top of page

El caballo de ocho patas

 

 

La leyenda del caballo de 8 patas me tenía cegado, obsesionado. Pocos animales faltaban para completar mi colección. El taxidermista ya estaba armando los bocetos para hacerme la pieza del centro de mi sala.   
     Es bien sabido que el caballo, Sleipnir, con pelaje gris, es capaz de correr sobre la tierra, los aires y hasta en el mundo de los muertos. Con esa dotación, era complicado poder encontrarlo, y en caso de verlo, alcanzar su veloz cuerpo. Pero debía lograr cazar a esa bestia tan bella.
 
Fue localizado en un campo de Bulgaria. Me dirigí hacia allá. Mi rifle con balas especiales no permitiría que Sleipnir fuera a moverse; esas balas hechas de oro de 24 quilates, con punta agujada y al impacto expansiva. 10 toneladas de manzanas rojas, sumamente jugosas, fueron depositadas en el centro de una pradera cercana, me coloqué en el puesto y esperé. La cruz de mi mira telescópica me daba el alcance de cerca de 1100 metros, suficientes para dar en el blanco, que supongo se ubicaría en el centro de las manzanas. Tras cuatro horas de espera, apareció por fin; el corcel más grande y bello que había visto jamás. Comenzaba a rondar en mi cabeza la idea del cuerpo del animal en el centro de mi sala de trofeos, junto a osos, rinocerontes, jirafas, unicornios y otras especies extintas ya; dotaría de elegancia y generaría envidia entre mis amigos cazadores.
     Segundos antes de jalar el gatillo, un estruendo distrajo al animal. Disparé para no perderlo, pero no contaba con la presencia de su dueño: Odín, quien detendría la bala y me pondría en el centro de su sala de trofeos. 

 

Este cuento se publicó en el número 3 de la

Revista Uco Derecho en Mayo del 2011

 

Volver a Patricio Rebollar Tellaeche

bottom of page