Ermuz y las cantates siderales.
Es un poco aburrido ser estrella fugaz, si no fuera por Ermuz, que es una piedra cósmica, el tiempo sería demasiado largo. ¡Ermuz!…¡Ermuz! Uno… dos… Uf, qué alivio, sí están las dos. Cuando me desperté sólo vi a Eco. Pero sí, están las dos.
Ermuz es quien me preocupa; es muy traviesa, se esconde por todas partes. Un día la encontré debajo de una roca. Es demasiado pequeña. Su cuerpo es menudito, mirada vivaz y es bien inteligente. Siempre sonríe y platica con una voz muy delgadita, no es tan gritona como Eco.
Algunas veces ve la Tierra y canta cosas dulces. Cuando me preparo a descansar, se mete en el aire térmico, brinca hasta que se cansa, y después se acurruca junto a mí. No es como Eco, que duerme en cualquier parte; es muy independiente, casi no hace ruido, bueno no hace ruido cuando está despierta, pero cuando duerme, sus ronquidos se escuchan hasta el paraje de mis vecinos. Yo vivo en el Mar de la Tranquilidad y mis vecinos en el del Conejo.
Desde mi casa se ve la Tierra, que aunque es más grande que la Luna, ahí no hay vida inteligente. Es un planeta azul y el setenta y cinco por ciento está cubierto de agua. Algunas veces, cuando platicamos, pensamos en lo que los escritores siderales han dicho de ella; que inspira amor, ternura, romanticismo. Que es testigo del amor de los enamorados. Pero sólo es eso; motivo de inspiración de los enamorados. ¿Qué ser inteligente podría vivir entre tanto oxigeno? ¡Nadie! Es por eso que la ciencia asegura que en la Tierra no hay vida consciente. Lo más parecido a la inteligencia son las nubes y las rocas. Bueno, existen unos seres que la habitan, pero sus movimientos son muy torpes. Su vida es primitiva. A lo mejor, cuando evolucionen, podrán alcanzar cierto nivel de inteligencia. Pero para eso falta mucho tiempo. Por lo pronto, la Tierra únicamente es motivo de inspiración de los poetas estelares.
Hace mucho tiempo tratamos de conquistarla. Llegaron guerreros de muchos planetas, pero el oxigeno y el hidrógeno formaron un ejercito muy poderoso del que todavía se tiene memoria en toda la Galaxia. La lucha fue brutal. La Tierra se cubrió de nubes que nos atacaron sin piedad. Veíamos con desesperación que éramos vencidos. Los cuerpos se desintegraban al tratar de penetrar en su atmósfera, los lamentos se escucharon por todo el universo. Los refuerzos fueron inútiles; eran meteoritos que atacaron a la Tierra. La lucha fue muy larga. Creíamos haber vencido cuando se cubrió de polvo, pero la Tierra fue más fuerte, de sus entrañas vomitó fuego. El agua se calentó, su atmósfera se cubrió de nubes negras y nos cerró el paso. La conquista fue imposible. Nos retiramos derrotados. La Luna, por un tiempo fue lugar para atender a los heridos. Ahora quedamos pocos. Los meteoritos se fueron a tratar de conquistar otros planetas.
En el cielo se ven carros de fuego tripulados por guerreros. En un cuarzo del Planeta de los Aros, está escrito que el universo está poblado por seis mil billones de seres inteligentes, pero no viven en ningún planeta; están dispersos en el infinito. Cuando decidí quedarme en la Luna, Ermuz ya la habitaba. Hace sesenta y cinco millones de años que vivo junto a ella. Ermuz tiene la habilidad de crear la compañía que quiera. Dice una fábula infantil, que hay seres que se reproducen entre ellos, y hasta llegan a enamorarse. Eso debe ser muy bonito, pero tan solo es un cuento producto de la imaginación de algún poeta soñador. Las estrellas fugaces y las piedras cósmicas no acostumbramos enamorarnos. Escogemos la compañía que mejor nos acomode. Yo, por ejemplo, escogí vivir con Eco y Ermuz. Ellas me acompañan a estudiar. Escuchan mis teorías y repiten mis palabras. Ahora estoy mirando el planeta azul, al que los cantantes siderales le dicen Tierra, pero no tiene vida inteligente. Por lo pronto, ese lugar es sólo motivo de inspiración de los poetas estelares.
Sigo esperando refuerzos para la conquista. Sé que vienen en camino; son meteoritos que viajan por el infinito.
Una, dos… ¡Me lleva el agujero negro! Ernuz se volvió a esconder y Eco está esperándome para dormir. Después la busco. Probablemente esté metida en una roca del Mar de la Tranquilidad.
¡No puede ser! Ermuz me escondió otra vez el aire térmico y los condones. Seguramente se los llevó al Paraje del Conejo. Ni modo. Primero tengo que encontrarlos para irme a la cama. Eco está desesperada. ¡Ermuz!… Ermuz!