda, así la llamaban.
Hoy que Natalia amaneció muerta decidí enterrarla con la moneda en el pecho.
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