Eco.
Si la mirada oculta tras el empeñado espejo buscara signos encallados en corazón de niña estrella, ella, a quien las palabras le ocurrieron temprano, sin aviso, ocultas y brillantes, la que ha crecido con la verdad del espejo empañado por el vaho del aliento paternal, por el dolor que corre en las raíces del árbol de donde se descolgaron sus labios de manzana y sus ojos de avellana; si buscara la resolución del mal contenido en el recipiente almado, de cabellos largos e ideas insensatas, entonces las palabras, las hechas de tinta, delatarán, infames, la materia espiritual del lado oscuro. El árbol crece bajo sus plantas blancas, fruto del conjuro lanzado por la mujer serena de voz salvaje que se levanta contra paradigmas y tormentas espirituales.
Las que callan, hacen silencio, poderosa esfinge, arma mortal contra el necio; los sabios callan, los intelectuales escriben, los necios hablan con palabras tan secas como el vientre de la anciana.
Pero tú, niña, brillas en lo alto del silencio, como luz entre la niebla de la mente loca; velados los auténticos intentos, se tropiezan con espejos que tachonan el cielo sobre las cabezas de la duda, que espera ser decapitada para dar a luz cinco nuevas cabezas.
Las lágrimas hacen sendero en donde era la alcoba de la risa. Las interrupciones son un milagro que ejecutamos todos, una vez cada rato.
Me toma de la mano, fría. Ya quiero ser larga, pero me ando pequeña, no tengo tacón tan alto para volverme mujer, y mi inocensia me asesina.
De puntas, las narices andan por lo bajo; arriba es abajo, y por lo bajo, silencio; cabellos cenicientos atizados por el viento de otro tiempo; el tiempo se sabe impaciente cuando se le vigila; crecer es cuestión de empaque; mujer, trama de flores, espinas, savia: sabia. Mujer, somos tus manos y mejillas, tus muelas fracturadas, tu corazón aserbo de fatigas. videntes las manos con sus líneas, no hace falta hablar. La vida corretea por entre las plantas, la costilla es más elocuente que mil hombres.
una columna que sobrevie de las ruinas; un cántico que sube como un salmo hasta el oído del dios ciego en el que nos adoramos. Punto ciego, el destino al que llegamos. Abierto frente al mar que nunca cesa de arribar.
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