top of page

Isela no fue a misa

 

 

La mañana del último domingo del mes, ese en que casi no faltaba a misa ninguna persona del pueblo, la joven Isela -huérfana de padre y madre- no se presentó. En un lugar tan pequeño como aquel, las ausencias eran tan notorias como la subida de peso de unos, los desvelos de otros y las infidelidades de los tramposos. Isela no había acudido a misa y las conversaciones de los aburridos comenzaron a gestarse cuando el ritual hubo terminado.

   –Debe estar acostada con una resaca tremenda, me han dicho que esa niña se ha entregado al vicio desde que sus padres murieron en el accidente.

   –Debe ser eso, pobre creatura.

   Unos pasos más adelante, otras dos mujeres conversaban sobre lo mismo.

   –Creo que su novio la golpea, el otro día la observé detenidamente y nunca alzó el rostro, como escondiendo algo.    Ya vez que Javier siempre ha sido violento con otras personas.

   –Debe ser eso, pobre mujer.

  En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema.

   –Cuando mi compadre vivía, siempre me comentaba que esa niña no tenía remedio.

   –¿Pero a qué se refería?

   –Nunca me lo dijo, pero casi estoy seguro de que se acuesta con varios de los vaqueros de las tierras de Don Raúl. Siempre la veo caminando de manera provocativa por esos rumbos.

   –Pero su novio es Javier.

   –Por eso, no tiene remedio.

   –Pobre niña, que falta le hacen sus padres para que la corrijan.

   El propio Padre de la iglesia meneaba la cabeza con desaprobación cuando sus ojos no encontraban a la joven Isela por ningún sitio.

   –Que Dios bendiga a esa niña que ha pecado y va por el mal camino.

   –Pobre Isela.

   Esa misma tarde, cuando Isela de nuevo faltó a la plaza central donde todos se concentraban para darle la vuelta en círculos a las viejas esculturas, a alguien se le ocurrió ir por aquella niña del demonio. Era casi una burla para todos los lugareños la apatía de uno de los suyos. Remedios, una de las tías de la pecadora, subió con su marido en la motocicleta y en ocho minutos llegaron al cuarto que rentaba. Forzaron la puerta y ahí estaba, acostada en una cama sin vida con una nota que decía: “muero de amor”.

   –¡La han asesinado! –gritó Remedios.

   Las semanas siguientes fueron la antesala del infierno. Cada uno de los pobladores fue interrogado de manera agresiva y sin tregua. Había que encontrar al asesino que le había quitado la vida a Isela y que había tenido el cinismo de “maquillar de amor” aquel terrible hecho.

   A Javier le tocó la peor parte.

   –¡Por qué la mataste desgraciado!

  –No la maté –contestó despertando la furia de todos los pobladores quienes querían sacarlo de la comisaría a rastras para aplicarle la ley del ojo por ojo en la plaza central.

  Fue tanta la presión hacia Javier que al mes de las investigaciones terminó confesando un crimen que nunca cometió con tal de evitar que el propio pueblo lo torturara.

   La mañana del último domingo del siguiente mes, la joven Isela -huérfana de padre y madre- no se presentó por haber fallecido. El joven Javier tampoco lo hizo por permanecer preso como responsable del primer acto violento que no había cometido en su vida. Al terminar la celebración, las personas comenzaron a comentar.

   –Javier siempre tuvo ciertos problemas mentales desde pequeño. Yo nunca se lo dije a su madre, pero era obvio.

   –Desgraciado.

   Unos pasos adelante, otras dos mujeres conversaban de lo mismo.

 –Javier ha matado a más personas. Me dicen que va de pueblo en pueblo enamorando muchachitas para después…

   –Maldito.

   En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema.

   –Le hubiera dado una golpiza cuando pude. Ese muchacho va a pagar todo lo que hizo.

   –Si llega a salir, le enseñaré a tratar a una mujer.

   El propio Padre de la iglesia meneaba la cabeza con desaprobación.

   –Que el asesino se arrepienta de sus actos porque Dios ya lo ha perdonado.

   Dentro de la prisión del pueblo, Javier le platicaba a su compañero de celda las razones de su encarcelamiento.

   –No la maté, la dejé. Ella me amaba como nadie lo ha hecho, pero a mí se me acabó el amor y un buen día, la abandoné para siempre.

   En las inspecciones posteriores, se encontró una segunda carta, copiada de un libro de poemas y personalizada por Isela, donde con su inconfundible letra que la tía Remedios confirmó, explicaba el suceso:

 

“Muero de amor. Lentamente se me acabó y con él, se me acabó la vida. Muero de amor desde la muerte de mis padres y hasta el abandono de Javier. Muero porque ya no vivo, muero porque sin amor no puedo pertenecer. Muero porque he hecho lo peor que puede hacer una mujer sensible: entregarse.”

 

La carta se hizo pública y Javier salió de la prisión sin que nadie intentara hacerle daño. Se necesitaron varios meses para que los pobladores aceptaran el hecho de que Isela había muerto de amor. Mucho tiempo después, el último domingo del mes, al terminar la misa, la gente comenzó a platicar.

   –Isela siempre fue una mujer de buenos sentimientos. Qué lástima que no pueda estar con nosotros.

   –Pobre creatura.

   Unos pasos más adelante, otras dos mujeres conversaban de lo mismo.

   –Según me acuerdo, Isela escribía poemas, pudo haber salido del pueblo y ser una escritora famosa.

   –Era una gran mujer. 

   En la tienda de la acera contraria, dos hombres pagaban nieves para mitigar el calor mientras preocupados abordaban el mismo tema.

   –Qué lástima que no pude conocerla más.

   –Nunca faltaba a misa, era una buena muchacha.  

   Finalmente y contra todo pronóstico, el pueblo terminó aceptando que el amor existe…aunque mate.   

 

 

 

 

Volver a Roberto Delgado Ríos

 

 

 

bottom of page