Hormigas de sol.
Relatos insectuosos. Parte II
El sol está celoso de la luna. No entiende por qué desde el principio de los tiempos, se le ha dado tanta importancia. Siempre que se piensa en una escena romántica, el escenario perfecto es nocturno, bajo su plateada luz. Los enamorados dicen sentirse más cómodos por la noche, cuando sólo las estrellas y el astro cristalino, los envuelve.
¿Por qué? He de confesar que yo siento la noche oscura y fría.
Los momentos más felices los he pasado en días soleados con un cielo enteramente azul, durante espontáneos viajes en carretera cuando los verdes caminos están llenos de espigas doradas y flores multicolores que brillan y bailan bajo su brillo. Me tumbo sobre el pasto y pasan volando insectos fosforescentes con alas transparentes, luego me gusta observar a las hormigas del campo, que son rojas porque las ha bronceado el sol.
Desde niña siempre preferí los días soleados. En ese entonces, pasaba todo el día en la playa jugando, cavando un hoyo. Cuando lo terminaba lo llenaba a cubetadas con agua de mar. Esa era mi recompensa, contemplar el atardecer desde mi alberca privada. Con las mejillas y los hombros tostados de sol.
El momento más romántico que he vivido, fue bajo la luz del sol. Era junio y estaba amaneciendo. Por la ventana de cortinas blancas se colaron las primeras luces del alba, iluminando toda la habitación. Yo lo volteé a ver, su cabello se veía amarillo, de repente dorado y bajo los reflejos de los primero rayos del día, sus ojos eran más claros que la miel. Y luego, me sonrío. Nunca había visto un hombre tan ni más hermoso.
La felicidad solar. Simplemente el amanecer. Me siento llena de vida, se escuchan aves, el clima está fresco, huele a albahaca o a menta, los primeros rayos, acarician suavemente, son tímidos, nítidos y puros. En ese momento cuando el sol da a luz un nuevo día, es el momento perfecto para dar gracias porque tenemos vida.