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El alacrán.

Relatos insectuosos. Parte II

 

 

Hoy sólo puedo recordar mucho. Me regalaste el libro que siempre quise pero no lo compré porque estaba muy caro, tus vecinas que me miraban con ojos de envidia. La risa que no pudimos controlar y terminamos tirados en el piso sin aire. La vez que al mismo tiempo comenzamos a tararear una melodía de Radiohead. La furia que te daba cuidar mis borracheras, la excitación de tenerme inconsciente en tus brazos. El pánico de perdernos. Tu sillón que crujía traicionero, mi camioneta azul y fría, tu carro, la oficina, el baño de mi casa, tu habitación de persianas púrpuras. El deseo: Incontenible, incontable, imprudente. La oscuridad, los callejones, las patrullas con policías que preguntan demasiado y piden mucho más. Quizá todo fue muy común. Quizá todo fue único.

     Me contaste mil veces las mismas historias y esas mismas yo te escuché con la atención primera, las parrandas de madrugada donde gritábamos incoherencias, donde nuestros amigos eran sólo espectros; yo no los veía ni escuchaba. ¿Podías tú concentrarte en algo más? Tu regadera, tu exhibicionismo, tus jabones neutros, escondía tus rastrillos para que no te rasuraras. La madrugada que me dijiste te amo y me abrazaste llorando, el día que te dije lo mismo y ya era tarde. El alacrán que mataste cuando faltaba medio centímetro para que me picara la nuca. El olor de tu sobaco, tus calzoncillos inmaculados, tus pies. Quizá no recuerdes tantos detalles. Quizá sabes más que yo.

     Mi piel suave, enrojecida por la tuya cubierta de vellos. Tu excesiva disciplina, mi desorden voluntario, los años que pasamos sin conocernos, el año en que no nos separamos. Mil disculpas, dos mil caricias, tres mil besos, cuatro mil promesas, todo sumado y dividido entre tus dudas y mis neurosis dio como resultado cero. Te encanta el frío a mi el calor, a ti los días nublados a mi los días templados, adoras la lluvia y yo al sol. Quizá éramos muy diferentes. Quizá eso no importó.

     Tus celos, mis celos, nuestros celos. Tus hoyuelos al sonreír, mis gritos, tus arrebatos, tus dibujos, mis poemas. Tus fantasías enrolladas con las mías. Las canciones prohibidas porque creías que me recordaban a alguien más, los mensajes que llegaban de madrugada a tu celular, mi descaro, tu desconfianza, el sabor de tus besos que saben a cigarro, la emoción de la inseguridad, el corazón el vilo.

     Quizá era muy pronto. Quizá me equivoqué de cuerpo.

     Quizá hubieras dejado al alacrán hacer su trabajo.

     ¿Hubiera muerto él o yo?




 

 

 

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