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Freddy

 

 

El reloj deja caer sus horas lentamente. Gotean como malva, cada hora, como una savia. ¡Las horas, las horas, las horas! Horas lentas en este lugar. Horas y horas. Y a cada hora crecen mis ansias. No sé qué tengo que parece que me ahogo. ¡Qué inquietud! ¡Qué nerviosismo![1]

     Trato de unir las piezas de anoche. No hay razones para estar nervioso. Quizás he cometido un acto terrible. Tal vez no. Debo saber que sucedió.

 

     ─Mi pequeño Fredy, qué te pasa muchacho ─me pregunta la señora Cudy mientras cruza la puerta de vidrio y se acerca al mostrador─. Pero estás pálido, ¿estás enfermo?

     ─No, señora, todo bien ─respondo con voz temblorosa─  ¿En qué le puedo servir?

     ─A mí se me hace que traes algo, ¿seguro que está todo bien?

     ─Si señora, no se preocupe. ¿Le doy lo de siempre?

     ─No, hoy no. Simplemente quería platicar con alguien. Estoy sola en ese departamento viejo y el recuerdo de mi Joy está en cada esquina. Todavía no me acostumbro a ser viuda. ¿Puedo quedarme un rato?

     ─El tiempo que guste, pero debo hacer requisición en el almacén, regreso en unos minutos.

     Me apresuré a llegar al almacén. Lo último que me faltaba era tener a la viuda Cudy en la tienda y contando las hazañas falsas y la vida de su esposo muerto.

     Sonó el timbre del mostrador y no me quedó más que ir a ver.

     ─Señora Cudy, tiene tiempo que no la veía ─exclamó la señora mientras se acercaba al mostrador.

     ─Ah qué tal, señora Mishima, tiene tiempo, es cierto.

     ─Fredy, cariño, lo de siempre. Tengo un poco de prisa ─terció la señora regordeta mientras me veía desde sus ojos rasgados.

           

El aburrimiento me mata en cada segundo. Las horas siguen pasando lento. Además, debo escuchar las pláticas de toda la clientela, preparar los jamones y esperar a que se vayan pronto. Necesito salir y averiguar que pasó la otra noche.

     ─Fredy, pero que te pasa, estás pálido cariño ─decía la señora Mishima al tiempo que depositaba su abrigo en mi mostrador.

     ─Todo bien señora, no se preocupe.

     ─Bueno. ¿Cudy, te has enterado de lo sucedido ayer por la noche?

     ─No.

     ─Han asesinado al señor K.

     ─¿Qué? pero ¿Quién? ─la noticia me hizo tirar dos piernas grandes de jamón. No esperaba algo así, de repente y sin preámbulo.

    ─Sí, lo han matado en el callejón de Ángela Peralta a eso de las cuatro de la madrugada. Ha sido algo espeluznante, me he pasado toda la mañana allí. El cuerpo se encontraba en varios pedazos. Algo horrible.

     ─¡Pero qué barbaridad! Ese muchacho era agradable. Nos atendía siempre tan amable.

     ─Lo sé, pero he irme. ¿Me acompañas querida? ─Dijo la señora Mishima al tiempo que tomaba su abrigo y los dos jamones.

     ─Supongo que sí. Hasta luego Fredy.

     ─Adiós señoras, buen día.

 

Mi día aburrido comenzaba a tornarse más extraño. Las horas no se mueven, yo estoy pálido, no recuerdo la noche de ayer y el señor K está muerto.

     Cerré la tienda. Debía averiguar lo que sucedía. Corrí a la parada de camiones, llegué al panteón municipal, a la funeraria modernos y me encontré con un tumulto de gente. La mitad de la ciudad estaba allí reunida. Las coronas de flores por doquier. Me acerqué al ataúd. Debía ver con mis propios ojos que fuera el señor K.

     En las coronas había infinidad de frases con buenos deseos para el difunto.

 

"Al joven que atendía con una sonrisa en su cara". Qué raro. Si el señor K no atendía y mucho menos era joven.

     Me acerqué al ataúd y estaba cerrado. Intenté abrirlo pero no pude. Con todas mis fuerzas empujé la caja de madera, ésta se cayó haciendo un ruido tan estrepitoso que las miradas de terror se enfocaron en mi lugar.

     El ataúd cayó de golpe y se abrió, haciendo rodar cuatro trozos de un cuerpo joven y familiar. ¡Era mi cuerpo!

 

 


 

[1] Párrafo escrito en coautoría con Eloy Caloca Lafont.

Párrafo original: Las horas en el reloj transcurren lentas. Este día en especial, a esta hora y en este lugar, las horas son lentas. Que lentas son. Pareciera que los minutos tienen pereza. Seguro tienen flojera. Quizás es mi nerviosismo o mi inquietud. ¡Caray, que inquieto estoy! No sé qué me está pasando.

                

 

 

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