Idea ñañú.
Para Carolina
Sin duda, una de las cosas que engrandecen a las carreteras es su potencia de mantra. Al transitar en ellas con frecuencia, el viajero se enfrenta a una especie de ejercicio de conciencia: mientras se recorre el camino a velocidad media, aves en oleaje, insectos destazados en el parabrisas, reses en la campiña y uno que otro afortunado momento en que las flores silvestres más próximas al acotamiento son movidas en sintonía con el aire para formar una agitación casi musical, transportan a cualquier viajero a escenarios que por lo general no están tan a la mano cotidianamente. Quiero decir que todo lo que uno piensa en el transcurso, abre un espacio que llena el abismo de realidades casi siempre inéditas, y que difícilmente pueden ser compartidas en ese momento con los otros porque la mayoría de ellas pasan sólo por el cuerpo, cuando se observa el paisaje y se logran imaginar las infinitas posibilidades de existencia. Son cuentos posibles que uno escribe mientras se va en silencio con los demás pasajeros al tiempo de acercarse pacientemente al punto final del recorrido.
Cristina es una mujer delgada que habla casi siempre de lo mismo y lo hace en un tono de voz muy bajo, es tímida, pasa fácilmente desapercibida. Siempre tiene tos, debería hacer nebulizaciones dos veces al día pero jamás conseguiría conectar el aparato a la corriente eléctrica, su casa apenas tiene techo. Estudió cuatro años de primaria ahí mismo en su comunidad y le basta con saber escribir para llevar un cuadernito de notas donde registra su nombre y la fecha, el nombre de las cosas nuevas que observa junto con descripciones particulares y breves, números con cierto azar que le sirven de referencia y en ocasiones utiliza los reversos de las hojas para dibujar. Alguna vez me dijo que había escrito unos mensajes en las líneas de la carretera. Cristina habla una lengua extraña, no sabe dónde la aprendió, no se acuerda, sólo la sabe, sólo habla evocando un rezo armónico, casi un canto, desconocido. No sé muchas cosas sobre ella, pero en sí misma es lluvia y viento al mismo tiempo, contenido elemental que se pasea en los lugares por donde todos pasan y su andar es diferente que el del resto. Cristina común y corriente, Cristina vacío, Cristina sin sombra, serenísima tormenta.
Un poco más de la mitad de su día lo pasa encerrada en un cuarto pequeño de su casa donde se siente cómoda, -eso dice-. Se sienta a esperar en la cama, ve a su hija, le toca el cabello como si no lo hiciera porque no presta atención, su mirada está lejos, la ve jugar pero no juega con ella, sólo la ve, espera, quisiera poder decir alguna broma pero cae en un vacío que le recuerda la colcha azul de lana donde está posada, su espera no es para juguetear, es para obedecer sin tregua.
Hasta hace cuatro años, Cristina siempre quiso dedicarse a las investigaciones sobre la vida marina, las pocas veces que sale de su cuarto acostumbra caminar durante horas en las montañas observando las piedras fosilizadas y luego se da a la tarea de escribir complejas reflexiones sobre ellas. Piensa en ciencia, también en Jacques Cousteau. Desdobla sus pasiones imaginando algas marinas y millones de especies de peces que posiblemente son parientes de las familias de anfibios provenientes de las Islas Canarias. Fantasea haber estudiado en la Universidad de La Laguna y que durante poco más de tres años estuvo dedicada al estudio de los crustáceos y los calamares. Piensa en la posibilidad de respirar bajo el agua con un velo transparente que asemeje al de las mantarrayas madres. Cuando Cristina habla lo hace en tercera persona, crea un mundo aparte.
Incontenible, tratando de entender con paciencia su soledad, convive con las demás mujeres del pueblo que se entretienen hablando de las vidas ajenas, su intimidad con lo difícil le ha permitido conciliar con ambos mundos. Trata de mostrarse con palabras pero recibe en su cuerpo más de lo que puede traducir del mundo, de la belleza. La belleza insoportable como ella la nombra-, el mundo de la belleza, lo irónico, capaz de elevar las realidades crudas a la contradicción, esas son las cosas que a ella en verdad le interesan. Pero ahora está absorta en una habitación poco iluminada, entregada a una espera irreductible. Cristina no conoce los bandoneones ni las cosas que con cierta razón piensan los catalanes: eso que de las lágrimas que hacen que gire el mundo vamos entrando a la vida. A veces llora y mientras camina en las carreteras se va encontrando con los pordioseros que rondan en sus libertades. La miseria es tan amplia en el mundo, tan nostálgica, que alcanza un grado de amabilidad sutil, enamora con enorme culpa y ella lo entiende mejor que muchos. Su pena es altamente ácida, fatídica y parece que no está dispuesta a eliminarla de sus días, no tan fácilmente.
Un día airoso de esos que levantan polvaredas, Cristina habló conmigo como si lo hiciera con ella misma, con una fuerza tal que asemejaba a la duda que se cuela en los poros para generar añoranza. Dijo -yo soy quien pega los papelitos con poemas en los espejos, para acordarme de que sólo el tiempo es imprescindible, mi pasar por el recuerdo transcurre solitario y en silencio, yo soy la boca con las alianzas de mis ancestros, donde rayar las cuevas implica un ritual funesto. Sí, las paredes son biblias llenas de historia, son libros dispuestos. Las paredes blancas se exhiben para mí, para que ponga en ellas mis mejores trazos de espera. Así que esperaré siempre, no sé cuánto dure la vida pero si puedo elegir escojo parecerme al animal más longevo, de preferencia que viva en el agua, así, si he de pertenecer a este lugar, seguramente me hallarán en alguna piedra arcaica, con presencia infinita. Cuando llegue la hora a la hora indicada, ese al que espero me verá y sabrá que estoy aquí-. Entonces se inundó el espacio de ella, con un pálido silencio, la tos se fue convirtiendo en insistencia cada vez más sonora, en ruido escandaloso. Los ojos se le llenaron de lágrimas que se desviaban en las comisuras de la sonrisa, sus manos delgadas se tallaban una a otra mostrando ansia. Sacó sus dibujos en hojas sueltas y las regó en el piso como si aquello fuera el mar y estuviera poblando el cuarto de vida. Hubo una sensación acuosa, nos empezamos casi a mojar los pies. Mientras Cristina deshojaba su cuaderno recitaba algunos versos: -Xi makwäni: / Xi makwäni ga möhö, / Xi makwäni, ga möhö. / Ga tsog u h u ya d o ni ne ya thuhu, / Götho nu'ä 'b u i jar ximhöi. / ¡Makwäni ga möhö, / Makwäni ga möhö!-. -De verdad / De verdad nos vamos, / De verdad nos vamos. / Dejamos las flores y los cantos, / Todo lo que existe en la tierra. / ¡De verdad nos vamos, / De verdad nos vamos! 1 (Poema Nahua en Lengua Otomí Anónimo)
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