El cura.
El Padrecito se murió de pura tristeza. De verdad que sí. El pueblo y el Padre, juntitos, se fueron muriendo los dos. Es que ya ni iba gente a misa. Nomás la Gertrudis y la Lola. Esas no salían de la iglesia. Pero, para mí que el Padre sí se ponía triste de ver tan solito el templo. ¡Uh! Había de ver qué bonito era antes. Harta gente en la iglesia, que hasta se emocionaba el Padrecito. Claro que también les daba sus buenas regañizas pero, pues ellos tenían la culpa. ¿No llegaba mi compadre Juancho bien pedo a la misa? ¡Cómo no iba a regañarlo el señor Cura! No, ya ni la amuela. “¿Ya estás borracho otra vez, pelado?”, le decía el señor cura. “No pos’ es que me estoy tomando un trago porque ando re’ triste”, le decía mi compadre. Lo malo es que al otro día tomaba porque andaba bien alegre. Y al otro porque estaba nervioso y al otro porque andaba enojado. Y total que siempre andaba bien borracho mi compadre. Había de ver cómo se juntaban ahí afuera de la tienda de don Hilarión. A pura cerveza con sus amigos todo el día. Hartos corajes que hacía el señor cura. Si hasta decía que este era un pueblo de puros borrachos. Pero ¿sabe qué? También el señor cura se echaba sus traguitos. Yo lo vi, con mis propios ojos. Nomás que él se encerraba en el curato. Creo un día hasta lo oí cómo lloraba. De pura tristeza, digo yo. Como un niñito, a llore y llore. Yo creo que ese día sí se puso medio borracho. Y es que, como le digo, pues es que no hay otra cosa que hacer. Viera usted cómo se sufre por aquí. No hay ni qué comer, puro nopal. Es que tampoco hay trabajo. Los que se quieren ganar unos centavitos, mejor se van al norte y allá les pagan sus buenos dólares. También se sufre por allá, pero por lo menos se gana algo. No que aquí… Nomás que lo malo es que luego se olvidan de sus viejas y de sus escuincles. Allá se juntan con otra señora y se olvidan de la que se quedó aquí. Por eso mejor las mujeres también se van al norte con sus chamacos. Pues ¿a qué se quedan? Por eso el pueblo se ha ido muriendo, porque se ha ido quedando sólo. Mire nomás las casas, ya todas derruidas. Mire nomás la iglesia, ya se está cayendo a pedazos. ¡Uh!, si la hubiera visto. Antes era bien bonita. Había de ver cuando se venía la fiesta de nuestro Santo Patrono, qué retechula arreglaban la iglesia. Y la banda no paraba de tocar. Y los cohetes, truene y truene los malvados. No, qué fiesta, señor. Había de ver nomás que chulas todas las mujercitas con sus estrenos. Bien peinaditas. Y la feria. Que la rueda de la fortuna, que la ola, que los carritos. Toda la calle se llenaba de puestos. Y hartos canastos con pan, con frutas, con dulces. ¡Uh!, a los chamacos les encantaba. Y los bailes. ¡Qué le digo, señor! Esos sí eran bailes, no como los que organiza mi compadre el “tuercas”. ¡Todos sus discos están bien rayados! Y luego la gente ni le paga. ¿No tiene que andarlos persiguiendo para que le paguen? Antes venían buenos grupos de la capital. Sí, verdad buena que venían grupos famosillos. Y se juntaba harta lana pa’ pagarles. Y la misa que se hacía el día de la fiesta. Retechula que se veía la iglesia toda llena de gente. Yo le ayudaba al Padrecito a tocar la campana. Verdad de Dios que hasta me dolía el brazo de estar a toque y toque la campana. Ahora ya no puedo ni subirme al campanario porque me dan los “váguidos”. Ya ni veo con este ojo. Y además, ¿para qué la toco si ya ni Padrecito tenemos? No, señor, este pueblo se fue muriendo con el Padrecito. ¿Sabe qué? Al señor Cura le mandaban recados de la ciudad, que porque no iba a las juntas del Decanato. ¿Y como iba a ir, si ya ni podía caminar? Ni mucho menos treparse a la mula. No podía llegar ni al crucero para tomar el camión. Ya ve usted que son como tres horas caminando por la vereda para llegar a la parada del camión. Y luego el méndigo camión ni hace parada el desgraciado. Y sólo pasa uno al día. No, señor, el Padrecito ya no podía caminar tanto. Desde que se le quebró el carcañán por andar cargando las vigas. ¡Sí!, cuando andábamos arreglando el techo del curato. Yo mismo oí cómo le tronó el espinazo. Nomás que no le pegó luego, luego, porque ese día le dio una buena sobada con alcanfor mi comadre Juana. No, si mi comadre es buena para sobar. ¡Quién sabe cuánta yerba le pone al alcohol! Pero verdad de Dios que si es rete buena. Había de ver, cuando uno anda acedo, aquí así de la panza, que se viene el dolor por acá, mire, por acá y le da la vuelta hasta acá, con una buena sobada de mi comadre y no digo si no se alivia del estómago. Pero, bueno al Padrecito con los años se le fue torciendo la espalda. Ya ni caminaba derecho. Parecía que andaba rete espantado. Mi comadre hasta le quería sacar el espanto, pero el méndigo Padrecito terco, que no se dejaba. Había de ver cómo se le enojaba. “Está bien, no se enoje. Si no quiere que le quite lo espantado pos’ no y ya” le decía muy enojada. Si yo vi a mi comadre cómo sacaba lo espantado. Nomás le pasaba unas yerbas y decía bien fuerte: “¡Sal, hijo’ela!”. Y se quitaba el espanto. A la chamaca esa de la Espergencia, que traía unos ojotes bien abiertos, que parecía que estaba viendo al chamuco, ¿no le sacó lo espantada? Pero al Padre cada vez le dolía más la espalda. ¡Uh! peor tantito cuando se venían los fríos. Había de ver cómo se tiraba al suelo del dolor. Sólo podía caminar con su bordoncito. El doctor le decía que era la “asiática”. Ahora que le voy a decir que el doctor, pos’ ¿que iba a saber?, si estaba rete mocoso el ingrato. Que decían que venía a su servicio. ¡Uy!, pues qué servicio, si no servía para nada. Para lo único que sirvió fue para dejar panzona a la hija de mi compadre Hilaro. ¡No! si en la mañanita que se enteró, ya lo andaba buscando con el machete para que le cumpliera a la chamaca. Pero el doctorcito ya se había pelado desde la noche en una mula. Pero nunca lo encontraron. Para mí que se fue para abajo de la barranca. Si viera cuántas mulas se han desbarrancado. Ni quien lo saque de ahí. Por eso mejor ya ni nos mandan doctores. Pues, ¿para qué?, si mi comadre Juana también le sabe a las parturientas. Tanto canijo chamaco que ha sacado. Nomás se le murió uno cuando se le atravesó el chamaco a la difunta Estercita. Pero, pues ella tuvo la culpa. ¿Para qué acarreaba tantos botes de agua? Por eso se le fué chueco el chamaco. Se murieron los dos juntos, ella y el chamaco. Nomás pegaba unos gritotes cuando la cargaron en la mula de mi compadre Filemón para llevarla a la ciudad. No llegaron ni al crucero. Cuando pasó el camión que va para la ciudad, ya se había muerto desde hacía un ratote. Ya ni quisieron subirla al camión. Que porque había que esperar a la autoridad. Hartas horas la tendieron ahí en la orilla de la carretera, hasta que llegó la ambulancia, la del forense, creo le dicen. Pero ahí dejaron a mi compadre con don Lole y con don Gume. Hasta el otro día tuvieron que esperar al camión y ya se pudo ir mi compadre a ver a su difuntita. Bueno y al difuntito también, pero creo ni nombre le pusieron al angelito. Cuando lo sacaron ya estaba todo morado. Nomás había de ver a mi compadre cómo lloraba el ingrato. Pero, bueno, le estaba platicando del Padrecito. Pues le digo que nomás se la pasaba regañando. Había de ver cómo se enojó cuando se pelearon con los del otro pueblo. Que porque no les querían dar agua del pozo. Y que se seca el pozo. Había de ver. Verdad de Dios que se secó. De pura tristeza se secó el pozo. Verdad buena mire, por ésta que el pozo ya no quiso dar más agua. Se fue el agua y ya no volvió. Y luego, pues que había que traerla desde bien lejos. Y ahí vamos con los tambos por el agua. Dos, tres viajes a la semana. “¿Ya vieron? Por andar de peleoneros”. Y pues de ahí en adelante se fue muriendo el pueblo. Y el Padrecito también. Yo digo que se murieron de pura tristeza.
Volver a Fernando Pérez Valdéz