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Isla nebular

 

 

Usted todo lo puede ver desde allá arriba, señor Marqués. Y no me equivoco, desde esa altura, todo lo domina. Hasta creo que puede tocar un pedazo de cielo y escuchar las voces que se humedecen en las nubes. Le han de dar ataques de risa de nuestras locuras, de nuestras prisas y nuestras pláticas pendejas. Se ha de divertir viéndonos correr tras nuestras importancias que valen pura chingada. Así somos de cábulas, a veces pura mentira, a veces todo lo contrario. Usted me conoce bien, vengo todos los días a su fuente, a pedirle permiso para tomar agua y mojarme con ella la suciedad de mi cara. Se lo digo por si no llega a acordarse: mi rostro escondido y mis andanzas errantes se pueden confundir con otros cuerpos sucios. De repente parecemos distintos pero nuestras cáscaras se marchitan igual. Sí, señor Marqués, a mí también me gusta mirar a estos locos, observarles la disfrazada preocupación de lo que quieren ser. Algunos hasta lo empujan en voz alta, sacan a su niño gritón que les habita el estómago hambriento y pregonan lo que les gustaría tener. Usted los ha de escuchar, convertirse en amos de la ficción. ¿Los ha visto jugar con sus aparatitos? Esos que los hacen callar por minutos y los convierten en varios sentimientos a la vez. Simulan reír, enojarse, reflexionar y actuar al ritmo de sus pulgares contra una pantalla y sus peladeces de moda. Son unas islas, señor Marqués, que están en varios lugares simultáneos, apenas conscientes de estar aquí. Nosotros si somos reales, usted en su contemplación de vigía eterno, yo un observador caminante que vagabundea llenándose de sol, lluvia, viento y polvo. ¿Quién nos negará lo que vemos? ¿Ellos, los poseedores del ruido interior? Usted los escucha tanto como yo, pidiendo auxilio por vestir como otros dicen, encontrar la falsa felicidad en la compra de lo que no se necesita. Dóciles, guiados en el qué decir, en cómo pensar. Creer lo que señalan otras voces explotadoras y sentir valía por ello. Si Marqués, son dementes y pobres de alma que vemos caminar a diario, secuestrados por el consumo, dentro de trajes costosos en cuerpos abandonados de espíritu y autos nuevos que deben sueldos que aun no ganan. Usted los ha visto irse muriendo de a poco, decolorando su maquillaje, arrugando sus promesas, huyendo de sí mismos, bebiendo, abriendo piernas, penetrando, decaídos en sus fracasos, en sus vanas conquistas. Pasar de jóvenes vendiendo amor a regalarlo en la desesperación de la edad madura. Son la carga de sus inequidades, de sus decisiones hechas al vacío, de manos que no sostienen nada. Hormigas desordenadas que acarician el caos y lloran bajo el peso de un espejismo de tranquilidad. Sí, señor Marqués, esto lo conoce bien, los abruptos de estos sicóticos y bárbaros que devoran sueños y carne humana, usted que desde allá arriba todo lo domina y nada tiene inalcanzable. Larga vida a usted, señor Marqués, lo dejo entretenerse en las alturas de su fuente que solo le sirve para aguantar en su cabeza y sus hombros, la cálida resequedad que le abonan los pájaros y sus zurradas matutinas...

 

 

 

 

 

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