Imaginario.
Me imaginé tibia, menguante como la luz de una estrella, apaciguada como las ráfagas últimas de la tormenta, desbocada como una yegua liberada. Me imaginé entera, sembrada entre los pliegues de la tierra, entrelazada al ego del planeta, unida a la suerte del convicto, clavada a la humedad de su cueva. Me imaginé afortunada, preñada de alegrías pasajeras, gestante de amores venideros, llena de hatos de conciencia. Me imaginé perfeccionada, casada, separada y enviudada; amada, odiada y olvidada; elevada, ultrajada, malherida... Me imaginé diosa, alabada, abusada y sobreexpuesta; exigida, vituperada y perdurable; oculta, tótem, niña... Me imaginé castigada, culpable, tolerante, asfixiada; comprendida, conocida, saludada; mujer, mujer, mujer. Me imaginé temida. Oh, qué sensación la de temérsele a una misma, la elevación de la pelvis invitante, y no seder... y no caer en el deseable abrazo de la niebla, en las manos satinadas de un amante, y querer tanto al aire, y querer tanto la penetración, y abandonarlo todo para huir de la pasión, y tanto huye el corazón en alas que olvida... y la pasión... se olvida. Me imaginé preñada, inconclusa y espectante; exhibida, inhabitable, idealizada; útera, etérea, efervecente. Me imeginé dragón, volátil, poderosa y elevada; mitológica, feroz, embriagante: hambrienta de una piel. Me imaginé tanto y tantas veces cómo; y daría a luz a mí misma, y sería tantas veces yo misma, y tanto tiempo desperdiciado, y tantas décadas preparando el día, y tanto dolor tratando de emerger, y tanto deseo suplicando ser saciado, y tanta duda por todas partes de mi cuerpo caprichoso de miradas, culpable y visible; visible: culpable. Esta tarde, cuando se vayan las horas, me quedaré como de costumbre: un momento, volando; y mi mente, libre de madrugadas, por fin quedará silenciosa.
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