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El antagonismo a las premisas desemboca en colores que no se ven, pero se erigen sobre la piel de los sentidos, como proa de equívocas travesías o vaivén citado en las bitácoras para la fe, para el amor que se corrompe o se salva.
Cuando el color verde se abre a la abstracción del miedo, los fuegos de selva, los peces verdigrisáceos, los cabellos rubio-verde, los sonidos verdes del mar, arden ante cualquier historia de llamada, de rito, de vestigio o ante la cotidianeidad de una invitación al cine.