El conejo
El conejo tenía una mirada muy extraña; me condenaba a muerte desde su inexorable calidad de roedor. Creo que sabía lo que le iba a suceder, es por eso que sus ojos se hinchaban en sangre, fruncía el ceño y temblaba de rabia.
Mientras, yo lo sostenía de sus grandes orejas, me pelaba los dientes como si quisiese defenderse de mí, pero aunque pataleara y se moviera, terminaría en la cazuela que ya había puesto a hervir.
Con la parte posterior del cuchillo, abaniqué en forma de práctica, apuntaba con cuidado para no fallar y hacerlo sufrir. De un solo golpe conseguí desnucarlo, sus últimas pataleadas de reflejo cesaron y pude continuar con el procedimiento.
Sentados en la mesa, nos disponemos de comer al conejo. Mi esposa nos platica de su trabajo y los niños a los que les da clase; yo soy desempleado así que no tengo nada que contarle. Mi hija Amelia llega contenta, su nueva escuela le ha gustado mucho y yo estoy triste porque ya no puedo cuidarla por las mañanas.
–¿Qué vamos a comer hoy papi? –me dijo mi pequeña
Con cierto desgane y un sentimiento de culpa, le dije que sería una carne deliciosa y que le encantaría el caldo que le hice. Pero ella no era nada tonta.
–¿De qué es el caldo? –preguntó
–Pues es de un animalito que he preparado para ustedes dos- respondí
–Bueno papi, ¿me sirves medio plato? –dijo mientras extendía la cazuela en la que comemos la sopa.
Mientras servía la sopa mi esposa me miraba con sospecha. Una vez que terminamos de comer se acercó a mí, y me preguntó de que era la sopa. Le dije que había preparado al conejo, ella horrorizada y escandalizada comenzó a regañarme y a gritarme.
Desde esa última vez, no he vuelto a cocinar a las mascotas de mi hija.