Espejos.
I
Calculo minuciosamente las posibilidades de caber en él. De frente, miro y me doy vuelta de cuando en cuando, para encontrar el rincón perfecto, asomarme dentro, sacar la cabeza del otro lado y mirarme desde ahí. En un momento dado, doy cuenta que en realidad estoy en el sitio contrario, buscando la salida como un perro en persecución eterna de su rabo. Me cuesta seguir en círculos, pero también veo que en realidad esa era su intención al llamarme esta mañana. Y ahí, en esa pequeña cárcel de reflejos, llevo minutos incontables, que son ninguno, pues en el reloj el minutero está en el mismo lugar de antes.
II
Cesan los golpes secos sobre la puerta. Acerco la vista al pequeño agujero en mitad de ella y veo un rostro alargado, irreconocible, mirando por el mismo agujero. Parpadeamos al mismo tiempo, nos rascamos la cabeza al unísono. Sé que la figura al otro lado de la puerta no puede verme, pero la sensación de vernos es tan real y onírica que un cierto escalofrío sacude la piel. No me atrevo a abrirle la puerta, me da miedo que al hacerlo me vea entrar a mí mismo y no pueda negarme la entrada.
X
Si deja de llover, nos dejamos ir sobre la hojarasca húmeda.
Si no para, nos quedamos tendidos en el viejo porche, en un silencio acompañado por el golpeteo constante de las gotas sobre la tierra cansada. Solemos acompañarnos en esta época, sin más contacto que el saludo obligado y una que otra mirada que se cruza distraída. Por lo demás, jugamos a ser extraños en un mismo espacio. De cuando en vez, hacer el amor sobre el colchón raído junto al fuego, y otras un tinto que desgarra. Pero las más, quedarnos aquí en el viejo porche, sentados en la madera crujiente, un cigarrillo tras otro y el café que nos calienta. Y si deja de llover, nos dejamos ir sobre la hojarasca húmeda.
XII
El monte parió una luna incompleta y algunas estrellas abrieron los ojos. Todo aquello que indicaba una noche tranquila desapareció en un instante. No dejaron las hojas de caer, huérfanas, y hubo momentos en que hasta los insectos enmudecieron. Apareció el viento, y con él nubes que lloraron hasta morir de tristeza.
Silencio.
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