El héroe.
De un teclazo puso punto final al trabajo que estaba elaborando.
—¡Es extraordinario! —exclamó con aire triunfalista.
El texto que acababa de concluir, era la versión ficticia de la historia de un héroe olvidado. Estaba consciente de que lo que había escrito era una farsa, pero al fin y al cabo, siendo una obra de ficción, poco importaba que no estuviera apegada a la realidad. Por supuesto había realizado un exhaustivo trabajo de investigación a fin de tejer una red con datos fidedignos que le dieran soporte a su héroe ficticio. Muchas horas había invertido en buscar, catalogar y armar una sólida estructura que pudiera resistir el más minucioso escrutinio de algún escrupuloso investigador que intentara descubriera su engaño.
Así había sido la solicitud expresa de su editor y así la había realizado. Sin embargo, había puesto tanto empeño en aquella obra, que estaba seguro de que merecía publicarse y, por qué no, quizá con ella vendría el reconocimiento largamente esperado y tal vez hasta algún premio.
El éxito fue inmediato. Las cartas a la redacción llegaban constantemente, al igual que los correos electrónicos. Todos estaban encantados con la historia que él había sacado a la luz. De pronto se enteró de que tenía más amigos de los que él jamás había contado. Las invitaciones a cocteles, así como a eventos sociales y culturales eran incesantes.
Los reconocimientos también llegaban en tropel. Él los recibía con alegría y no poca vanidad. Sabía que era un mito genial y lo alimentaba continuamente. Le gustaba ser el centro de atención y que la gente escuchara embelezada sus historias.
Sin embargo, una noticia en especial lo llenó de sorpresa. El máximo Jefe de Estado realizaría una ceremonia en la que se rendirían honores a aquel héroe olvidado durante tantos años y que, gracias a su labor de investigación, había sido rescatado del anonimato.
—¿Héroe olvidado? ¿Anonimato? ¡Pero si lo que yo he escrito es una farsa! ¡Nada de eso es cierto!
¿Cómo pudiera alguien pensar ni remotamente que toda aquella historia fuera verdadera? ¿Acaso no se daban cuenta de las exageraciones y situaciones inverosímiles que intencionalmente había descrito en aquella pequeña biografía ficticia? ¿Acaso no percibían que su intención había sido precisamente burlarse de las acarameladas e irreales obras de los biógrafos y cronistas?
Acudió con su editor, pero se encontró con que los funcionarios del Gobierno ya lo habían visitado para ponerlo al tanto de sus intenciones.
—Pero… jefe, usted sabe que es una obra de ficción. Nada de lo que se relata ahí es verdad. Bueno, es cierto, pero en realidad no sucedió tal cómo lo decimos ahí. Todo es una mentira sostenida entre muchas verdades.
—Bien lo sé. El problema es que ha realizado usted una farsa tan bellamente narrada que todo el mundo ha creído que es real. Y ahora el mismo Gobierno ha retomado la bandera de ese héroe hasta ahora olvidado, al que usted ha elevado a las nubes.
—¿Y no puede hacer usted nada para sacarlos de su error?
—Por desgracia, no. El Gobierno piensa que un héroe así es el que nos hacía falta en estos momentos de tribulación. Por eso ellos mismos lo están impulsando. Sin duda usted prendió la mecha, pero ahora la pólvora estalla por sí sola sin control. Usted creó una hermosa ficción y mucho me temo que ha dejado de serlo. Para todos es ahora una hermosa realidad.
—Yo me encargaré de denunciar los hechos y acabar de una vez con esta farsa.
—El problema no es sólo el Gobierno —le dijo el editor—. Nuestros accionistas están felices porque nunca habíamos agotado nuestros tirajes. El número de suscritores se ha elevado estratosféricamente. Los anunciantes se pelean por los espacios publicitarios. Las mejores plumas del país hacen fila para que les publiquemos sus escritos. Son centenares de cartas las que se han recibido y miles los seguidores en las redes sociales. ¿Tengo qué decirle algo más para que caiga en la cuenta de que nos hemos adentrado en un camino que no tiene retorno?
—Pero todo es falso. Hablaré con la gente del Gobierno —amenazó el escritor—, últimamente he hecho buenas relaciones y sin duda me escucharán.
—Tenga cuidado. Nos han amenazado con sacarnos de la circulación si nos atrevemos a denunciar que todo ha sido ficticio. Se ha puesto en marcha toda la maquinaria del Gobierno contra nosotros.
Tocó puertas una y otra vez, pero siempre la respuesta era la misma. Nadie quería escuchar su falsa historia de que lo que había escrito no era realidad. ¿Qué pretendía al querer destruir los méritos de aquel extraordinario héroe?
Sólo el Asistente del Secretario del Viceministro de Asuntos Culturales se dignó a recibirlo.
—No sea tonto, mi amigo —lo conminó—, aproveche toda esta publicidad a su favor. Pudiera ser que por fin publique ese libro que tanto ha deseado o quizá podamos ofrecerle alguna cartera en este Ministerio.
—Usted no entiende —le dijo al Asistente—. Ese homenaje no debe realizarse porque ese héroe en realidad no existe.
—Para nosotros sí existe —le advirtió el Asistente.
Pronto se convirtió en un estorbo para todos. Nadie quería escuchar sus tontas lamentaciones. Sin duda la fama le había afectado y estaba perdiendo contacto con la realidad. Era una lástima que un hombre tan brillante y con tanta autoridad estuviera perdiendo la razón. ¿Cómo se atrevía a poner en tela de juicio incluso hasta la existencia de aquel fenomenal héroe?
La gente le volvía la espalda en los escasos eventos donde aún era recibido. Ningún micrófono se abría para él y las publicaciones cerraban las páginas a sus escritos.
—Acudiré al extranjero si es necesario. Enviaré correos electrónicos a personajes clave en publicaciones internacionales y eso será más que suficiente para acabar con esta farsa —pensaba para sí, mientras cruzaba la avenida.
Nada pudo hacer ante aquel imprudente sujeto que lo arrolló. ¿Le pareció ver que era un vehículo del Gobierno? Poco importaba ahora. Había muerto casi instantáneamente.
El homenaje al héroe olvidado era apoteósico. Estaban presentes los máximos Jerarcas del Gobierno, así como los representantes de todos los organismos culturales y los dirigentes de las cúpulas empresariales. En un gran mural se exhibía la pintura del héroe, realizada magistralmente y que retrataba, de una manera impactante, la epopeya de aquel gigante.
El motivo de tan importante evento era no sólo el homenaje al héroe olvidado, sino la presentación de la nueva versión oficial del libro de Historia Nacional, en el que ya se incluía la biografía de aquel héroe que inexplicablemente la historia había olvidado.
El orador repetía con emotividad, las portentosas virtudes de aquel benemérito que el escritor había plasmado tan certeramente en su obra. Realmente era una lástima que el autor de ese descubrimiento no pudiera estar presente en tan importante ceremonia.
En una silla vacía, cubierta con un paño negro y colocada en un extremo del presidium, una rosa blanca encima de la portada, era el sencillo homenaje que se rendía a ese brillante escritor que había sacado a la luz, la ejemplarísima, increíble e imponente biografía de aquel héroe nacional. En el podio, el orador concluía su arenga: “¡Vivan nuestros héroes nacionales!”
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